11/17/2016

El racismo de aquí cerquita


Alegatos por Miguel Pulido

Foto: Alan Ortega/ Cuartoscuro

Cuando Donald Trump aún era esa cosa entre broma y delirio, conversé con varios compatriotas que vivían en Estados Unidos. Profundamente conmovido por varios de esos testimonios publiqué –el 31 de marzo– este artículo. Lo edité mínimamente para publicarlo una vez más. Lo hago porque esas conversaciones que tuve hace nueve meses me tienen sitiado por su pertinencia. Miren.
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Es fácil irritarse con los comentarios racistas, xenófobos y misóginos de Donald Trump. No conozco a ninguna persona que no considere desproporcionadas e injustas sus críticas hacia los mexicanos. Sus palabras y sus hechos están llenos de un odio que lastima, de una supremacía que aterra y de una insensibilidad que enfurece.
Pero… ¿es sólo él?
“El racismo de Trump ni es nada comparado a lo que nos hacían allá en México. Nos discriminaban en el trabajo, en la calle y el gobierno. Te duele más porque viene de tu misma gente” me dijo Zenaida en una entrevista.
Con la intención de documentar cómo afecta el discurso antiinmigrante a las y los mexicanos en Estados Unidos conversé con varios de ellos. En esas platicas una y otra vez apareció una comparación: la discriminación y el racismo en Estados Unidos frente al que se vive en México.
Es sabido que las regiones indígenas del país son predominantes en las llamadas zonas de expulsión. Migración es sinónimo de supervivencia para muchas comunidades de Guerrero, Oaxaca, Puebla, Veracruz y Chiapas. Hay que huir, ya sea a la ciudad o a Estados Unidos. Migrar o morir es la ecuación.
Buscando entender la estructura racista del extranjero me encontré inevitablemente con la nuestra. Algunas respuestas retratan un país y una sociedad descompuesta. Una en la que no nos queremos reconocer. ¿Le tienes miedo a que el gobierno te deporte? le pregunté a una mujer oaxaqueña. “Sí, pero más miedo le tengo a lo que me hacían en México. Es muy duro ser indígena allá?”
“Yo trabajaba desde bien chiquita con familias de Puebla” me dice Zenaida. “Tuve de todo, patrones buenos y malos. Pero ahora sé que no tenía derechos.” Continúa “no se trata nomás de dinero sino de cómo te ven. En México te ven indígena y creen que sólo eres sirvienta. No te tienen respeto.”
Doña Malena me cuenta que llegó a Estados Unidos muy joven. Acá se ha preparado, organizado, politizado. Sus palabras retratan lo que vivimos. “A muchos les preocupa lo que dice Trump pero es porque se sienten discriminados no porque estén contra la discriminación. Estoy segura que los mismos que me maltrataban por ser pobre, indígena y no hablar español deben andar bien encabronados con Trump.”
“¿Dices que les preocupa lo que nos pasa a nosotros acá?” me contesta desafiando la sinceridad de mi planteamiento. “No es cierto. Cualquiera se pelea con el racista que está lejos y del otro lado de la frontera, pero mejor que se peleen contra el racista que está ahí cerquita, el que llevan dentro. Por culpa de ese es que estamos acá”.
Entonces…  ¿somos tan racistas?
En corto: sí. Permítame ir a un ejemplo concreto. El trabajo doméstico es la síntesis de nuestra sociedad clasista, misógina y racista.
La encuesta “Percepciones sobre el trabajo doméstico: Una visión desde las Trabajadoras y las Empleadoras” refleja que la mayor fuente de conflicto laboral deriva del trato con desprecio por ser indígena (33%), seguida por la prohibición de hablar alguna lengua indígena (25%), 14% ha recibido maltrato, 12% ha sufrido de acoso sexual y 11% ha sido tratada con desprecio.
Como si estuviéramos en el siglo XIX o en una sociedad sin leyes, el 7% ha sido golpeada y el 96% de las contrataciones de trabajadoras del hogar son “de palabra”. Las empleadoras menores de 35 años y de nivel socioeconómico medio alto son quienes más están en desacuerdo en formalizar la relación laboral. Es un sistema de explotación socialmente normalizado: 7 de cada 10 trabajadoras no tienen ninguna prestación formal, 7 de cada 10 ganan menos de 2 salarios mínimos, 8 de cada 10 no cuentan con una pensión para su retiro.
Encabezadas por admirables liderezas, entre ellas Marcelina Bautista y acompañadas notablemente por el CONAPRED, muchas trabajadoras del hogar se han organizado para pedir lo justo. Impulsan que México suscriba el tratado 189 de la OIT sobre trabajo doméstico. Proponen tener relaciones laborales formales, con contratos y con claridad en derechos y responsabilidades.
Si usted va a iniciar con un conjunto de descalificaciones como: son unas rateras, son unas flojas, son ignorantes y similares, le propongo que revise sus prejuicios. No vaya a ser que como las de Trump, sus palabras y sus hechos estén llenos de un odio que lastima, de una supremacía que aterra y de una insensibilidad que enfurece.
Hay que pelear sin tregua contra el racismo… empecemos, como diría Malena, con el que tenemos ahí cerquita.
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Si además de “encabronarse” con Trump quieren tener más información y promover relaciones de trabajo doméstico justas, los invito a que visiten y recomienden: Hogar justo Hogar (https://www.facebook.com/Hogar-Justo-Hogar-786094411429584/)

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