8/08/2011

Burguesía en fuga




Ricardo Raphael


Desde siempre hemos migrado a Estados Unidos. En oleadas que a veces son grandes y otras no tanto, los mexicanos hemos suplido la falta de oportunidades en nuestro país tomando camino hasta cruzar el río Bravo. El fenómeno ha sido masivo cuando la economía del país vecino ha necesitado nuestra mano de obra. Con los brazos abiertos nos recibieron durante y después de la Segunda Guerra Mundial; igual ocurrió cuando Vietnam y Corea.

En los años 90 del siglo pasado, una vez derrumbado el muro de Berlín, los mercados laborales estadounidenses también crecieron su demanda y nunca como entonces los mexicanos más pobres se fueron a hacer la vida a ese país.

Otras veces la frontera se ha cerrado para los mexicanos, cuando el ciclo económico estadounidense atraviesa por su parte más baja. Coincide siempre ese momento con la expresión desinhibida de las pulsiones xenófobas y discriminatorias que tanto entusiasmo despiertan entre algunos gringos.

Nos cerraron las puertas después de la Gran Guerra y también cuando sucedió la depresión de 1929. Algo similar comenzó a suceder con la crisis de 2008 cuando, en estados como Arizona, se legisló para penalizar la condición de indocumentado.

Hay, sin embargo, un fenómeno pariente del anterior que merece ser estudiado aparte. Se trata de la migración de mexicanos de clase media y alta que, también de vez en vez, abandonan el país en cantidad grande, llevándose buena parte de su patrimonio y por tanto de la riqueza que hicieron en México.

Los barrios de Sunset High o Chihuahuita, en El Paso, Texas, todavía dan testimonio de la población mexicana pudiente que, para escapar de la Revolución, optó por hacer la vida del otro lado. Por ejemplo, el hombre más rico de México en 1910, el señor Luis Terrazas, partió hacia Estados Unidos escapando del odio que Francisco Villa le tenía. La casa donde permaneció durante la segunda década del siglo XX aún se puede visitar por fuera.

Al parecer, una fuga similar de la burguesía mexicana está ocurriendo de nuevo. Motivados por la inseguridad que el crimen organizado ha impuesto recientemente, son cada vez más los integrantes de las clases pudientes de Tijuana, Culiacán, Ciudad Juárez, Torreón, Tampico y Monterrey quienes en el presente están abandonando el país.

En la edición de ayer de EL UNIVERSAL se da cuenta sobre la larga lista de mexicanos dedicados al espectáculo que han optado por irse a vivir al extranjero. Pero este sector profesional no es el único. Comerciantes, prestadores de servicio, abogados, contadores, ingenieros, restauranteros, científicos, investigadores y todo un largo etcétera ha hecho ya maletas para quizá no regresar jamás.

En El Paso, Texas, se calcula que, desde 2008 a la fecha, se han mudado a vivir alrededor de 60 mil familias mexicanas. Paradójicamente, la nutrida migración de mexicanos hizo que la crisis financiera del mundo, en esta ciudad fronteriza no tuviera efectos.

Se cuentan por millar los negocios que hace sólo un lustro operaban en el norte mexicano y que ahora se hallan bien instalados del otro lado de nuestra frontera. A diferencia de hace unos años, los nacionales que ahora están viajando cargan consigo inversiones importantes que ya no harán en México. Y con ellas, puestos de trabajo que ahora se crearán allá y circulante que ha dejado de participar en nuestra economía.

Todavía es difícil cuantificar la pérdida neta que esta circunstancia está provocando, pero desde cualquier perspectiva las implicaciones serán graves y muy serias para el futuro próximo de quienes nos quedamos aquí.

Una cosa es que los mexicanos aprovechemos la oportunidad que brinda la parte alta del ciclo económico estadounidense, y otra que, cuando ese país se halla en recesión, sea la riqueza creada en México la que vaya a subsidiar a los vecinos.

Aún nos encontramos lejos de poder diagnosticar las muy diversas consecuencias que la guerra contra el crimen organizado ha traído para México. El tema tiene aristas por todos sus costados. La fuga de la burguesía norteña mexicana y del patrimonio que ya no apostarán en México merece más atención.

Probablemente pasado el tiempo hablaremos de esta lamentable etapa de nuestra historia como una que dejó heridas grandes. Conversarán también allá los hijos y los nietos de estos mexicanos sobre el país que, durante la segunda década del siglo XXI, les expulsó por su violencia y su inestabilidad social.
Analista político

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