7/11/2010

El asesinato de Obregón

Edgar González Ruiz
11 Julio 2010

Que siga ignorando la reacción las potencias con que nosotros combatimos, que siga ignorando que las fuerzas morales no pueden ser vencidas nunca por las fuerzas materiales, que podrán vencer a la materia misma; pero que nunca vencerán jamás al espíritu

Álvaro Obregón, discurso pronunciado el 24 de abril de 1928 en Veracruz

El martes 17 de julio de 1928, en el restaurante La Bombilla, de San Ángel, fue asesinado el entonces presidente electo de México, el general Álvaro Obregón, por José de León Toral, quien militaba en grupos católicos que formaban parte del bando cristero, entonces en guerra con el gobierno.

Aunque no se han esclarecido todas las circunstancias del crimen, ni su trasfondo político, el episodio es emblemático del sacrificio de muchos revolucionarios en manos de los fanáticos, precursores de la derecha hoy en el poder, que en ese tiempo se oponían con las armas al Estado laico.

El asesino y su dios

Nacido en 1901, en San Luis Potosí, Toral pertenecía a grupos como la Asociación Católica de la Juventud Mexicana y la Liga Defensora de la Libertad Religiosa, de la que era uno de los dirigentes locales en la ciudad de México.

En esos círculos se pregonaba la lucha armada, el terrorismo e incluso el asesinato de Calles y de Obregón como medios para hacer prevalecer la autoridad del clero en México.

Cuando Calles le preguntó a Toral por qué había cometido el crimen, le respondió: “…para que Cristo pudiera reinar en México”.

Durante el juicio, Toral afirmó que había actuado llevado por su celo religioso, y que antes del asesinato le pedía a su dios (el dios de los asesinos) que sus balas le dieran a su víctima en el corazón, como señal de que el general (no su asesino) se había “arrepentido” de sus actos.

“Cuando supe que dos de mis balazos le dieron en el corazón, fue una impresión la que tuve hermosísima: un consuelo tremendo” (El jurado de Toral y la madre Conchita, versión taquigráfica, textual, Alducín y de Llano, México, sf, volumen 1, p. 95).

Según Toral, ese hecho era la señal de que dios había escuchado sus plegarias.

Reiteró en sus declaraciones: “…estoy seguro enteramente, sin ninguna prueba material ni celeste, de que era una misión de Dios…yo tenía la plena seguridad de que, con la muerte del general Obregón, se arreglaría la cosa en México”.

Toral no se cuestionó cómo un dios tan bueno le ordenaba asesinar alevosa y premeditadamente, a balazos, a una persona que además carecía de un brazo, como el general Obregón.

El presidente del jurado sí le preguntó si sabía que al general Obregón le faltaba el brazo derecho, a lo que Toral dio una respuesta ridícula: “En ese momento no me acordé…”.

También dijo que igual habría matado a Calles, de haber tenido la oportunidad; “pero no pensé matar a muchos”. Toral fue ejecutado el 9 de febrero de 1929.

“Fariseo santurrón”

Como señala Taracena: “Es Toral el tipo perfecto del fariseo santurrón, pues sus cortos alcances le impiden comprender que matar, aun con el pensamiento, está en pugna con la doctrina de amor de Jesús…” (La verdadera revolución mexicana 1928-29, Porrúa, México, 1992, p. 108).

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