4/27/2014

La gran comedia de Wes Anderson



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Empecemos con una confesión: nunca he sido un gran entusiasta del cine de Wes Anderson, principalmente por el uso y abuso de un estilo visual que si bien alguna vez fue novedoso, comienza a cansar, o al menos a mí ya me genera fatiga.

Cierto, la propia definición de “autor” (a la que indudablemente el cine de Anderson pertenece) implica la visita constante a ciertos temas y formas de hacer cine, pero el autor (o al menos todo grand auteur) también debe alcanzar aquel lugar donde sus obsesiones sigan presentes haciendo uso de diferentes herramientas para plasmarlas. Las variaciones en el cine de Anderson (con la notable excepción de Fantastic Mr. Fox, 2009) no me parecen lo suficientemente arriesgadas; Anderson se niega a salir de su zona de confort.

En The Grand Budapest Hotel, su más reciente filme, encontramos lo esperado: encuadres simétricos, travellings constantes, un diseño de producción detallado, impoluto, de brillantes colores pastel y toda una troupe de personajes que cumplen con el canon andersoniano: vestuario extravagante, vello facial, personalidad caricaturizada y la clásica inexpresividad en el habla. Pero aún con todo ello, hay un ingrediente que hace mayor a esta cinta, una pequeña variación que distingue a esta obra de las anteriores y la sitúa entre uno de sus mejores filmes; ese ingrediente es el humor.

En el país imaginario de Zubrowka se erige grandioso el Gran Hotel Budapest, extraordinaria posada que al mando del siempre acucioso concierge Monsieur Gustave (Ralph Fiennes), se ha mantenido como uno de los lugares de más clase de Europa. Gustave, acostumbrado a dar un trato “especial” a sus clientas de edad avanzada (mujeres todas ellas tímidas, con baja auto estima, millonarias y rubias) recibe en herencia un valioso cuadro por parte de una de sus acaudaladas huéspedes frecuentes; desatando así la ira de los familiares de la occisa al grado de fincar una acusación por asesinato en contra del conserje.

Si bien en muchas de las películas de Wes Anderson el humor está presente, jamás había sido éste el motor de las acciones; aquí por el contrario, Grand Budapest Hotel es, sin mayor empacho, una comedia brillante, de grandes momentos, con un ritmo por momentos frenético, de pasadizos secretos, persecuciones, balaceras, puertas y ventanas donde los personajes huyen, escapan, se persiguen en un mundo que asemeja por instantes al de algún desternillante episodio del Looney Tunes más clásico sin perder nunca la elegancia ni el estilo.

Piedra angular de todo el número es Ralph Fiennes quien, si bien se deja manipular por Anderson para convertirse en uno más de sus personajes caricaturizados, sabe darle la vuelta (como en su momento lo hiciera Gene Hackman en The Royal Tenenbaums) para salirse un poco del molde en una elegante mezcla entre contención, finura y porte en una cinta donde se aprecia al cine (encarnado en forma de grandioso hotel) como el único reducto en contra de la barbarie que nos rodea.

La estrategia de Anderson suena correcta, si no piensa renunciar a su corpus estilístico al menos seguirá en la búsqueda de historias, no necesariamente personales (Rushmore, Moorise Kingdom) pero que sigan funcionando en este microuniverso de cartón y colores pastel donde nada escapa a su férreo control totalitario.

The Grand Budapest Hotel (Dir. Wes Anderson)
4 de 5 estrellas.

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