Leonardo García Tsao
Cannes. Mucha expectativa había por ver Sicario, la
producción estadunidense dirigida por el canadiense Denis Villeneuve,
cuyo tema se adivina desde el título. De nueva cuenta es una visión
hollywoodense del fenómeno del narco mexicano desde la perspectiva exclusiva de los justicieros gringos.
En particular, ahora el punto de vista es el de Kate Macer (Emily
Blunt), una agente del FBI a quien, tras una macabra redada en Arizona
donde se encuentran docenas de cadáveres putrefactos en la casa de
algún cártel, se le ofrece unirse a una misión especial
supervisada por el impreciso Matt Graver (Josh Brolin), de quien se
sospecha que podría ser de la CIA. Aún más misterioso es un tal
Alejandro (Benicio del Toro), quien dice haber sido procurador en
Ciudad Juárez, nada menos. Lo que la mujer experimentará es un literal
bautizo de sangre en las operaciones sucias de este y el otro lado de
la frontera.
En películas recientes como La mujer que cantaba (2010) e Intriga (2013),
Villeneuve había ensayado narrativas complicadas, protagonizadas por
personajes que adoptaban extremas medidas en respuesta a un estado de
crisis moral. En Sicario la ambigüedad no existe. Está claro
que México es el patio trasero indeseable de Estados Unidos, donde cada
ciudadano es un criminal en potencia. Y no importa mucho si las
brigadas antinarcos usan métodos que no están en el manual de procedimientos.
Estás entre lobos, le dice Alejandro a Kate por toda explicación.
Eso sí, la dirección de Villeneuve mantiene constante la tensión del
relato y la fotografía del gran Roger Deakins le confiere un aire
amenazante a los desolados paisajes fronterizos. Pero el tema sigue
siendo simplificado por una mirada extranjera incapaz de profundizar
sobre sus causas y procesos.
Unas voces sabias me advirtieron que la otra competidora del día, la francesa Marguerite & Julien, de
Valérie Donzelli, resultó ser una boba cursilería, una historia de
época sobre el amor incestuoso entre dos hermanos, contada como cuento
infantil. Preferí saltármela y ver Alias María, película colombiana que, junto con la mexicana Las elegidas, es la única latinoamericanas en Una Cierta Mirada.
Dirigida
por José Luis Rugeles Gracia, la cinta enfoca la difícil existencia de
la guerrilla colombiana según la padece la adolescente epónima (Karen
Torres). Confiada con hacerse cargo del bebé que ha tenido el
comandante con una compañera, María se une a la retirada ante la
presencia cercana de paramilitares. Aunque algo monótona, la
realización hace patente la sensación de sobrevivir a duras penas en la
selva por una causa que se ha desvanecido.
Ya se ha iniciado la segunda mitad del festival y aún no ha habido
un título claramente preferido por la crítica, como lo fue la ganadora Sueño de invierno, del turco Nuri Bilge Ceylán, el año pasado. Desde luego, la más despreciada ha sido The Sea of Trees, de Gus van Sant, mientras la que reúne más puntos en las encuestas de los críticos es la también estadunidense Carol, de Todd Haynes. Hay quienes se inclinan por Saul fia (El hijo de Saúl), del húngaro László Nemes, mientras quien esto escribe tiene especial preferencia por la japonesa Nuestra hermanita, de Hirokazu Kore-eda, y la coproducción europea Louder than Bombs, de
Joachim Trier. Pero no ha habido una película fuerte, indiscutible, que
unifique criterios. Todavía faltan las competidoras de autores como
Jacques Audiard, Hou Hsiao-Hsien, Jia Zhang-ke, Paolo Sorrentino…y el
mexicano Michel Franco, así que ya veremos si esto levanta. Por lo
pronto, el panorama ha sido muy deficiente.
Twitter: @walyder
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