3/28/2010

La hora del Norte
Rolando Cordera Campos

Vino, vio pero no pudo decir que venció. Al frente de una impresionante falange de seguridad y diplomacia, la secretaria Clinton topó con una circunstancia social mexicana dominada por el miedo y la desazón y con una escena política donde privan la confusión y la falta de rumbo claro de los grupos dirigentes. Nada de estado fallido pero sí de gobierno asediado por fantasmas propios y ajenos conjurados por una guerra esa sí fallida y carente de horizonte.

Y sin embargo se mueve, porque la frontera es móvil y fluida como nunca y los destinos de grandes regiones de Norteamérica se hermanan en las tragedias pavorosas de Ciudad Juárez y El Paso, Monterrey, Reynosa o Tijuana, el Barrio Logan de San Diego o el este de Los Ángeles, donde también espantan.

Lo peor que puede pasar es que a fuerza de ineficacia y falta de destino las sociedades vecinas opten por trivializar la cuestión norteña y busquen imponer(se) una rutinas e inercias que sólo pueden redundar en el empeoramiento de la situación y su progresiva transmisión al resto de la geografía política y humana de ambas naciones. La contaminación del Sur y su esquiva línea fronteriza se vería potenciada por el imperio de la criminalidad en Centroamérica y la desolación de sus juventudes con sus extremos de La Mara y otras figuras de la modernidad cocinada en el otro lado, en los propios Estados Unidos de América.

El pivote de la reacción estadunidense no es la salud de sus habitantes, convencidos de antemano de que sólo por el consumo imparable se vuelve uno ciudadano. El meollo del asunto es la seguridad nacional de Estados Unidos, bajo cuyo radio de observación y seguramente también de varia intervención estamos mucho antes de que al calor del 11 de septiembre de 2001 se empezara a hablar de polígonos de seguridad que nuestros bien dispuestos polkos del nuevo milenio quieren llevar hasta el Suchiate, por lo menos.

Asumir esta dimensión de la nueva globalidad inaugurada por W Bush y sus aguerridos contratistas y petroleros sería obligado para México y su gobierno, a pesar de que pueda suponerse que, como consecuencia de la crisis global presente, los términos y coordenadas de la globalización van a tener que cambiar. La seguridad nacional estadunidense se vive como riesgo y peligro inminente y la consecuencia es doble: más exigencia de cooperación y eficacia a sus socios, vecinos y asociados y cada vez mayor disposición a actuar por cuenta propia sin considerar los efectos colaterales y no esperados sobre su entorno mediato e inmediato que, sin embargo, se empeña en estar conformado por naciones y estados más o menos celosos de su soberanía.

El correlato de todo esto y lo que siga es claro: para hablar y cooperar hay que partir también de una reflexión sistemática y descarnada de nuestra propia seguridad nacional que empieza por el interior del país, pasa por los corredores del poder y del Estado y se despliega o no en el tejido social y las dinámicas de la economía. Y en esta hora del Norte todo ello aparece dañado y corroído, cuando no de plano demolido en todos sus planos como parece ser el caso de ciudad Juárez y podría llegar a ser el de la otrora orgullosa Sultana regia.

Abordar este endemoniado panorama y encararlo implica mucha cooperación binacional que no puede reducirse a lo policiaco, militar y el espionaje. La inteligencia requerida rebasa desde el principio el marco de la vigilancia y seguimiento de la criminalidad y se inscribe más bien en los territorios ariscos del desarrollo económico y social, así como en el todavía más peliagudo del liderazgo político y comunitario.

Sin admitir con claridad el abandono de la juventud fronteriza, como lo ha advertido y documentado el Colegio de la Frontera Norte, y lo anunciaron las investigaciones de la sociedad civil juarense coordinadas por Clara Jusidman y Hugo Almada, no habrá estrategia de contención que tenga futuro. El porvenir de México se juega en el Norte y es por eso que hay que, en efecto, todo México es Ciudad Juárez. Ahora hay que asumirlo y tomarlo en serio como gran y decisiva empresa nacional y continental. Y desde la soberanía que no impide ni obstruye pero vaya que se nos ha extraviado.

Tapando huecos: la reforma migratoria

Jorge Durand

La reforma migratoria bipartidista de los senadores Schumer (D-NY) y Graham (R-SC) se resume en cuatro puntos: un nuevo sistema biométrico de identificación laboral; reforzar el control tanto fronterizo como en el interior del país; un programa de trabajadores temporales y finalmente un camino duro y justo hacia la legalización de los indocumentados que ya residen en Estados Unidos.

El primer pilar o fundamento de esta nueva política migratoria, pretende resolver un viejo y conocido problema: la facilidad con que un migrante irregular puede encontrar trabajo y la facilidad con la que los empleadores pueden evadir la justicia, alegando inocencia o ignorancia.

El asunto viene de lejos, de los tiempos del Programa Bracero, cuando los texanos lograron promover una ley en el Congreso, en 1952, conocida como Texas Proviso, que criminalizaba a los migrantes ilegales pero que expresamente decía: que No era ilegal contratar a un indocumentado. Es hasta 1986, con la reforma conocida como IRCA, que se penaliza la contratación de indocumentados. Esta ley fue fácilmente sorteada por los migrantes que con toda tranquilidad empezaron a comprar identificaciones falsas y números de seguridad social chuecos. De igual modo los empleadores alegaban que ellos no tenían los medios para certificar si esos documentos eran válidos o no. Posteriormente se implementó un sistema de verificación conocido como E-Verify, pero que resultó ser un fiasco: no era ni eficiente ni confiable.

La razón para tener un sistema tan anticuado de identificación laboral tiene que ver con dos factores. En Estados Unidos no hay un sistema oficial de identificación, se utiliza la licencia de manejo. Y la tarjeta conocida como Social Security Number (SSN) es muy buena para recolectar impuestos, pero al mismo tiempo es un simple cartón que no tiene ningún sistema de seguridad. La razón para mantenerlo es muy simple: hay 11 millones de indocumentados que pagan impuestos y que no devengan derechos. Un negocio redondo.

La nueva reforma migratoria considera vital, para el control de la migración clandestina, contar con un nuevo sistema biométrico que remplace al viejo SSN y que otorgue plena seguridad al empleador y a las autoridades, de que la persona que lo porta es legal. Además del costo que supone empadronar a todos los ciudadanos y residentes legales se pueden esperar muchas reticencias del público, ya que todo mundo tendrá que someterse a esta nueva medida de control oficial por culpa de una minoría: los migrantes y los empleadores irregulares.

La segunda medida tiene que ver con el control fronterizo y la aplicación de la ley en el interior del país. Por reforzamiento de la frontera, debe entenderse obviamente, la frontera con México, nada se dice de Canadá. Es decir, más millas de muro, más patrulleros, más tecnología, más dinero del contribuyente. La novedad es que se insiste en el control del interior, por medio del nuevo sistema de identificación laboral y por medidas de coerción y castigo, que pueden llegar incluso a la cárcel para los empleadores de irregulares.

Por otra parte, el control interno, pretende corregir otra añeja tradición burocrática que sólo registraba los ingresos y no le importaban las salidas. Esta práctica permitió que millones de turistas con ingreso legal se quedaran más allá del tiempo estipulado por la visa. Entre ellos figuran, nada menos que los terroristas de septiembre 11, que entraron como estudiantes y se quedaron más del tiempo debido. No había una manera efectiva de controlar las salidas y menos aún de saber dónde estaban los infractores. El forado para la seguridad y el control migratorio, de los que abusan de la visa, sólo se puede controlar con un sistema eficiente que otorgue constancia de salida, tanto al visitante, como al gobierno.

La tercera medida abre una puerta de entrada a los migrantes temporales. Por fin se reconoce oficialmente la conveniencia de una migración circular, legal, ordenada y regulada. Obviamente los mexicanos serían los principales beneficiarios de esta medida, siempre y cuando se establezca un programa y se elimine el sistema de visas que sólo favorecen a ciertos empleadores, tramitadores, abogados y contratistas. Si se resuelve ampliar el sistema de visas H2, sería más de lo mismo y se perpetuaría un modelo que ha funcionado de manera muy deficiente.

La cuarta medida ofrece un camino duro, largo y costoso para aquellos que quieran legalizar su situación. En primer lugar deben reconocer su falta ante las autoridades, en un tiempo corto. Hay cierto puritanismo religioso en esta medida, más católico que protestante, pero que finalmente significa una humillación y una confesión pública de la falta cometida. Luego, los que pasen el escrutinio preliminar podrán iniciar el trámite; los que no cumplan con los requisitos serán deportados. Finalmente los beneficiados tendrán que remediar su falta por medio de horas de servicio a la comunidad, multas y pagos de impuestos no realizados.

Después de todo esto, tienen que ponerse a la cola, detrás de todos aquellos rezagados del sistema de reunificación familiar, que están esperando una resolución desde hace lustros o décadas. Como medida complementaria, se abre la puerta a todos aquellos genios que quieran ingresar al país y a todos aquellos que hayan estudiado en universidades estadunidenses y que quieran permanecer en el país. Se afirma, que después de haberlos formado sería estúpido despedirlos. Ya no se trata de fuga, sino de robo de cerebros en descampado.

Habrá que ver, primero si pasa la ley; luego si funciona y cuáles serían su consecuencias. Tema que será motivo de la próxima entrega.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario