6/09/2014

El poder de la basura



By Salvador García Soto 


Las raíces del poder que han sostenido por más de tres décadas a Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre en la política de la Ciudad de México son tan profundas como los tiraderos de basura en los que nació el emporio del que surgió este polémico personaje al que, a pesar de escándalos, acusaciones y denuncias de tráfico sexual, no han podido acabar y sigue siendo un orgulloso priista.

Junto con la basura, el corporativismo del viejo PRI dio vida a la dinastía política de la que surgió Cuauhtémoc, un linaje forjado gracias al trabajo de los ejércitos de pepenadores, el último eslabón de la sociedad de consumo que, además de generar millonarias ganancias a fuerza de hurgar en los desechos de la gran urbe, también fueron convertidos en votos para el priismo de la mano de Rafael Gutiérrez Moreno, El Rey de la Basura, a quien el antiguo partido oficial hiciera dos veces diputado federal y le diera el poder de liderar a los depauperados.


Construido en los tiraderos del oriente de la Ciudad de México, el imperio de Rafael Gutiérrez Moreno no sólo se hizo a fuerza de acumular riqueza, la riqueza que generaba la basura, sino de organizar a los olvidados pepenadores, a los que sindicalizó y ofreció en su momento como parte de las “fuerzas vivas” del antiguo priismo, que se valía de todo para garantizar los votos que lo mantuvieran en el poder.



Casado con Guillermina de la Torre, Rafael encontró la forma de escalar en la política montado en el lomo de los pepenadores a los que no sólo credencializaba y afiliaba al PRI, sino que, como buen cacique sindical, una vez al año los trepaba en camiones y se los llevaba a vacacionar a Acapulco, además de repartirles sus regalos y juguetes a los niños que vivían de la basura y entre la basura cuando llegaba la Navidad.

Es conocida la historia de cuando Carlos Salinas de Gortari, necesitado de votos para la elección presidencial del 88, acudió desesperado a El Rey de la Basura y éste, ni tardo ni perezoso, organizó a su ejército de pepenadores y credencializó a más de 100 mil cristianos que ni siquiera existían en la legalidad, pues muchos de ellos, nacidos en los basureros, ni siquiera habían sido registrados y carecían de acta de nacimiento. Pero eso no fue impedimento, pues Salinas mando oficiales del Registro Civil que llegaron ex profeso a los tiraderos de Santa Catarina y emitiendo actas de nacimiento al vapor les expidieron ahí mismo su credencial del IFE.


 
Llegadas las elecciones de aquel 2 de julio de 1988, en plenos tiraderos de Santa Catarina se instalaron casillas electorales para que los 100 mil pepenadores, con su credencial de elector nuevecita, cumplieran con el cívico deber de votar y lo hicieran, claro está, por el PRI y su candidato Salinas. Desde ahí viene el poder de la basura que a la postre, cuando muriera su padre a manos de una de sus muchas mujeres, heredara Cuauhtémoc Gutiérrez de la Torre.


 
Cuauhtémoc no fue el único en seguir los pasos de la política, también su madre, Guillermina de la Torre, fue una vez diputada federal al igual que su hermana, Norma Gutiérrez de la Torre, aunque a la muerte de su padre, él fue el encargado de continuar con el imperio que naciera de los tiraderos del oriente citadino. Cuauhtémoc tuvo la habilidad de sobreponerse a la caída del PRI que perdiera la ciudad en 1997 y su gran mérito fue que, derrotado el viejo partido de Estado, supo acercarse para vender el voto corporativo de los pepenadores a la nueva fuerza política que emergía en la capital del país: el PRD.


 
Las primeras alianzas de Cuauhtémoc Gutiérrez con los perredistas fueron con René Arce, entonces líder del PRD en Iztapalapa, la delegación donde se asentaban los tiraderos de basura que manejara su padre. A través de Arce, Cuauhtémoc trabó acuerdos políticos con los delegados de Iztapalapa, el principal bastión perredista y les vendió su apoyo para afianzar el control político de la zona.


 
Luego Arce abandonaría el PRD, pero ya para entonces Gutiérrez de la Torre había afianzado su poder y había logrado extender sus redes de alianzas con otros perredistas del DF, aunque él nunca dejó de militar en el PRI y logró colocar en diputaciones locales a varios cercanos suyos con los que fue formando un grupo político que después tomaría el control del PRI del DF, literalmente a golpes y con grupos porriles con los que incluso mandó al hospital a otra aspirante que se le atravesó en el camino: Rosario Guerra.

Fue en ese ascenso cuando Cuauhtémoc Gutiérrez encontró otra forma efectiva de hacer política y ganar aliados: la contratación de jóvenes edecanes a las que, además de hacer trabajar en eventos, se les pedían favores sexuales no sólo para el dirigente sino también para sus amigos de la política, que eran invitados a fiestas en las que el atractivo era, precisamente, la presencia de esas jóvenes. Funcionarios capitalinos, dirigentes y políticos de la ciudad figuran entre los invitados a fiestas que, con la clave de “Sábado de carnita asada”, se organizaban en la casa del líder priista al sur de la ciudad, según revelan testimonios de mujeres que participaban en esas reuniones.


 
Pero la habilidad de Cuauhtémoc no paró ahí. En la elección del 2012, peleado a muerte con Beatriz Paredes, candidata del PRI, hizo valer su cercanía con el PRD para ofrecerle a Marcelo Ebrard apoyo para su candidato, Miguel Ángel Mancera, y se comprometió a pedir a sus seguidores en el DF un “voto diferenciado” en la presidencial por Peña Nieto y en la elección capitalina por Mancera. Al final el resultado de la votación con la que ganó el actual jefe de Gobierno fue mayor al que haya obtenido históricamente cualquier otro perredista en la ciudad, incluido Andrés Manuel López Obrador, y eso se debió, dicen, a que también obtuvo votos priistas.


 
Tal vez todo eso explique por qué al final ni acusaciones, ni denuncias, ni testimonios de tráfico sexual han podido con este singular personaje que se defiende y se jura inocente. Sabe bien que no sólo hay una red de políticos comprometidos y sabe también que es real el poder de la basura.

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