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¿Qué se está haciendo a día de hoy a nivel internacional en el trabajo con los hombres para la igualdad?
En primer lugar, es interesante ver que
en todo el mundo hay grupos de hombres trabajando en una gran variedad
de temas, celebrando la diversidad de posibilidades del ser humano.
Trabajan para acabar con la violencia contra las mujeres, por los
derechos LGBT, sobre temas de salud sexual y reproductiva, o para
transformar la paternidad. Realmente no hay un país en el mundo donde
este trabajo no se esté haciendo. Así que esto en sí mismo, es un gran
cambio en comparación con hace 20 o 25 años.
Cuando algunos empezamos este trabajo en
la década de los 80 y hasta bien entrada la década de los 90, se
percibía más bien como algo extraño. ¿Por qué molestarse en involucrar a
los hombres? ¿No son los hombres el problema? ¿No es una distracción?
En el mejor de los casos, la idea del trabajo con hombres y niños se
veía como algo marginal, una pérdida de tiempo, una distracción, y tal
vez incluso como simplemente erróneo. “Los hombres,” se decía, “son el
problema, no deberíamos estar perdiendo el tiempo y los recursos”.
Esto ha dado la vuelta. Hoy en día
prácticamente todas las agencias de la ONU, todas las ONGs importantes, y
todos los gobiernos, están dedicando al menos algo de energía y
recursos a descubrir maneras de involucrar a hombres y niños. Esto en sí
mismo es un gran cambio que estamos viendo en el transcurso de nuestras
vidas. Más que dar un ejemplo de un programa u otro, creo que es
importante empezar señalando este fenómeno de cambio que estamos viendo
en todo el mundo, un cambio real. Son cambios no sólo inspirados en,
sino causados por los rápidos cambios en las vidas de las mujeres. Los
hombres se enfrentan a nuevas realidades. Sus esposas, hijas y amigas
están diciendo que la manera en que vivieron sus madres y abuelas no son
válidas para ellas.
A medida que se transforman las vidas
de las mujeres en el lugar de trabajo, en la comunidad, en el hogar, y
que cada vez más mujeres están diciendo “no vamos a tolerar esto, no
vamos a seguir viviendo en una relación violenta”; a medida que más
mujeres están exigiendo igualdad de derechos y el control de sus propios
cuerpos, más y más hombres están simplemente diciendo “esto también
está cambiando mi vida”.
¿Qué elementos tienen en común los “mejores programas” a nivel internacional para involucrar a hombres?
Sabemos que tenemos que aunar esfuerzos
entre los cambios individuales y los cambios institucionales y
estructurales. Obviamente esto no es nada nuevo. El movimiento feminista
se ha basado en este precepto, y es igual de válido para los hombres.
Tenemos que trabajar con hombres para transformar sus vidas a nivel
individual, pero también tenemos que conseguir el apoyo institucional y
las estructuras jurídicas que lo permitan e impulsen.
Hemos aprendido que algunos métodos
funcionan mejor que otros. Como por ejemplo, que los enfoques positivos
tienen más éxito a la hora de que hombres y niños reflexionen sobre sus
vidas, sus relaciones con las mujeres, sus actitudes y comportamientos.
Los enfoques positivos sirven mejor para realmente motivarles hacia el
cambio. Solamente regañar a los hombres sobre los comportamientos que no
nos gustan no llegará muy lejos. No ayuda a la transformación
individual. Sabemos que los enfoques positivos son la clave.
Sabemos que los programas que han
funcionado son aquellos que son “transformativos de género”. Es decir,
que cuestionan lo que significa ser un hombre. No se trata simplemente
de decir “debes apoyar los derechos de las mujeres” o “debes practicar
sexo seguro” o “no se debe golpear”, sino que además se hable de las
vidas y los valores de los hombres. Porque si los hombres no tienen la
oportunidad de reflexionar sobre su propia construcción de género, van a
seguir perpetuando los comportamientos que se derivan de una cierta
definición de hombría, de ciertas formas de poder y privilegio que les
hemos otorgado. Si no cuestionamos el poder y el privilegio, si no
afrontamos estas visiones estereotipadas de la masculinidad, no vamos a
ser capaces de ayudar a los hombres a que realmente cambien.
Sabemos que los programas tienen que ser
positivos, que tienen que incluir la transformación de género en el
corazón de su trabajo, y tienen que estar en concierto con las
iniciativas de las organizaciones de mujeres. No se trata de “caballeros
al rescate de la mujer”, ni de hombres cultivando su espacio separado,
sino de trabajar como aliados con las mujeres.
Se están empezando a formar redes de
grupos de hombres que trabajan por la igualdad de género en todo el
mundo. ¿Qué podemos decir que están aportando?
Sí, opino que sí están aportando. Al
trabajar con hombres para tratar de cambiar sus actitudes y
comportamientos, te obligas a entender las cosas, a cuestionarte a ti
mismo. Se ha empezado a incluir a los hombres dentro del discurso de
género.
No estoy diciendo que los hombres lo
inventaron. Hay mujeres que tanto desde el ámbito intelectual como desde
el activismo han dedicado mucha energía a involucrar a los hombres o
para teorizar sobre hombres y masculinidades. Pero este proceso ha
requerido articular una comprensión más matizada de los hombres como
seres generizados. Así que creo que eso ha sido una contribución al
feminismo.
Si nos fijamos en algunos grupos de
hombres igualitarios, su trabajo ha ayudado a crear una mayor conciencia
entre los hombres sobre la violencia de género. En algunos casos
posiblemente hayan contribuido incluso a generar leyes, pero es difícil
generalizar en todo el mundo.
Veo algunos ejemplos en mis viajes. Por
ejemplo en Turquía, había un maravilloso programa que fue iniciado por
una de las agencias de la ONU. Turquía tiene leyes contra la violencia
contra las mujeres, pero los agentes de policía, principalmente hombres,
no estaban implementándola. Así que comenzaron un programa en cascada,
dirigido sobre todo a los agentes de policía hombres. No era suficiente
con tener una ley sobre la violencia contra las mujeres, no era
suficiente con unos anuncios de televisión. Necesitaban policías que
aplicaran la ley. Y la mayoría de agentes de la policía eran hombres.
Había que concienciarlos.
Gizonduz es una iniciativa del
Gobierno Vasco, dirigida por Emakunde que busca involucrar a los hombres
en el continuo esfuerzo por la igualdad. ¿Conoce su trabajo?
El trabajo es fantástico, porque han
estado trabajando en toda una serie de iniciativas diversas. Por ejemplo
el trabajo con nuevos padres, es decir, hombres en posiciones de
cambios vitales. Trabajar con nuevos padres es crucial porque es cuando
empiezan a repensar sus valores, a reflexionar sobre qué es lo
importante en sus vidas. También está su trabajo con diferentes
instituciones, en las escuelas y así sucesivamente, sin limitar el
trabajo a un solo campo. Lo mejor es cuando veo a diferentes
organizaciones, incluso dentro de un mismo país, que utilizan diferentes
enfoques y son capaces de ser catalizadores para que otros puedan
iniciar su propio trabajo en su escuela o lugar de trabajo.
La campaña del Lazo Blanco nació de
una tragedia. A veces estas tragedias pueden provocar reformas o incluso
leyes, pero, ¿Cuándo va a ser el momento adecuado para que se aborde
como sociedad la raíz de la construcción social de la masculinidad
violenta?
Cuando empezamos la campaña del Lazo
Blanco en 1991, fue por varias cosas, la más inmediata fue el asesinato
de 14 mujeres por un hombre que culpaba a las mujeres de que no le
habían admitido en la Universidad. Esto provocó un debate nacional sobre
la violencia contra las mujeres en Canadá.
Pero desde el principio, el enfoque
específico, el lenguaje específico, se dirigió hacia los hombres para
acabar con nuestro silencio sobre la violencia contra las mujeres. Nos
dimos cuenta de que los hombres a los que podríamos llegar no eran
necesariamente los hombres que estaban usando la violencia en sus
relaciones, sino la mayoría de hombres que no la estaban ejerciendo pero
que con su silencio estaban permitiendo que continuara. Nos planteamos
dirigirnos a los que no estaban usando la violencia, interpelándolos a
hablar con sus hermanos, hijos, padres y compañeros, entre los cuales sí
estaban los que utilizan la violencia. Pero a la vez queríamos que los
hombres examináramos nuestras propias actitudes y comportamientos. No
bastaba con decir “pórtate bien, no golpees” aunque esto fuera una parte
clave del mensaje.
Así que en el movimiento del Lazo
Blanco, o en mi propio trabajo, siempre hemos hablado de la construcción
de la masculinidad. En cuanto desarrollamos recursos educativos para
las escuelas, no se trataba únicamente de llevar un lazo blanco y ser
buenos. Hemos llevado a cabo programas en las escuelas para hablar
sobre hombres y masculinidad. Hay que examinar aquellas expectativas
sociales sobre la virilidad que conectan con el poder de los hombres.
Por ejemplo, que en su socialización, los hombres puedan acabar
arrogándose el derecho a ciertas prerrogativas, y cómo algunos hombres
usan la violencia para mantener el poder. Desde el primer momento
vinculamos el trabajo al análisis de nuestras concepciones alrededor de
la hombría.
Pero siempre te encuentras en una
disyuntiva entre la complejidad de la tarea y la inmediatez que requiere
un mensaje claro. Si diseñas un cartel, no puede ser un discurso de
1000 palabras sobre los hombres, la masculinidad y el feminismo. Hay que
contribuir a un discurso social que ya está teniendo lugar. Las mujeres
son las que se están asegurando de que este discurso exista.
Lo que realmente me preocupa es lo
contrario. A veces veo grupos de hombres bien intencionados que piensan
que si ellos no parecen “suficientemente feministas”, entonces de alguna
manera están decepcionando a nuestras hermanas y mujeres, por lo que
acaban perdiendo su capacidad de comunicarse con la mayoría de los
hombres.
Creo que debemos preocuparnos menos de
asegurarnos siempre estar cumpliendo con todo el discurso, y pensar más
en cómo podemos crear oportunidades para que unos hombres desafíen a
otros a hablar; para que ese chico en la escuela diga algo a su amigo
que le cuenta un chiste sobre una violación. Puede que ese chico no sepa
la palabra patriarcado. Puede que no sepa qué es el feminismo, pero yo
quiero que interrumpa ese chiste. Es fundamental profundizar en la
comprensión y el análisis para nuestro trabajo, pero para hacer el
trabajo corriente del día a día, no podemos ser demasiado puntillosos.
Por supuesto, no podemos ser
demasiado puntillosos pero, por ejemplo, Obama en su discurso después de
la última masacre de armas en los EE.UU., lamentaba que sea tan fácil
para “un hombre o una mujer” conseguir un arma de fuego, cuando en
realidad el problema no es con las mujeres que compran armas. ¿Cuándo
vamos a señalar también ese problema?
Absolutamente cierto. Mis colegas y yo en Norte América hemos estado diciendo y escribiendo que la violencia masculina es el “
elefante en la habitación”. Por
ejemplo, en EE.UU., en estos asesinatos en masa constantes nunca se
identifica explícitamente que los perpetradores son hombres. Si fueran
mujeres las que estuvieran cometiendo cualquiera de estos asesinatos, se
suscitaría un gran debate público sobre “qué está pasando con las
mujeres últimamente” Pero son hombres y es casi invisible.
Sí, tenemos que nombrar el problema. Y
el problema no son los hombres. El problema es nuestras concepciones
dominantes sobre la masculinidad, la desigualdad entre hombres y
mujeres, y las estructuras, instituciones, e ideologías del patriarcado.
La manera en que lo expresemos va a ser diferente según el contexto.
Tenemos que poder transmitir cierta complejidad y sin embargo ser
capaces de conectar con nuestro interlocutor. Pero es bastante básico.
Son hombres los que están tirando del gatillo. Es un problema de cómo
criamos a los niños para ser hombres.
Por tanto, estoy totalmente de acuerdo,
vamos a nombrarlo. Un ejemplo de no nombrarlo es cuando nos referimos a
la violencia como familiar o doméstica. Hay violencia familiar, puede
haber violencia contra los niños, violencia contra los hombres, pero
sabemos que la violencia más letal dentro de la familia es la cometida
por los hombres, no todos, pero la mayor parte. Así que vamos a
nombrarla como violencia de los hombres.
Muchos hombres relatan cómo han llegado a reflexionar sobre la igualdad
como resultado de un cambio en sus vidas, sobre todo la paternidad. Como miembro de MenCare, ¿Cuáles son algunas de las políticas públicas más transformativas que conoce en este campo?
Los líderes, en términos de cambios en
las políticas, específicamente en los permisos parentales, son los
países nórdicos. En Islandia, por ejemplo, para los nuevos padres, si es
una pareja heterosexual, la madre recibe 3 meses, el padre recibe 3
meses y hay otros 3 meses que se pueden repartir entre cualquiera de los
dos. En Suecia, tienen un año que pueden dividir, la mitad cada uno,
los dos al mismo tiempo, un mes uno y otro mes otro, por lo que lo han
hecho muy flexible, y cobrando un porcentaje bastante alto de su sueldo.
Realmente han posibilitado que no solo
mujeres, sino también hombres, tomen tiempo de su trabajo remunerado
para dedicarse a ser padres. Ese es uno de los cambios en políticas
públicas que más impacto han tenido en transformar la sociedad.
En Quebec, cuando cambiaron la
legislación sobre los permisos para padres, haciendo que fueran más
fáciles de conseguir y mejor pagados, se disparó el porcentaje de nuevos
padres que los utilizó. Ahora la gran mayoría de padres están
utilizando estos permisos, al igual que en los países escandinavos. Por
lo tanto, lo primero son las políticas de permiso parental.
Pero también hay que mejorar las
políticas de cuidados de hijas e hijos. Por ejemplo, en Quebec
implantaron una nueva política de guarderías públicas muy asequibles,
que costaban una fracción de lo que pagan otros canadienses. La medida
facilitó que más mujeres pudieran trabajar fuera de casa, y que más
mujeres con empleo pudieran permanecer en sus trabajos remunerados. Con
más mujeres trabajando en empleos remunerados se consiguió también
aumentar la recaudación de impuestos y eso pudo financiar de sobra el
programa.
Necesitamos políticas específicas dentro
de los lugares de trabajo que fomenten y no estigmaticen a madres y
padres que solicitan bajas por parentalidad. Necesitamos políticas que
fomenten la flexibilidad laboral, como el trabajo compartido o a tiempo
parcial. Tenemos que ser capaces de garantizar que las personas puedan
dedicar el tiempo y la energía que necesiten a ser buenos padres y
madres, sin sacrificar su trabajo remunerado.
Pero además de implantar políticas
públicas, hay que formar a las direcciones de las empresas para que
lideren con el ejemplo. Por ejemplo, aunque en tu lugar de trabajo
existan facilidades sobre el “papel”, si tu superior en la empresa se
jacta de cómo él sólo se tomó media jornada cuando tuvo familia o ella
sólo una semana, ¿Eso es algo de que presumir? ¿Qué clase de ejemplo
están dando? Necesitamos formación. Esto es crítico.
En resumen, hay que combinar los grandes
cambios en las políticas, con cambios específicos en los centros de
trabajo, y en algunos campos y áreas de trabajo o instituciones.
Por ejemplo en Inglaterra hay un grupo,
el Instituto de la Paternidad, que estaba trabajando con algunas
escuelas para tratar de animar a más padres a venir a las reuniones con
el profesorado, ya que siempre eran mayoritariamente las madres las que
venían. Así que enviaron un aviso que decía, “Todos son bienvenidos”.
Aun así aparecieron más madres. Se preguntaron qué estaban haciendo mal,
y decidieron nombrar el problema. Así que la próxima vez escribieron:
“Todos los padres y madres son bienvenidos.” Y de repente vinieron
muchos más padres. Así que en parte se trata de hacer visible lo que es
invisible.
Con respecto a la violencia masculina, recientemente ha publicado una novela The Afghan Vampires Book Club (“El Club de lectura de los vampiros afganos”), en el que junto con Gary Barker, otro gran experto en la participación de hombres por la igualdad, asegura “queríamos abordar el tema de la masculinidad, la guerra y la amenaza de un estado que nos vigila“. ¿Cómo sería el mundo si pudiéramos alguna vez dejar de enseñar, o socializar a los hombres para matar?
Acabo de estar en Portugal, en Évora,
donde hay muchas excavaciones neolíticas, que se remontan a 5.000-7.000
años atrás. Las que se datan hace 7.000 años parecen ser
pre-patriarcales. Son del principio del período de la domesticación de
los animales y la agricultura. Han encontrado círculos de piedras que
son calendarios de las estaciones, que reconocen y celebran la vida. Los
sitios que datan de un par de miles de años más tarde eran tumbas de
los líderes masculinos y en ellas han encontrado armas. Es en este
período cuando nuestras culturas pasaron de ser sociedades en gran
medida pacíficas a ser sociedades basadas en la guerra y la agresión;
cuando los hombres tuvieron que, o bien armarse para defenderse de otros
hombres, o bien usar esas armas para atacar y agrandar sus territorios.
8.000 años hacia atrás no es tanto tiempo en términos de historia de la
humanidad. Cuando pensamos en la relación entre la violencia y el
patriarcado, entendemos que desde el principio fue la sociedad la que
movilizó la violencia de los hombres. Y según se fueron desarrollando
los Estados más tarde, estas sociedades estado entrenaban a grupos de
hombres para ser guerreros, para luchar.
Nuestra novela examina el impacto de la
guerra en los soldados que combaten, pero también sobre la sociedad que
libra esas guerras; cómo estas guerras, a medio mundo de distancia,
realmente afectan a nuestras propias culturas, las elecciones que
hacemos, nuestras ideas sobre nosotros mismos, lo que entendemos por
seguridad. Creo que esos efectos son profundos. Lo podemos ver con mucha
claridad. Que tantas personas hayan aceptado una reducción drástica de
las libertades civiles en sus propios países en nombre de una supuesta
seguridad, a pesar de que no nos hace más seguros, de alguna manera nos
hace más vulnerables.
El proyecto del patriarcado no sólo ha
sido un proyecto de dominación del hombre sobre la mujer, sino de
dominación de unos hombres sobre otros. Y, por supuesto, de la
dominación del hombre sobre la naturaleza. Cuando pensamos en la guerra y
la paz, o en la destrucción del medio ambiente, todo ello es parte del
proyecto patriarcal: controlar el medio ambiente, controlar la
naturaleza, controlar a las mujeres, controlar a otros hombres, y el
control de uno mismo y su propia vida emocional.
El reto feminista al patriarcado es tan
profundo, que a medida que los hombres se unen a la tarea, llegamos a
las raíces de toda una serie de problemas y cuestiones vitales en
nuestra sociedad.