9/20/2011

El PAN a sus 72 años





José Antonio Crespo

Cuando Carlos Castillo Peraza habló, poco antes de 2000, del triunfo cultural del PAN, se refería a que, tras 60 años de enarbolar la lucha por la democracia como su razón de ser, la mayor parte de la población había hecho de ella un principio fundamental de legitimación política.

La mayoría sentía que ni la Revolución ni el fallido “desarrollo estabilizador” bastaban ya para legitimar el poder político; debía haber un filtro democrático para elegir a los gobernantes. Eso orilló a los dos últimos gobiernos del PRI a aceptar las reglas de la democratización electoral, la creación del IFE y el Tribunal Electoral y su posterior autonomía (respecto del gobierno, que no de los partidos), así como el recon
ocimiento de los triunfos de la oposición en distintos niveles. La gente estaba convencida de los postulados del desempeño democrático defendidos por el PAN desde su nacimiento: combate a la corrupción, fin de la impunidad y eficaz rendición de cuentas. En parte por eso el PAN encabezó la primera alternancia pacífica de nuestra historia.

Pero una vez en el poder, al PAN se le olvidaron sus principios y empezó a actuar de manera muy parecida al PRI; no hubo combate a la corrupción ni fin de la impunidad ni rendición eficaz de cuentas, que fue lo que ofreció, antes que nada, Vicente Fox. Él confundió medios con fines; consideró que remover al PRI de Los Pinos era un fin en sí mismo más que una condición para avanzar en la democratización del régimen. Fox prefirió buscar junto con el PRI las reformas económicas estructurales, sacrificando la rendición de cuentas (cacahuates por filones de oro, según Francisco Barrio), pero no se le eligió para eso (2000 fue un plebiscito para cambiar de régimen, no para profundizar la política económica neoliberal), ni logró nada del PRI (que había
anunciado de diversas maneras que con Fox no colaboraría). Nos quedamos sin reformas estructurales ni cambio de régimen.

Además, la propia familia presidencial incurrió en tráfico de influencias y enriquecimiento ilícito, y no se llamó a cuentas a ningún funcionario panista que hubiere también incurrido en corrupción. Y finalmente, lejos de promover el fin del corporativismo sindical, los gobiernos panistas lo jalaron a su molino (a través de la alianza principalísima con Elba Esther Gordillo). Fox tituló sus memorias presidenciales como “La revolución de la esperanza”, cuando en realidad lo que hizo fue dar al traste con ella, alimentada desde 1988 y culminada en 2000. Quedó claro que el problema de la democracia no era el PRI sino el país, pues incluso líderes emanados delPAN se adecuaron a la cultura priista. Por ello es correcto hablar ahora de un triunfo cultural del PRI, pues logró que su cultura (en realidad la cultura nacional) se impusiera en las prácticas de sus rivales.

Con Felipe Calderón las cosas no han sido muy distintas. Germán Martínez Cázares decía que con Calderón el PAN llegaba por primera vez al poder, pues a Fox se le seguía viendo como un advenedizo. Bueno, pues con el “verdadero PAN” en el poder continuaron la impunidad y la corrupción. Pudo muy bien haberse llamado a cuentas a Marta Sahagún y sus hijos por presunto tráfico de influencias. Una cruzada contra la corrupción política hubiese sido más apoyada y más eficaz que la guerra contra el narcotráfico (que se alimenta de aquélla). Incluso, bajo los gobiernos del PAN inició de alguna forma la regresión democrática: el IFE perdió el consenso partidario con la complacencia
del PAN: los aparatos del Estado y la justicia fueron utilizados para fines político electorales, la elección de 2006 sufrió de opacidad e incertidumbre, pudiendo haber sido de otra forma pese a su resultado cerrado (o precisamente por ello).

Por ello, el posible regreso del PRI al poder no parece deberse a una desmemoria del electorado, como muchos consideran. Me parece que quien vote por el PRI recuerda muy bien lo que ese partido significó. Pero al compararlo con un PAN que no cumplió su oferta histórica, que cedió a la cultura priista y mostró ineptitud gubernamental, y con una izquierda dedicada a ponerse internamente todo tipo de zancadillas e incapaz de gobernarse a sí misma, muchos han optado por regresar a lo ya conocido. El voto por el PRI no será de desmemoria, sino de resignación y desesperanza ante lo que se percibe cada vez más como una democratización esencialmente fallida.

“Viva El Chapo

Pedro Miguel

Pueden verlo en Youtube –si antes no bajan el video–, en youtu.be/UdiQ4PWIPuU. La exclamación burlona revienta justo después de que el señor del balcón ha terminado de emitir unos vivas compactos, con la nómina de héroes patrios reducida al mínimo indispensable, casi a una comisión de ellos. Abajo, entre la gente rala que ha llegado hasta el Zócalo, la exhortación es respondida con rechiflas, y gritos de ¡buuuuu! y de ¡culero!, pero conforme avanza la enumeración de nombres propios, el gentío se disciplina y corea los vivas. Pero en cuanto el hombrecito de la bandera culmina sus gritos y antes de que accione la campana, alguien complementa: “¡Viva El Chapo!”

Es claro que no se trata de un narcogrito, sino de un chistorete de gusto horrible, pero igual lastima y duele: el mote del criminal de grandes vuelos, el hombre al que muchos dan por narco favorito (y, por eso, incómodo) de dos sexenios, el que se fuga con Fox y se empodera con Calderón, aparece incrustado entre los nombres de Hidalgo, Morelos, la Corregidora, Allende, Aldama y Matamoros. Después de la independencia y del topónimo que nos identifica, “viva El Chapo”.

Cómo saber si el dueño de esa voz anónima quería sólo pasarse el ceremonial por el arco del triunfo, o si se sintió insultado, a su vez, por la vacuidad y el extremado descaro de los exhortos cívicos que caían del balcón presidencial, y decidió ser espejo del cinismo patente en ellos, o si algo sabe sobre el tema y se tomó la libertad de especular sobre lo que en realidad quería gritar el gobernante, o si sólo estaba borracho.

Unas horas antes, esa mañana, Calderón anduvo hablando de las virtudes de la democracia, de la pertinencia de contar los votos, de la necesidad de evitar que el poder público haga campaña por uno de los candidatos. Todo mundo recuerda su imposición en el cargo haiga sido como haiga sido, menos él, que ya la olvidó. Y luego, por la noche, se le escuchó gritar vivas a la independencia nacional; a él, que tanto se ha esforzado –y con tan buenos resultados– por destruirla; a él, que ha sido más entreguista que todos sus antecesores juntos; a él, que vía García Luna endosó los servicios de la inteligencia mexicana a las dependencias gringas de espionaje; a él, que rescata con nuestro dinero empresas especuladoras españolas en problemas. A él, que firmó la Iniciativa Mérida para someter a las fuerzas policiales y militares del país a los designios del gobierno de Washington, aliado de todos los bandos en la guerra que se desarrolla en México.

El exasperante cinismo social que se expresó en ese botón de muestra, la noche del 15 de septiembre en el Zócalo, es uno de los saldos del proyecto político-económico que le fue impuesto a México a partir de los años 80 del siglo pasado. Desde las cúpulas institucionales es posible promover valores en la sociedad, pero también miserias, y no sólo económicas. Durante tres décadas se ha sometido a México a una sistemática obra de demolición que ha sido presentada como construcción de una nación mejor. El régimen –en su advocación tricolor o o en la blanquiazul– se ha empeñado en inculcar en la población el desdén por los otros, la deconstrucción de los principios gregarios y el vaciamiento de sentido de la historia nacional. El máximo homenaje oficial a los próceres independentistas consistió en revivir el escarmiento realista de la exhibición necrofílica de sus cráneos.

Cuando Salinas de Gortari se toma la molestia de criticar el neoliberalismo que él mismo impuso a sangre y corrupción en el país, cuando se nos dice que nos están matando por nuestro propio bien, cuando se afirma que la economía nacional está sólida y marcha por el rumbo correcto, ya se puede incluir los nombres de uno que otro narcotraficante en el listado de héroes que nos dieron patria.

Para contrarrestar ese cinismo se requiere de mucho esfuerzo y de una actividad que va más allá de la lucha estrictamente política. Por ejemplo, contar día a día, en todos los ámbitos del país, la historia nacional, restituirle su sentido, vincular las gestas de la Independencia, de la Reforma y de la Revolución, con el momento actual. Y como el sistema educativo y el aparato propagandístico del Estado están, al igual que el conjunto de la institucionalidad, secuestrados por la reacción delictiva, el trabajo debe hacerse desde abajo. La verdadera educación pública –de niños y de adultos– depende de la capacidad de la sociedad para organizar esa tarea necesaria.


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