9/06/2011

Riesgo de recesión y problemas no atendidos




Editorial La Jornada
Luego de las declaraciones de la directora del Fondo Monetario Internacional (FMI), Cristine Lagarde, sobre la inminencia de una nueva recesión económica de escala mundial, los mercados bursátiles europeos vivieron ayer una nueva jornada de descalabros, con caídas desde 2.82 por ciento (Lisboa) hasta 5.28 por ciento (Francfort). Por su parte, la Bolsa Mexicana de Valores cerró actividades con una baja del 3.57 por ciento, la segunda peor en lo que va del año.

Las advertencias del FMI –a las que se han sumado las del Banco Mundial y académicos destacados en materia económica– parecen fundadas en datos sólidos, como la pérdida de dinamismo en las economías europeas, el estallamiento de una crisis de deuda soberana en naciones como Grecia, Italia, Portugal y España, y los ineficaces resultados de las medidas de Estados Unidos para reducir el desempleo, que se mantiene en niveles superiores a 9 por ciento.

En todo caso, lo que se puede reprochar al FMI no es el diagnóstico realizado en horas recientes por su titular –análisis que parece plausible, si bien no inevitable–, sino el doble discurso con que ese organismo financiero se ha venido conduciendo: ahora, ante los barruntos de un recrudecimiento de la crisis mundial, Lagarde pide que los gobiernos ajusten sus planes de austeridad a la nueva situación e incentiven el consumo interno en sus economías; pero, por otra parte, ese mismo organismo ha porfiado en imponer planes de rescate y medidas de choque a naciones europeas pobres, que contradicen lo solicitado por la ex funcionaria del gobierno francés: casos emblemáticos son el de Grecia, cuya población ha sido sometida a una nueva escalada de sacrificios a cambio de ayudas financieras para su gobierno, y el de España, país que presenta el mayor desempleo de la Europa comunitaria y en el que avanza la pretensión de elevar el control del déficit y el endeudamiento públicos a rango constitucional, lo que ataría de manos a las autoridades presentes y futuras para utilizar el presupuesto como instrumento de política económica y social, y como herramienta de defensa de las mayorías frente a la crisis.

Ninguna de esas medidas ha logrado tranquilizar a los mercados ni desactivar el riesgo de una recesión: por el contrario, la actitud omisa e irresponsable con que se han conducido las autoridades económicas del planeta a la hora de adoptar soluciones de fondo –esto es, el cambio en el modelo económico vigente, la adopción de medidas para estimular las economías internas y la aplicación de controles a los grandes capitales– desemboca en la inestabilidad financiera actual, en la proliferación de la inseguridad económica y el agravamiento del riesgo de la crisis.

Por desgracia, el panorama para México no puede quedarse al margen de los malos augurios que prevalecen a escala mundial. Ayer, el titular de Hacienda y Crédito Público, Ernesto Cordero, reconoció que la economía del país atraviesa por un periodo de desaceleración, pero insistió en la supuesta solidez del país para resistir los embates provenientes del exterior. La realidad es que en los años previos al actual recrudecimiento de la debacle económica, poco o nada se ha hecho para dotar al país de mecanismos de desarrollo y crecimiento propios, para garantizar una mínima protección de la población, ni para reorientar la economía nacional en un sentido distinto del que dicta el llamado Consenso de Washington. En tal circunstancia, es dable suponer que el supuesto blindaje financiero que, según la administración calderonista, ha adquirido el país en los años pasados –cuya parte sustancial está integrada por las reservas internacionales del Banco de México– serviría ante todo, en el posible escenario de una nueva recesión económica, para tranquilizar a los capitales especulativos y a los inversionistas foráneos, no para asistir a la ciudadanía.

En tal situación, lo dicho ayer por Cordero cobra tintes más políticos que económicos. A lo que tendrían que consagrarse los gobiernos del mundo en el momento presente –y el de México no puede ser la excepción– es a tomar medidas orientadas a proteger a los sectores más inermes de sus respectivas poblaciones, ante los conocidos impactos carestía, desempleo, multiplicación de la miseria– de un nuevo desbarajuste económico global.

Alberto Aziz Nassif

El país de los informes de gobierno

Si juntáramos los Informes de gobierno de las últimas tres décadas para hacer un concentrado de las visiones que han tenido los presidentes, el resultado sería un país maravilloso. El Quinto Informe de Felipe Calderón no es una excepción a la regla de dibujar al país con logros extraordinarios.
Este Informe tiene, además de sus cifras y valoraciones positivas, una estrategia: presentar a un gobierno con logros importantes y a un país con perspectivas muy positivas para el futuro inmediato, a pesar de la sombra de la inseguridad. Se trata de la última oportunidad para hacer un balance antes de las
elecciones presidenciales. Lo que se diga en el Sexto Informe dependerá de lo que suceda en los comicios, pero esa será otra historia.
La ceremonia del Informe ha cambiado de manera importante. Del día del presidente y los nutridos besamanos, pasamos al día en contra del presidente, con múltiples expresiones de impugnación y rechiflas. Luego se llegó al extremo: en el último Informe de Vicente Fox no lo dejaron entrar al Congreso. Después cambiaron las reglas y ahora sólo se entrega el documento del Informe y al día siguiente el presidente da un mensaje a la clase política, pero fuera del Congreso. Así el presidente sólo va al Congreso a tomar posesión al inicio de su mandato y regresa, seis años después, a entregar la banda presidencial al terminar su administración; en eso quedó la ceremonia del Informe. Las formas cambiaron de forma importante, pero las estrategias argumentativas del discurso político presidencial permanecen vigentes: cada presidente nos quiere convencer de que ha gobernado de la mejor manera y ha logrado hacer cosas extraordinarias, que antes no se habían hecho.
Los tiempos en el discurso expresan la jerarquía del país de Felipe Calderón. Si la lectura del texto duró alrededor de 80 minutos, el 40 por ciento se dedicó al tema de inseguridad y a la estrategia gubernamental. En el otro 60 por ciento del tiempo se trataron los temas de la economía, la política social, la política ambiental y la democracia. En la parte final se hizo una síntesis de logros y la presentación de la visión utópica del país maravilloso y nuevo que está por llegar. La estrategia estuvo encaminada a mostrar que México va muy bien, a pesar del problema de la inseguridad. Era esperable que el tema de la inseguridad se llevara la mayor parte del tiempo, porque es un problema muy grave y es la preocupación más importante de la ciudadanía.
Este fue un Informe de contrastes, a pesar de la visión optimista. No se puede decir que haya habido propiamente un triunfalismo, el margen de Calderón para estos lujos del pasado es demasiado estrecho. Hubo un reconocimiento de la gravedad del crimen, que ha llegado a carcomer las instituciones del Estado. Pero, al mismo tiempo, se enfatizó que la “estrategia integral” que se aplica es la correcta: combate frontal, reconstrucción institucional y recomposición del tejido social. Calderón volvió a reiterar sus convicciones de que el rumbo y la decisión son acertadas, y desde ese lugar hizo gestos hacia las víctimas, imitó al Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad con un minuto de silencio por las víctimas y dijo que estaba abierto al diálogo sobre la estrategia. Institucionalmente ordenó crear una procuraduría social para la atención de víctimas, lo cual no garantiza de forma automática un mejor trato.
Ante los informes de gobierno es necesario confrontar cifras y valoraciones. Se pueden enumerar un conjunto amplio de datos que relativizan el optimismo oficial. En materia económica, se presentó a México como un país con avances importantes en su competitividad; sin embargo, el carácter monopólico en múltiples áreas de su economía llevan a dudar de la afirmación. No se dijo nada de la precariedad laboral, del salario de hambre que cada día alcanza para menos, del crecimiento de la pobreza. No se mencionó una palabra sobre la gigantesca desigualdad del ingreso. Sobre la política social se enfatizó la cobertura universal en salud que está, supuestamente, por alcanzarse. Pero no se habló de las enormes deficiencias y huecos del Seguro Popular. Parece que cuando se habla de grandes cifras resulta complicado ser crítico con la prestación real de servicios. El optimismo de las grandes tesis se viene abajo en los detalles y las prácticas, en el país real de todos los días que viven los ciudadanos.
La parte sobre la democracia fue, quizá, el único tema con un poco de autocrítica. Se habló de la crisis actual, de la falta de resultados, de la frustración ciudadana, de cómo falla la representación, de la brecha entre políticos y ciudadanía y del dominio de los intereses particulares. Un ejemplo emblemático es el IFE, que está incompleto desde octubre del 2010. Una vez concluido el paréntesis de optimismo presidencial, México regresa a su triste realidad…
Investigador del CIESAS

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