2/06/2011

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Temple de acero
Carlos Bonfil

Los malvados huyen cuando nadie los persigue, pero los justos son temerarios como un león. (Proverbios: 28:1).

La primera parte de esta cita bíblica sirve de epígrafe para la película más reciente de los hermanos Joel y Ethan Coen, Temple de acero (True grit –Valor verdadero), remake del clásico homónimo de Henry Hathaway, filmado en 1969 y estelarizado por John Wayne, aunque más fiel a su fuente original, la novela escrita por Charles Portis en 1968.

Contrario a la primera adaptación fílmica del libro, la de los Coen privilegia el papel de la protagonista adolescente, Mattie Ross (Hailee Steinfeld, estupenda), quien intrépidamente busca vengar la muerte de su padre, sobre el Sheriff delegado Reuben J. Rooster Cogburn (Jeff Bridges), pistolero elegido para la faena justiciera. En la cinta de Hathaway, Wayne interpretó este último papel con un carisma legendario que no admitía competencia alguna, obteniendo su primer y único Óscar como doble reconocimiento a su actuación y a su larga trayectoria artística. Los hermanos Coen abordan ahora la historia desde el punto de vista de Mattie Ross, quien la refiere 25 años después de su juvenil persecución del bandolero Tom Chaney (Josh Brolin), ahora como una rígida solterona desencantada.

Temple de acero retoma los arquetipos de aquel western y enfatiza, con la malicia característica de los Coen, los rasgos de arrojo y villanía de sus personajes en una nueva parábola sobre el bien y el mal, no muy alejada de lo que presenta una cinta anterior suya, Sin lugar para los débiles (2007). El esquema de una excéntrica pareja reunida accidentalmente (el pistolero alcohólico y envejecido al servicio de una joven huérfana ávida de venganza), no da lugar, como pudiera esperarse, a una historia sentimental de superación moral compartida. Mattie Ross es todo menos la clásica niña robacorazones de la fórmula hollywoodense, y compite de igual a igual, cuando no ventajosamente, con la astucia, temeridad y cinismo de sus compañeros masculinos, el propio Cogburn y un pistolero texano, Le Boeuf (Matt Damon), quien también se une, con intereses muy propios, a la expedición punitiva.

Hay en la cinta destellos de humor cáustico (la secuencia en el interior de una cabaña, donde las diferencias se dirimen de modo sanguinario), y momentos de lirismo contemplativo, capturados por la cámara de Roger Deakins y que recuerdan la atmósfera invernal del western romántico crepuscular de Robert Altman, Del mismo barro (McCabe and Mrs. Miller), filmado en 1971. Los hermanos Coen incursionan aquí de lleno en un género del que anteriormente sólo habían retenido algunas derivaciones temáticas. Al hacerlo han ganado fluidez narrativa y se han desembarazado un tanto de la injusta reputación de ser autores demasiado oscuros, retorcidos o incomprensibles. Una vez más contribuyen a desdibujar la frontera entre cine de autor y cine de entretenimiento masivo, y lo hacen con una película que refrenda, como cualidad primera, su maestría en la dirección de actores.

Despojada del aura mítica, y del lastre publicitario, de un John Wayne empeñado en interpretarse a sí mismo, la nueva versión de Temple de acero muestra a un Jeff Bridges capaz de encarnar y construir un personaje fascinante y complejo. Matt Damon, por su parte, logra romper con el sello icónico de héroe de acción que carga desde su saga como Jason Bourne, para mostrar, al igual que en el Gerry, de Gus van Sant (2002), su enorme solvencia actoral. El caso de la joven Hailee Steinfeld es, de modo estricto, toda una revelación. Los elementos que pudieran parecer más inverosímiles en la trama, la actriz los vuelve creíbles por la simple combinación de seriedad, tozudez y desparpajo con que enfrenta todos los contratiempos, por la malicia con que desbarata los cálculos pérfidos de sus adversarios o la reticencia inicial de sus cómplices en la aventura.

Los hermanos Coen plasman inmejorablemente sus propias obsesiones, su humor y su gusto por el absurdo, en las actitudes y comportamientos de sus personajes, en los recursos camaleónicos de sus actores. Esto no es una virtud menor, y es sin duda la garantía mayor del entretenimiento de calidad que hoy ofrecen en su nueva cinta.

De las películas contendientes al Óscar de la Academia este año, Temple de acero no será posiblemente la favorita, pero sí una de las que mayores aciertos consigue reunir en favor suyo.

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