9/29/2023
Prensa México viernes 29 de septiembre de 2023
9/28/2023
Prensa México jueves 28 de septiembre de 2023
Netflix y el PRIAN
Netflix estrenó hace poco una serie llamada Transatlántico donde relata la vida de los refugiados del nazismo en el Hotel Splendid, y más tarde, en una villa de Marsella. Los pintores surrealistas André Bretón, Marc Chagall, Max Ernst y la pensadora Hannah Arendt, conviven con prisioneros fugados de campos de concentración, y africanos que ayudan a la Resistencia francesa y al servicio de espías británicos que siguen tratando de liberar presos de la salida de Dunkerque. Pero la historia principal es el enamoramiento —es Netflix— entre una rica heredera de la compañía de Chicago que inventó la calefacción para los vagones de trenes, Mary Jane Gold, y el joven alemán, Albert Hirschman. Ella usa su herencia para ayudar a Varian Fry, dirigente del Comité de Rescate de Emergencia, cuyo objetivo es sacar judíos de la Alemania Nazi. En la vida real, tuvieron un éxito relativo al pasar por la frontera con España hacia Lisboa o con documentos falsos vía los barcos a cerca de dos mil personas, mientras que —y hay que presumirlo, aunque Netflix no tenga una serie sobre él— el Cónsul mexicano, Gilberto Bosques, logró rescatar a 30 mil, que vinieron a México, nada más ni nada menos, que a seguir vivos.
Digo esto porque la serie de Netflix me hizo releer a Albert Hirschman, que no era el seductor amante de Mary Jane Gold, sino un militante anti-fascista que participó en la Resistencia francesa y en la lucha contra la dictadura de Franco en España. A los 87 años escribió un ensayo llamado La retórica de la reacción, y a eso se refiere el título de esta columna, porque el texto de Hirschman sigue siendo crucial para entender a la reacción, entre otras, la de Claudio X. González y sus tres partidos franquicia. De eso tratará esta videocolumna.
Hirschman analiza tres componentes de la reacción a tomar en cuenta: uno es que todo cambio acaba por pervertirse; dos: que es inútil la transformación porque no resuelve los problemas estructurales; y la tercera es que cambiar implica un riesgo de “lo que puede venir después”, que es siempre es un desastre. A estas tres condiciones les llama “perversidad, futilidad, y peligro”, y las podemos ver en el discurso de nuestras tres derechas: la católica-empresarial; la heredera de los cristeros, y la que se dice “socialdemócrata”, como el PRD, el PRI, el Partido del Movimiento Ciudadano, y sus afluentes entre los catedráticos y los medios corporativos con sus periodistas “imparciales”. Pueden sintetizarse en tres frases: el cambio “se va a descomponer y servirá al propósito contrario que enuncia”, el cambio “no va a servir”, y el cambio “provocará la destrucción de lo valioso”. Pero veamos más en detalle lo que Hirschman veía en la derecha reaccionaria en los años de Reagan, Thatcher, Pinochet, y acá, humildemente, del PRIAN de Carlos Salinas de Gortari.
La perversión de algo en su contrario está presente: escuchamos a los opositores reaccionarios decir todos los días que demasiada democracia producirá una dictadura y que los programas de contención de la pobreza, producirán más pobres. Así de estrambótico como suena, lo dicen y no se carcajean a continuación. Hirschman nos hace la historia de esta idea que se tomó como un dogma: si la Revolución francesa, que luchaba por la igualdad, fraternidad y libertad, terminó en el Terror y en la dictadura imperial de Napoleón, toda transformación progresista llevará a ese mismo desenlace. Quien enunció el dogma, Edmund Burke, el padre del pensamiento reaccionario, se olvidó de que fue el acoso contra la Revolución francesa de parte de la Santa Alianza de la Rusia zarista, Prusia, Austria y más tarde, Gran Bretaña, que buscaban ahorcarla con embargos, ejércitos invasores, y sabotaje, lo que endureció y radicalizó a los revolucionarios franceses. No fue, pues, una ley de alguna inexistente “ciencia de la historia”, sino la consecuencia de la intervención de los absolutismos y de la Inglaterra imperialista. Era lo contrario de la “mano invisible del mercado”, el sustituto secular de Adam Smith para la Divina Providencia, que hace un bien colectivo de la suma de personas persiguiendo su interés personal. Aquí es lo contrario: los revolucionarios que persiguen el bien público, terminan sirviendo, sin saber cómo, a los vicios de unos cuantos privados. Es una forma de pesimismo que ve en la acción humana un inminente involución. Es el paso de la confianza en el progreso al romaticismo alemán. Pero no nos vayamos hasta inicios del siglo XIX: ahora mismo, la derecha reaccionaria busca desalentarnos, diciendo que deberíamos estar “decepcionados” de López Obrador y su nuevo modelo de política, y si no lo estamos, vivimos engañados o somos ilusos. Al desaliento que deberíamos sentir por el sólo hecho de que ellos nos consideren “inteligentes”, la derecha le añade otras formas de pesimismo dogmático: el “todos son iguales”, “las cosas de la política nunca cambian y el cambio sólo está en ti”, además del consabido, “las cosas cambian siempre para peor”. La reacción siempre estará contra la esperanza. La única ilusión que alguna vez creó por ahí de 1989, fue que no vivimos en una sociedad desigual por motivos de clase social, región del país, género, discapacidad, color de piel, y aspecto físico, sino en una donde sólo se premia el esfuerzo y el talento. La meritocracia ya merito es una forma de la fe. Pero es siempre la izquierda la que ha dominado la esperanza. La derecha es casi siempre resultado del miedo.
La perversión del resultado de las buenas intenciones encuentra dos fórmulas actuales: la democratización como un proceso en el que los antes excluidos del debate y las decisiones públicas se va ampliando, sólo puede conducirnos al absolutismo, a la dictadura de la mayoría o a la de un solo líder carismático que embelesa a los ilusos. Y son ilusos porque, se supone, no saben de política, pero basta ver las respuestas a temas públicos de los apoyadores de López Obrador contra las ridículas conspiraciones “comunistas” de las señoras de las marchas del “INE no se toca”, para demostrar que la estupidez pública, la distorsión informativa, y los prejuicios están del lado del Frente Opositor, Latinus, y la Suprema Corte de Justicia. Uno de estos prejuicios nos viene de la falsa idea de que, por separado, los individuos son racionales, pero, en grupo son emocionales, irracionales, vengativos, e irracundos, susceptibles de ser “hipnotizados” por el líder. Esta idea se la debemos a Gustave Le Bon y a su admirado Herbert Spencer, que la llevaron a las mayorías parlamentarias, donde —argumentan— por querer hacer un bien, crean más burocracia, más gasto público, y por tanto, tendrán un resultado inverso al que se proponen. Estos dos pensadores propiciaron el fascismo europeo en su momento.
El otro sesgo fundamentalista es el de que ayudar a los más pobres genera más pobreza. Esto se puede ver en los ataques de los neoliberales al salario mínimo que —decían sin mucha evidencia—, aumentaba la inflación porque había más gente demandando mercancías. O en la idea de Reagan y los Bush de que había que “premiar” la riqueza con exenciones fiscales y “castigar” la pobreza quitando programas sociales porque los pobres se volvían ociosos y negligentes si tenían el dinero asegurado. Esto jamás se probó en la realidad, sino como dogma neoliberal, y los datos de la disminución de la pobreza y de la desigualdad entre los más ricos y los más pobres, y que los beneficiarios de los programas de López Obrador son los que más horas trabajan, son tan contundentes, que los medios eligieron mejor ni hablar del tema. El efecto perverso de todo cambio, tiene, agrega Hirschman, una base religiosa: ahí donde los hombres y mujeres quieren reorganizar su mundo, incurren en soberbia, y por tanto serán castigados con una consecuencia inesperada e inversa a la que buscaban.
Ahora vayamos a la segunda favorita de la retórica reaccionaria: la irrelevancia de los cambios, que Hirschman llama “futilidad”. Hirschman lo define así: (para la reacción) “el intento de cambio es abortivo, ya que de una forma u otra cualquier supuesto cambio es, fue o será en gran medida superficial, fachada, cosmético y, por tanto, ilusorio, ya que las estructuras “profundas” de la sociedad permanecen totalmente intactas”. Aquí vemos a muchos de la derecha reaccionaria pero también otros, pocos, de la izquierda radical que no creen en elecciones, ni en el Estado, ni en otros que no sean sus vecinos. Es la regla de la inmovilidad. Así, la reacción dirá que el PRI es Morena y no el PRI que postula a Xóchitl Gálvez, por ridículo que parezca. Dirá que hay “dedazo” incluso con cinco encuestas espejo. Todo es igual a lo que ya ocurrió: si veo un camión, hay acarreo. Que hay “elección de Estado” cuando la gente votó en el Estado de México casi como lo había hecho en 2018, cuando Morena no tenía la Presidencia de la República. Se dirá que, con Claudia Sheinbaum se instalará un “Maximato” de López Obrador sin pestañear por el simple hecho de que, cuando Plutarco Elías Calles, no había elecciones ni siquiera simuladas y, por ende, esa figura política de control caciquil sólo se puede dar en ausencia de democracia, con jefes militares regionales, con cuartelazos asechando en cada esquina. La futilidad de todo, esa resignación intelectual, a que “todo cambia para seguir igual”, en la expresión siciliana de Giuseppe de Lampedusa. O, como escribió Tocqueville: “No hay cambio sino la ilusión del cambio”. Esto hermana a los que creen que todo es espectáculo, que el tren al AIFA era un simulador, que la “mañanera” sólo es “bla-bla-bla”, y que todos son iguales. De hecho, Hirschman traza la historia de esto hasta la idea de Gaetano Mosca a inicios del siglo XX, que inventó el término “clase política”, un grupo inamovible que se hacía votar por una mayoría que lo legitimaba. Así, la democracia para Mosca no existía más que como mentira. Está, digamos, muy mosqueada. Otro italiano contemporáneo, Vilifredo Pareto, es el antecedente de gente como Milei, Trump, y Salinas Pliego, es decir, los que creen que el Estado está constituido por un grupo que explota a los demás cobrándoles impuestos. En vez de que la explotación se haga por los propietarios de los medios para producir mercancías, Pareto ve la misma en la “élite de la burocracia política” explotando al resto. Pareto tampoco creía en los programas sociales sino en el aumento total de la riqueza para distribuir mejor, un antecedente del reparto por “goteo” de los neoliberales. Los sindicatos, los partidos, eran una oligarquía que detentaba el poder siempre y no había necesidad del sufragio de los ciudadanos. Escribe Hirschman: “El efecto perverso ve el mundo social como notablemente volátil, y cada movimiento conduce inmediatamente a una variedad de contraataques insospechados; los defensores de la futilidad, por el contrario, ven el mundo como algo altamente estructurado y que evoluciona según leyes inmanentes, que las acciones humanas son ridículamente impotentes para modificar”. Así, la futilidad de toda acción política conduce a nuestros reaccionarios, aquí sí de derecha y de izquierda, al mismo callejón de no probar programas, organizaciones, rutas distintas, sino desecharlas desde antes de implementadas por no poder afectar una estructura inamovible que siempre triunfará por sobre las voluntades colectivas. Escribe Hirschman: “Aunque se diga, indistintamente, que las políticas y los programas son ingenuos o egoístamente astutos, la tesis de la inutilidad se nutre del “desenmascaramiento” o la “exposición”, de la demostración de la inconsistencia entre los propósitos proclamados (establecimiento de instituciones democráticas o de programas de bienestar redistributivos) y la práctica real (continuación de la política social). El problema con este argumento es que se proclama su inutilidad demasiado pronto. Se aprovecha la primera evidencia de que un programa no funciona de la manera anunciada o prevista, de que está siendo obstaculizado o desviado por estructuras e intereses existentes. Hay una prisa por emitir juicios y no se tiene en cuenta el aprendizaje social ni la formulación de políticas correctivas incrementales”. Y, al final, dice el buen Albert: “Sólo de vez en cuando uno quisiera verlos un poco menos desengañados y amargados, tal vez con un toque de esa ingenuidad que tanto se empeñan en denunciar, con cierta apertura a lo inesperado, hacia lo posible”.
Ahora vamos a la última táctica retórica de la reacción, el riesgo, el peligro para México, para evocar con nostalgia la campaña negra que Felipe Calderón y la Coparmex le hicieron a López Obrador para anticipar el fraude de 2006. No es que sostengan que la reforma propuesta en sí es incorrecta; más bien, afirman que “conducirá a una secuencia de acontecimientos tales que sería peligroso, imprudente o simplemente indeseable avanzar en la dirección propuesta (intrínsecamente correcta o justa)”. Así, no están mal los programas sociales, si no fuera porque conducen a endeudar al país o a tener que gastar cada vez más de los impuestos para sostenerlos. Esa una de las cinco o seis posiciones de Xóchitl Gálvez, siendo una la de que los beneficiarios son unos “huevones”. La oposición en los medios ha sido rica en anunciar peligros: desde que la vacunación tardaría 137 años a que un decreto para agilizar los trámites de las obras podía convertirse en un “golpe de Estado”, como anunció Denise Dresser. A eso se están refiriendo normalmente cuando se les saltan los ojos por “la destrucción de México”, a que no se vale poner en riesgo viejas estructuras, como el INE, el de la Transparencia, o la Policía Federal, cuando lo nuevo que se propone, a lo mejor resulta peor. Es un fatalismo, que combina perfecto con la consecuencia inesperada y la inmovilidad de todo y dice: lo que perdemos es más valioso que lo que ganamos. Es el “un paso adelante que es dos pasos hacia atrás”. Es el enraizado en la clase media mexicana: “más vale malo por conocido que bueno por conocer”. Es pura desconfianza del cambio. Lo que le ha sucedido a la reacción es confundir lo probable con lo posible: sí, en efecto, lo que es posible no siempre se refleja en lo que realmente sucedió y, así, el establecimiento de un nuevo procedimiento para elegir consejeros electorales no devino en el fin de la democracia, como lo aseguraron los opositores y los pobres que fueron a su marcha “rosa”. El problema con esta estrategia, es que la mayoría no valoramos ninguna de las instituciones que nos dicen que van a ser barridas, destruidas, por lo nuevo. Tendríamos que tenerles apego o respeto para sentir que deben ser salvadas de los cambios. Y esto no es así, al menos, en la mayoría de los electores mexicanos.
El cambio, o trae lo contrario de lo que intenta o no sirve de nada porque todo es inamovible y ahistórico, o implica el peligro de tirar el agua sucia de la bañera con todo y el niño. Esas tres tácticas retóricas del bloque opositor, conformado por el McPRIAN, el sistema judicial, el sistema mediático corporativo, y algunas organizaciones no-gubernamentales, la perversión, la futilidad y el peligro, no les han dado los frutos que Claudio X. esperaba. En la nueva encuesta de María de las Heras-Demotecnia, la candidata de ese bloque tiene una intención de voto de 13 por ciento. Pero me dio el pretexto de releer a Albert Hirschman y pensar que fue un pensador mucho más interesante que el guapo de la serie en Netflix.
Fabrizio Mejía Madrid
Suprema Corte: la puerta revolvente
La historia formal de la división de poderes en México se remonta a la Constitución de Apatzingán, en 1814. Desde entonces, no hay texto constitucional que no haya definido esta división como el principio rector de funcionamiento del Estado. Sin embargo, su historia real es muy distinta. Durante el porfiriato, la presidencia convirtió a los poderes Legislativo y Judicial en agencias de trámites de sus propias necesidades y necedades. Si la historia de la política designa a Porfirio Díaz como un dictador se debe, entre otras razones, a la sujeción personal a la que sometió a los distintos poderes de la Unión.
En los años 20, la Revolución pareció abrir un breve paréntesis en esta sinuosa relación. Hasta 1927 los distintos poderes previstos por la Constitución de 1917 guardaban, no obstante el violento carácter que adoptaban frecuentemente los conflictos políticos, cierto grado de autonomía. Todo cambió en 1929 con la formación del Partido Nacional Revolucionario. El dilatado proceso que condujo desde el asesinato de Álvaro Obregón a la formación del partido único de Estado, en 1946, canceló por completo esta perspectiva. El largo reinado del PRI volvió, en cierta manera, a la misma condición del porfirato: transformó a los poderes Legislativo y Judicial en oficinas anexas: una continuación del Poder Ejecutivo.
Todo empezó a cambiar a partir de 1988. El fraude cometido por Carlos Salinas de Gortari en la elección presidencial contra el Frente Democrático Nacional (la coalición de una multitud de grupos de izquierda con una franja recién salida del partido oficial) no impidió que el PRI perdiera, por primera vez en su larga existencia, la mayoría constitucional en la Cámara de Diputados. Un golpe que, al parecer, resultó irreversible (léase: el auténtico origen de la democracia parlamentaria en México se encuentra en la infrahistoria de la izquierda). Desde entonces, ningún presidente ha logrado gobernar sin los cuestionamientos, impugnaciones y disensos del Poder Legislativo. Un hecho que hoy nos parece casi natural. En esos mismos años, la trayectoria del Poder Judicial fue más sinuosa. Sólo en ciertos momentos logró sortear la sujeción impuesta por los presidentes de la tecnocracia hasta 2018.
Sin embargo, no hay duda de que tocó al gobierno de Morena instaurar, por primera vez en la historia que separa al siglo XIX del XXI, una auténtica división de los poderes de la Unión. Finalmente, su historia formal y su devenir real parecen coincidir, condición sine qua non para avisorar la posibilidad de una democracia que se libere de sus traspiés e interrupciones. Que esta historia haya emergido bajo la forma de una confrontación abierta entre el Poder Ejecutivo y el Judicial reitera, una vez más, que la consecución de la división de poderes nunca (y en ningún país) ha sido tarea fácil. Una confrontación definida, sin duda, por el sesgo conservador actual de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN). Cabe decir que si la retórica presidencial no se ha cansado de lapidar este sesgo, la Presidencia ha acatado todas y cada una de las decisiones adoptadas por los prelados. La historia decidirá qué papel jugó cada poder en esta auténtica reforma del Estado.
No obstante, se trata de algo más que un sesgo conservador. Si se sigue la actuación de la SCJN frente al crimen organizado, ya sea por decisión directa o avalando a juzgados locales, la tendencia es unánime: una y otra vez la Corte protege a los delincuentes. Lo hace de múltiples maneras. The Guardian y Jenaro Villamil han compilado una lista de 20 casos con flagrantes violaciones al orden constitucional por parte del Poder Judicial: los criminales ingresan por una puerta a las cárceles y a las dos o tres semanas salen exonerados por la puerta siguiente; les incautan avionetas cargadas de estupefacientes y, al poco tiempo, se las devuelven; se decomisan casas de secuestradores y un mes después retornan a sus manos originales; se detienen camiones enteros con niñas secuestradas para la trata de blancas, y las mismas niñas aparecen en Estados Unidos, y así sucesivamente.
Cada uno de los jueces que conforman la SCJN tiene una historia plagada de fechorías (recientemente, se descubrió que uno de ellos ¡había escondido!, durante meses, una carpeta en la que se obligaba a una corporación a pagar 25 mil millones de pesos por evasión de impuestos). El dilema reside en que, por su naturaleza, en tanto que corte constitucional, no existe ningún poder que vigile, controle y sancione las decisiones de SCJN. Es decir, esos cada día más dudosos prelados son juez y parte de sus propias acciones.
Si realmente existe un afán de combatir al crimen organizado, la próxima administración (gane quien gane las elecciones presidenciales) tendrá que internarse en una reforma al Poder Judicial, cuyo centro sea despojar a la SCJN de su carácter de tribunal constitucional y crear, por separado, una nueva corte constitucional. En una república solvente, alguien tiene que tener el poder de juzgar a los jueces. De otra manera, el siglo XXI mexicano continuará sometido a jueces que protegen a criminales y criminales que corrompen a jueces. Un círculo auténticamente infernal.
9/27/2023
La baja delincuencia se transformó en poderosa; hoy sóla puede pagar una campaña presidencial; antes sólo colaboraba
Una verdad que se construye entre muchos
Utopía
Eduardo Ibarra Aguirre
Un poco tarde quizá, el presidente Andrés Manuel fijó la postura más a fondo del gobierno federal en torno al caso de Los 43 –pero que en rigor son 41, pues los restos de dos estudiantes fueron identificados tiempo ha– y los nuevos giros discursivos de Vidulfo Rosales y otros abogados, también de asesores que no dan la cara, sobre los avances en la investigación nueve años después de la conocida como Noche de Iguala, Guerrero, y que el protagónico e incluso exhibicionista litigante niega en los siguientes términos:
“Tras casi dos horas y 45 minutos de intercambio, en entrevista al salir de la reunión, el abogado de las familias, Vidulfo Rosales, expresó que ‘fue peor (ésta), pues el informe presentado por (Alejandro) Encinas incorpora elementos nuevos más cercanos a la verdad histórica, criminaliza a los estudiantes al referir que había una infiltración y reduce los hechos a un tema meramente local, que la responsabilidad radica principalmente en Guerreros Unidos, dejando fuera la responsabilidad de las autoridades’” (La Jornada, 26-IX-23).
Son los “elementos nuevos” que incorporó el subsecretario de Gobernación en el informe que rindió ante los padres de los normalistas rurales asesinados –es alucinante suponer que nueve años después estén vivos–, lo que Rosales empata con “la verdad histórica” del entonces procurador Jesús Murillo Karam –actualmente preso junto a más de un centenar de presuntos involucrados, incluidos 20 militares y de ellos dos generales–, la mayoría de los medios presentaron como “la nueva narrativa construida por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador sobre esos crímenes está más cercana a la verdad histórica” que a la realidad.
La ambigüedad de la frase fue superada con la advertencia de que decepcionados tras no encontrar las “respuestas prometidas”, los familiares y sus representantes adelantaron que analizarán si continúan o no en diálogo con el gobierno de la Cuarta Transformación, mantendrán el plantón en el Campo Militar 1-A y fijarán una posición.
Por desgracia el desgaste del movimiento por los nueve años transcurridos, los evidentes errores de dirección como la interferencia excesiva de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación de Guerrero y el vandalismo como “forma de lucha”, la toma de tramos y casetas de autopistas porque voló la mosca, no los colocan en la mejores condiciones, sino en una de desgaste y debilidad, por más que la causa de localizar el paradero de los estudiantes rurales sea completamente justa, aunque con alguna frecuencia aparezca en segundo plano.
Si falta o no información, la grabación de una llamada entre otras, eso sólo lo saben los protagonistas, pero suena a broma de mal gusto la advertencia –¿o amenaza?– de interrumpir el diálogo con el gobierno de López Obrador porque sin diálogo es harto difícil hacer política y menos en condiciones de debilidad, salvo que pretendan incidir en la coyuntura con la vista puesta en junio de 2024 y ganar aliados en las oposiciones empresariales, partidistas y mediáticas, representadas en el estrecho Frente Amplio y su desfondada precandidata presidencial Xóchitl.
O si de plano lo que importa es sentar en el banquillo de los acusados al Ejército como institución y no a personas físicas concretas, a mandos específicos, pues las decrecientes y limitadas filas en el movimiento no alcanzan para este propósito inviable.
En todo caso el error básico es del gobierno de AMLO al privilegiar hasta el extremo, durante 4.8 años, a 41 estudiantes desaparecidos por encima de más de 100 000 mexicanos que están en la misma condición desde hace décadas, no en el último quinquenio como se quiere presentar.
Acuse de recibo
Como si la compleja tarea de la seguridad pública marchara sobre los rieles del Tren Maya, López Obrador le asigna tareas ajenas a su ámbito y responsabilidad a Rosa Icela Rodríguez, eficaz secretaria de Seguridad: primero las Tandas de Bienestar, después la regularización de los llamados autos chocolate en la frontera norte de México y ahora coordinar la renovación estructural del ISSSTE. Rodríguez Velázquez, a mi juicio, debiera concentrarse en lo suyo porque es vital para los mexicanos y el presente y futuro de la 4T… Plausibles son los avances del IMSS Bienestar, sistema orientado a 50 millones y que sustituyó al Instituto de Salud para el Bienestar, pero no es recomendable desatender al IMSS que los trabajadores y empresarios mantienen con sus cuotas, pues las cirugías todavía tienen un rezago considerable de tres meses cuando menos a un año… Va la frase de uso ordinario de la maestra emérita del Instituto Politécnico Nacional: “Soy espacio de gratitud y reconocimiento para nosotros. Con Gozo: Blanca Estela Roth”… “Amigas, amigos, les agradezco echen un ojo a este paso, si tienen interés en el tema y tiempo para conocerlo y, todavía mejor, integrarse al camino. Saludos afectuosos. Yuriria Iturriaga https://www.cruzadaporlamilpa.
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Prensa México miércoles 27 de septiembre de 2023
9/26/2023
¿Quién le teme a la clase media?
Si pensamos en los perfiles que en el transcurso de esta semana han declarado públicamente su aspiración a ser candidatos o candidatas de Morena a la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México, podemos decir que los capitalinos tienen en estos momentos un problema que a todos nos gustaría tener: tienen que escoger entre los buenos y los mejores.
Si, antes de decantarnos por una preferencia, somos completamente honestos, no podemos decir que haya algún perfil indeseable, incompetente o impresentable en esas filas, que incluyen desde Omar García Harfuch hasta Hugo López Gatell, pasando por supuesto por Clara Brugada y -probablemente, pero sin que sea seguro-, Mario Delgado. Eso no quiere decir que cualquiera dé lo mismo, y desde luego todos sentiremos preferencia por alguno o alguna sobre los demás -llegados a esta línea ya seguramente el hecho de decir que “no hay malos perfiles” en esa lista habrá enojado a algunos de los lectores o escuchas, que creerán, con todo el derecho del mundo, que el o la aspirante que ellos prefieren no sólo el mejor, sino el único bueno.
Según las encuestas, dos aspirantes llevan la delantera: Omar García Harfuch, quien se desempeñó como Secretario de Seguridad Ciudadana hasta hace unos días, y Clara Brugada, quien también hasta hace unos días era Alcaldesa de Iztapalapa. Según una encuesta de Enkoll para El Universal del mes de agosto, el exsecretario cuenta con 35 por ciento de las preferencias para ser candidato a la Jefatura, mientras que la exalcaldesa cuenta con 27 por ciento. Sin embargo, según los careos en los que se les confronta con una posible candidatura de Santiago Taboada en el PAN, ambos aventajan al candidato opositor con más o menos los mismos números (53-39 por ciento si el candidato es Harfuch, 52-40 por ciento si es Clara Brugada).
García Harfuch fue, sin duda, un funcionario ejemplar al frente de la SSC, pues durante su gestión los índices delictivos en la Ciudad de México disminuyeron hasta 57 por ciento. La percepción de inseguridad se redujo diez puntos en tan sólo un año, según las cifras del Inegi, y pasó de 67.4 por ciento en 2022 a 57.1 por ciento en 2023. García Harfuch logró transformar la institución a su cargo, mediante un programa de desarrollo policial que incluye certificaciones, incrementos salariales pero también la denuncia y sujeción a proceso de elementos que cometieron faltas graves, incluidos altos mandos. Estableció una buena relación con la Fiscalía y coordinó una Policía de Investigación -figura antes inexistente-, con la que logró desarticular varias células de grandes generadores de violencia. Desde su Secretaría se idearon e implementaron programas interinstitucionales de prevención del delito, como Barrio Adentro y Alto al fuego. Por si fuera poco, en el imaginario colectivo permea la imagen del servidor público que sobrevivió a un atentado con más de 400 disparos en el que murieron tres personas. Y, al ser lejano -al menos en apariencia- a la política tradicional, puede bien contar con el beneplácito de quienes buscan en los gobernantes perfiles menos “partidizados”.
Clara Brugada es licenciada en Economía y luchadora social de toda la vida. Desde la organización comunitaria de los vecinos de San Miguel Teotongo, una de las zonas más pobres de Iztapalapa, y su pertenencia al Movimiento Urbano Popular, hasta su militancia temprana en el Partido de la Revolución Democrática, bandera bajo la cual fue Diputada federal y local y Jefa de la Delegación de Iztapalapa de 2009 a 2012. Pero lo verdaderamente revelador está en su gestión más reciente, bajo la bandera de Morena. En tan sólo un año, de 2018 a 2019, construyó en su Alcaldía, que condensa la cuarta parte de la población de la Ciudad de México y que también acumula la mayor parte de la pobreza y el rezago, cinco Utopías. El nombre de Utopías es el acrónimo para “Unidades de Transformación y Organización para la Inclusión y Armonía Social”. Son espacios donde la gente puede tomar clases de música, de natación, de código y hasta de hockey sobre hielo.
Se puede tomar una sesión de spa mientras se lava la ropa y conseguir en el comedor comunitario comida recién cocinada por 11 pesos. Brugada las presenta como “centros de bienestar”, y el acceso a todos los servicios es gratuito. A cinco años de Gobierno, ha construido 12 Utopías, cada una con un costo de construcción de 100 millones de pesos.
¿De dónde sacó recursos esta Alcaldesa, cuya Alcaldía, por un lado, cuenta con el mayor presupuesto de la CdMx, pero al mismo tiempo con el menor presupuesto per cápita? Con un modelo de Gobierno novedoso: organiza su enorme territorio en 13 demarcaciones menores y se encarga de que cada una tenga cubiertas sus necesidades de obra pública (iluminación, bacheo y pavimentación, por ejemplo) con infraestructura y maquinaria adquirida por la propia Alcaldía, lo que reduce sus costos en hasta 50 por ciento.
Otro ámbito en el que la gestión de Brugada ha sido novedosa y contundente es en su enfoque abiertamente feminista. De ella vino la idea de los llamados senderos seguros, que en su demarcación se llaman Caminos de Mujeres Libres y Seguras. Se trata de un programa para que las avenidas más transitadas, que generalmente se usan -y especialmente las mujeres usan- para trasladarse hacia y desde sus centros de trabajo, cuenten con iluminación, cámaras de vigilancia conectadas al C5, botones de emergencia y presencia de policías auxiliares. También fundó las “Casas de las Siemprevivas”, espacios donde las mujeres que son víctimas de violencia pueden encontrar asesoría jurídica y acompañamiento psicológico. El programa Siemprevivas, cuyo nombre después fue retomado por el Gobierno federal para su estrategia contra la violencia contra las mujeres, también incluyó en Iztapalapa la visita casa por casa de decenas de miles de viviendas para difundir información sobre el problema de la violencia y dirigir a quienes pudieran ser víctimas de ella a las casas donde pueden recibir apoyo.
Escuchar hablar a Clara Brugada contagia entusiasmo por su manera creativa y eficiente de gobernar en un momento en el que podría parecer que gobernar es repetir fórmulas probadas. Indiscutiblemente el de Brugada es un perfil de izquierda que pone como prioridad la lucha contra la desigualdad, la dignificación de los más pobres y el ejercicio efectivo de sus derechos. Es decir, pasa los derechos del papel a un espacio real, cercano a la gente, donde los ciudadanos pueden encontrar eso que las leyes les dicen que merecen pero que en muchos casos los gobernantes no les ponen a mano. Tal vez esa es la característica que mejor resume la gestión de Clara Brugada: la de hacer los derechos realidades.
Sin embargo, creo que este razonamiento es erróneo, y daré tres razones. Primero, porque las inercias que actúan en una elección intermedia no son las mismas que las que animan a la gente a votar en una elección presidencial. En 2021 la oposición aprovechó lo que previó como un nivel de participación bajo de parte del oficialismo y salió a votar en números altísimos, convirtiéndola en la elección intermedia con mayor participación en 20 años. Eso no es lo que se prevé para la elección federal del 2024. Recordemos que la del 2018 tuvo 63.42 por ciento de participación.
Segundo, Morena en la Ciudad de México cuenta con una ventaja de más de 10 puntos sobre su posible contrincante, Santiago Taboada, del PAN, independientemente de si su candidato es Brugada o García Harfuch. En tercer lugar, la idea de que la clase media no aceptaría una candidata como Clara Brugada y en cambio sí votaría por Harfuch no tiene sustento. Dice Clara Brugada en una entrevista con Sabina Berman que hay dos tipos de clase media: hay una clase media conservadora y una clase media progresista. Ella está segura de que, si la clase media progresista conoce su trabajo, la preferirían como Jefa de Gobierno. Hay que considerar que en una encuesta a población abierta es posible que la clase media conservadora prefiera a García Harfuch, pero la verdad es que, llegado el momento de la elección, jamás cruzarían en la boleta el logo de Morena, así el candidato fuera Harfuch o el mismísimo Luis Miguel. Por otro lado, la clase media progresista no votaría por Harfuch, debido a su perfil políticamente indefinido y por la mala prensa que le reditúa, en ese imaginario, el tener un perfil policial.
En suma, decir que Omar García Harfuch es el candidato inevitable de Morena porque es el que va más alto en las encuestas, y el único que puede recuperar la simpatía perdida de las clases medias y altas, parece más una profecía con ganas de ser autocumplida que una observación empírica. La realidad es que, entre los buenos perfiles, Morena tiene definitivamente uno mejor en Brugada, que bien puede ganarse el favor de los sectores decepcionados si tan sólo conocen los resultados de su Gobierno. Y para eso le quedan por delante a la exalcaldesa, esperemos, varios meses de campaña.
Violeta Vázquez-Rojas Maldonado
Doctora en lingüística por la Universidad de Nueva York y profesora-investigadora en El Colegio de México. Se especializa en el estudio del significado en lenguas naturales como el español y el purépecha. Además de su investigación académica, ha publicado en diversos medios textos de divulgación y de opinión sobre lenguaje, ideología y política.