2/14/2010


Blues en la frontera; morir de tristeza

Rolando Cordera Campos

Los del gobierno corren sin rumbo, dice Adolfo Sánchez Rebolledo en su entrega del jueves pasado. Ciudad Juárez es una catástrofe humana, como la describiera una vecina de la otrora orgullosa Paso del Norte a Clara Jusidman (El Universal, 12/02/10). Y hacia allá fueron Presidente y secretarios a escuchar, quizá por vez primera, el quejido y el dolor, el coraje y el temple, de deudos y sufrientes de una desgracia que a ciencia y paciencia del Estado se ha reproducido en el tiempo y el espacio como si fuera un tsunami, propone Clara, para arrojarnos una desolación que no admite más interpretaciones idiosincráticas y nos pone de cara a una auténtica tragedia nacional frente a la cual ni la sociedad ni su Estado parecen tener respuesta alguna.

“En mayo pasado –escribe Tere Almada desde Juárez–, cuando asesinaron a su padre, mi hijo me lanzó la pregunta: ‘¿Mamá, y no nos vamos a ir a otra ciudad?’ Yo le contesté que era importante quedarnos para luchar porque las cosas cambiaran en nuestra ciudad. Hoy siento que el tiempo y las fuerzas se nos agotan y Ciudad Juárez se nos muere de tristeza.”

¿Hay que seguir? Sí, se nos dice desde todos los ámbitos, aunque lo que se ofrezca sea una fuga hacia delante tras otra, cuando no una invitación a torcer la marcha e incorporarse al caminar en círculos cultivado por más de un astuto dirigente. Evitar morirnos de tristeza junto con Ciudad Juárez podría ser visto ahora como programa máximo de la política y su reforma, y del Estado y su morriña.

No morir junto con Juárez; mejor: salvar a Juárez y a sus valerosos pobladores, implica, en efecto, pasar revista descarnada, sin contemplaciones ni gratuitos pies de página, a las líneas principales de mando e inspiración que el país, sus gobiernos y sus grupos dirigentes, casi sin excepción, han seguido en los últimos decenios. Poner en la picota una maquila que enmascara la más implacable explotación humana y del entorno, tendría que ser unos de los primeros ejercicios de esta expiación nacional que no podría quedar ahí porque en realidad, y no obstante su obscena monstruosidad, es apenas una de las fases de un poliedro infernal y alucinante de violencia y enajenación, miopía política y avidez lucrativa, siempre con un eje: lo prescindible de un factor humano que parecía infinito dada la emigración masiva desde un sur sumido en el subdesarrollo y carente de expectativas de progreso rápido.

Hoy se nos dice que eso se acaba, que los que quedan se van, como ocurre con un paisaje urbano fraguado por una nefasta combinación de avaricia empresarial, obsecuencia federal y corrupción gubernamental en todos los niveles. El nudo se cierra con la violencia alucinante que recae, ¿podría ser de otra manera si son ellos los que abundan?, sobre los jóvenes que se empeñan o empeñaban por salir del círculo maldito de los ni (estudian) ni (trabajan), que en la frontera se ha vuelto el hábitat más socorrido de los hijos de la maquila que engrosan las filas delicuescentes de la informalidad criminal o no, pero siempre al punto de serlo.

El desprecio automático de la juventud de que hizo gala el gobierno no queda superado ni redimido por el mea culpa del Presidente y su secretario de Gobernación. Veremos pronto, o no, según se les ocurra a los aprendices de brujo, ocasionados spin doctors de Los Pinos, si ahí se puede todavía aprender a escuchar para cambiar en serio y no sólo expiar en solitario. Y si, de ser éste el caso, el resto de los funcionarios de alto y medio nivel se avienen a acompañar este hipotético cambio de rumbo y giro, asumen la frontera como responsabilidad federal y nacional, y se arriesgan también ellos a escuchar el llanto y la rabia juarenses para buscar formas prontas y eficaces de comunicación social y cooperación ciudadana.

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