5/31/2015

La oligarquía muy preocupada por el destino de sus cuantiosas fortunas




Ilustración: Pe Aguilar / @elesepe1

El futuro del país se vislumbra tan sombrío, que aun los principales beneficiarios del auge del capitalismo salvaje están muy preocupados por el destino de sus cuantiosas fortunas,  por lo que han tomado la decisión de invertirlas en el extranjero. Así lo muestra un informe del Banco de México, en el que informa que desde diciembre de 2012, hasta marzo de este año, fueron enviados al exterior 72 mil 430 millones de dólares, cifra que supera en 77.2 por ciento la registrada en igual lapso del sexenio anterior.

¿No es un absurdo que mientras el “gobierno” de Enrique Peña Nieto apuesta todo a favor de las inversiones extranjeras, los principales capitalistas nacionales prefieran sacar su dinero que invertirlo aquí? ¿No es tal forma de proceder la mejor demostración de que hay un total desfase entre la élite oligárquica y la alta burocracia en el poder? ¿No significa que el gobierno federal carece de una mínima autoridad sobre los barones del dinero?

Por eso es correcto afirmar que el Estado es rehén de la oligarquía, en el mejor de los casos, porque en el peor quienes lo encabezan no son más que simples servidores del gran capital, no de la sociedad en su conjunto. Así asumieron el poder Mussolini en Italia y Hitler en Alemania en la tercera década del siglo pasado: mostrándose firmes protectores de los magnates, los cuales les allanaron su acceso al poder, favor que luego retribuyeron con un absoluto libertinaje para que abusaran de sus pueblos sin limitación alguna.

Sin embargo, hay una enorme diferencia: los empresarios italianos y alemanes confiaron en el liderazgo de ambos dictadores y no sacaron sus fortunas a países extranjeros, sino que las invirtieron en sus respectivas patrias para apuntalar su poderío político con miras de expansión geopolítica, y de paso engrandecer sus fortunas particulares. En cambio, los multimillonarios mexicanos no confían en absoluto en el régimen encabezado por una tecnocracia plenamente a su servicio, lo cual parece un contrasentido. Lo es, sin duda, por razones fácilmente explicables.

En efecto, la burocracia dorada ya no satisfizo las expectativas que la élite oligárquica había depositado en el régimen surgido del golpe de Estado que dieron los tecnócratas harvardianos en 1982. Esto a pesar de que parecía que Peña Nieto les cumpliría al pie de la letra los compromisos contraídos antes y durante la campaña que le abrió las puertas de Los Pinos. ¿Acaso no logró la aprobación de las reformas estructurales, lo que parecía casi imposible? Con todo, muy pronto se rompió el encanto, porque Peña Nieto demostró sus muchas limitaciones y una inclinación enfermiza por la corrupción.

Ante los hechos, por demás evidentes, la cúpula de la oligarquía se desilusionó de su delfín y prefirió aprovechar el libertinaje que existe a su favor para sacar la mayor parte de sus riquezas, tanto a bancos extranjeros (51 mil 33.8 millones de dólares), como a nuevos negocios o invertir en empresas productivas (21 mil 397.4 millones de billetes verdes), de acuerdo con los datos del banco central. Así se confirma que los capitalistas no tienen patria, mucho menos en la actualidad cuando el capitalismo está en una fase de prodigiosa especulación, ajena a elementales reglas que eviten el riesgo de una catástrofe como la de 1929 en Estados Unidos.

En este momento, México no ofrece garantías al gran capital especulativo y las oportunidades de especular al por mayor ya pasaron o están concluyendo. Ahora lo que sigue a continuación es que los depredadores trasnacionales vengan a llevarse las riquezas que nos quedan, principalmente los hidrocarburos, los minerales y todo aquello que tenga un alto valor en los mercados internacionales. Esto lo saben los principales oligarcas “mexicanos” y por eso han decidido salvaguardar sus riquezas, cuando lo razonable y patriótico sería que se solidarizaran con el país y el sistema que los hizo multimillonarios.

Pero tal cosa es tan impensable como pretender sacar sangre de las paredes. Por eso estamos viviendo, sin sombra de duda, la última oportunidad para que los mexicanos podamos recobrar nuestra capacidad de defensa ante los embates de los grandes poderes trasnacionales. Si en el 2018 la derecha no es derrotada, el futuro de México será igual al de las naciones africanas. 

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