8/23/2015

Gastan, sin éxito, 7 mil MDD para detener devaluación


23. agosto, 2015


El gobierno ya ha gastado más de 7 mil millones de dólares en la defensa del peso. La medida no logrará contener el precio del dólar, que en septiembre superará los 17 pesos. En breve se declarará la “conveniencia” de la devaluación

La conducción económica de México ha fracasado. Esto bajo el supuesto de que alguien se responsabilice internamente de la administración de un país que está en crisis. Cada noticia adversa, externa o interna, acrecienta la incertidumbre y agrava la descomposición de las expectativas alrededor de los objetivos sexenales que ya nadie recuerda.
Enrique Peña Nieto dice que sus reformas neoliberales son el mejor blindaje de la economía, la mejor forma de protegerla ante un contexto adverso, de volatilidad de los mercados financieros internacionales y de desaceleración económica mundial, pues ellas potencian las fortalezas y las ventajas competidas.
Ante ese escenario, la Comisión de Cambios (CC), integrada por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP) y el Banco de México (Banxico), es decir, por Luis Videgaray y Agustín Carstens, decide reducir el ritmo de acumulación de reservas internacionales durante 3 meses (una cuarta parte de la acumulación neta esperada para los próximos 12 meses se venderá en el mercado) e intervenir temporal e indirectamente en el mercado, por medio de la subasta de dólares (200 millones con un precio mínimo, cuando el dólar avance 1 por ciento o más, y la ampliación de la venta de dicha moneda sin un precio, de 50 millones a 200 millones hasta septiembre). Dicha situación tendrá vigencia entre el 31 de julio y el 30 de septiembre, aunque el periodo puede ampliarse si permanece la volatilidad en los mercados financieros internacionales y las presiones sobre la paridad cambiaria.
Esas medidas tienen por objeto tratar de garantizar la liquidez del mercado cambiario y evitar que el desequilibrio entre la oferta y la demanda de divisas desestabilice a los otros mercados financieros (bursátil y de dinero) y las actividades productivas, y genere presiones inflacionarias.
Cabe preguntarse: ¿cuáles han sido los resultados de la política cambiaria contingente? ¿Esa estrategia es la adecuada para enfrentar la dinámica especulativa que provoca la volatilidad cambiaria y la depreciación del peso frente al dólar estadunidense? ¿La inestabilidad se debe única y exclusivamente a factores externos o también está asociada a razones internas? ¿Cuáles serán las consecuencias de la depreciación de la moneda?

La “estrategia”

A menudo los políticos intentan ser graciosos, aunque sin fortuna.
Por ejemplo, hace poco Ernesto J Nemer (exsecretario particular de Emilio Chuayffet, exoperador de Eruviel Ávila, y emparentado con los del Mazo), devenido en subsecretario de Rosario Robles, en la Secretaría de Desarrollo Social, dijo: “La política asistencialista queda atrás, sólo sirve de mejoral”.
Ello pese a que el peñismo utiliza el mejoral de los programas asistencialistas fondomonetaristas, del populismo de derecha, para manipular políticamente a pobres y miserables.
Los beneficios esperados de la política cambiaria de la CC son equivalentes a los proporcionados por los analgésicos como el mejoral. Atienden temporalmente los malestares de la volatilidad y la depreciación cambiaria. Los dólares vendidos son una especie de antidepresivos para los paranoicos inversionistas aterrados por cualquier noticia, así sea nimia o favorable para la economía (por ejemplo, la reducción del desempleo estadunidense), que pueda afectar sus ganancias y los lleve a convulsionar los mercados financieros. Representan el asistencialismo de los agobiados especuladores. Sin embargo, los efectos del placebo desaparecen rápidamente, una vez subastados los dólares. En el mejor de los casos, sólo revalúan, contienen y atenúan por un tiempo las presiones y el ritmo de la depreciación del peso. Pero no la eliminan.
La Comisión de Cambios olvida, o si se prefiere, los considera inamovibles, los factores estructurales que generan la volatilidad financiera, la estimulan y propician una reacción exagerada. Ellos están asociados a la arquitectura del modelo económico neoliberal: la desregulación de los mercados financieros locales (de divisas, de valores y de dinero); la apertura externa comercial y de la cuenta de capitales de la balanza de pagos (la entrada de la inversión extranjera directa y la financiera-especulativa de corto plazo, las inversiones de mexicanos en el exterior); la integración subordinada a la economía mundial; la compra y emisión de títulos que operan simultáneamente en cualquier mercado del mundo que cumpla las condiciones anteriores (en el caso de la bolsa estadunidense, las empresas emiten los títulos conocidos como ADR, American Depositary Receipt); el libre flujos de capitales.
Esa arquitectura que fue diseñada e impuesta a escala mundial desde el siglo pasado por el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio, con sus programas de estabilización, de ajuste estructural, de liberación del comercio de bienes y servicios o de protección de la inversión extranjera (garantías contra pérdidas no comerciales como las expropiaciones, la inconvertibilidad de moneda, las transferencias cambiarias, las guerras civiles o disturbios). Esas contrarreformas que después fueron conocidas con el nombre del Consenso de Washington y que fueron implantadas del gobierno de Miguel de la Madrid al de Enrique Peña.
Sin la corrección de esa estructura, la nación está condenada a sufrir los recurrentes ciclos especulativos y los choques externos, internalizados por el modelo adoptado, también conocido como modelo monetarista de balanza de pagos o para una economía abierta.
La eliminación de las regulaciones internas y externas, económicas y financieras, en especial de la cuenta de capitales (como señala el economista chileno Ricardo Ffrench-Davis, renegado de la escuela de Chicago –fue uno de los primeros Chicago Boys latinoamericanos paridos en esa escuela y que después, él no, trabajaron con la manu militari del criminal Augusto Pinochet– y que fue director de Estudios del Banco Central de Chile –1990-1992– y asesor regional de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, entre otros cargos) es la principal responsable del ingreso y la salida de los capitales de corto plazo. De sus efectos estabilizadores. De la volatilidad cambiaria. Del estallido de las burbujas financieras especulativas. Los choques externos se transmiten a través de los circuitos cambiario, bursátil y de dinero. Sin embargo, con la integración al mercado mundial, los choques dejan de ser foráneos y, en sentido estricto, se vuelven internos.
Ffrench-Davis y un gran número de economistas han estudiado esa lógica, cuyas primeras crisis datan de la década de 1980, con la quiebra de las cajas de ahorro estadunidense y el estallido de Wall Street de 1987. La crisis mexicana es otra manifestación de esa manera de funcionar del neoliberalismo. El colapso sistémico iniciado en 2007 es su expresión más salvaje.
Eso lo saben Enrique Peña Nieto, Luis Videgaray y Agustín Carstens. Pero prefieren aferrarse a la ortodoxia y sucumbir con ella.
El ingreso masivo de capitales, en especial los especulativos, que busca aprovechar las ganancias rápidas, conlleva la apreciación o el atraso cambiario, el abaratamiento del dólar, la reducción de las cotizaciones de las importaciones, de la inflación, las tasas de interés y el déficit fiscal, que facilitan la estabilidad de precios anhelada por los ultraortodoxos Carstens y Videgaray. Esa fase del ciclo, mientras dura, podría considerarse la fantasía de la riqueza prestada.
Sin embargo, no es la estabilidad macroeconómica ni la fortaleza de la economía lo que se alcanza como pretenden hacer creer Videgaray y Carstens.
El abaratamiento del dólar tiene, entre otros costos, el ingreso de bienes importados (la “modernización de los aparadores”, la calificó el economista chileno Fernando Fajnzylber) que compiten deslealmente con la producción local, la desplaza, la destruye, desalienta las exportaciones y provoca el estancamiento económico y la incapacidad para generar los empleos formales requeridos, además que retrasa la reforma fiscal integral progresiva.
Lo que se genera es una desinflación desestabilizadora, el estancamiento económico, el desequilibrio de la balanza comercial y la dependencia crónica del financiamiento externo, lo que explica las contrarreformas peñistas, completamente inútiles para impulsar el crecimiento.
Eso también lo saben Enrique Peña, Videgaray y Carstens. Pero prefieren el suicidio económico antes de liberarse de los dogmas neoliberales, por cierto, rentables para elite político-oligárquica. Por ello impusieron ese modelo económico. Es el “capitalismo de amigotes”, según Joseph Stiglitz.
Entre 1983 y 2014, el producto interno bruto (PIB) creció a una tasa media real anual de 2.4 por ciento, menos de la mitad registrada entre 1950 y 1982 (poco más de 6 por ciento). Lo peor es que durante el peñismo, esa tasa se redujo a 1.8 por ciento en 2013-2014, y difícilmente superará ese nivel en 2015-2016 y lo que resta del sexenio.
Sobre todo cuando la apuesta a la reprivatización petrolera ha sido desdeñada por las grandes corporaciones petroleras y les obligará a malbaratar los hidrocarburos.

El derrumbe de la política

La reversión de los flujos de capital propicia los efectos contrarios.
Los economistas Paul Krugman y Lance Taylor han explicado los efectos de las devaluaciones.
Indubitablemente, suscita la escasez de divisas, el deterioro del peso frente al dólar, la caída de la bolsa y del mercado de dinero, la compra de títulos públicos. Eleva el precio de las importaciones. El abaratamiento de las exportaciones tiene beneficios limitados y, en el mejor de los casos, reduce temporalmente el deterioro de la balanza comercial y la cuenta corriente de la balanza de pagos que, con el tiempo, vuelve a elevarse. Encarece el costo de los recursos foráneos para financiar la balanza de pagos. Reduce los ingresos fiscales del Estado y eleva su déficit, lo que obliga a recortar el gasto para atenuar el déficit público. Encarece el costo financiero del endeudamiento foráneo (pago de intereses). Inhibe el consumo privado. Engendra un ambiente de incertidumbre que paraliza la inversión privada y el crecimiento, mientras se despeja el ambiente enrarecido.
La recomposición de las expectativas dependerá del tiempo en que dure la inestabilidad cambiaria y el nivel en que se ubique la relación peso-dólar.
Asimismo, crea presiones inflacionarias que ponen a temblar al Banxico, el cual se apresura a anunciar la próxima alza de las tasas de interés, en caso que el aumento de precios se vuelva realidad y no hay razones para esperar que ese fantasma no se vuelva realidad. Los empresarios ya lo advirtieron, debido al incremento de sus costos de producción, en particular los importados, y sus tentaciones especulativas. Ellos trasladarán dichos aumentos a los precios finales e inevitablemente la población pagará los costos. Se reducirá la demanda, lo que afectará a la producción y el crecimiento. El aumento de los réditos, adicionalmente, tendrá efectos negativos sobre el crédito, el consumo, la inversión y las deudas locales.
El recorte del gasto público en 2015 y 2016 terminará por derrumbar el crecimiento y al peñismo.
El alza de los réditos será otro fracaso más en el actual gobierno.
Originalmente la SHCP estimó una meta de 3.7 por ciento para 2015 y de 4.9 por ciento para 2016. En agosto, el banco central redujo su pronóstico de 2-3 por ciento a 1.7-2.5 por ciento para el primer año y a 2.5 a 3.5 para el segundo.
Con la reforma petrolera se esperaba una avalancha de capitales extranjeros, la cual permitiría alcanzar la meta de crecimiento de 4.9 por ciento. Pero las licitaciones fueron un verdadero fracaso. De los 18 mil millones de dólares esperados, apenas se invertirán 2 mil 600 millones.
El desplome económico de 2015 evidencia, adicionalmente, que las reformas en telecomunicaciones, laboral, fiscal o financiera, tampoco han seducido a los inversionistas.
Por repetitiva, esa historia resulta analíticamente tediosa.
Mientras disminuyó nominalmente el precio del dólar (-6.4 por ciento de 2009 a 2010, de 13.50 pesos por dólar a 12.50, en promedio anual, y a 1.42 pesos por dólar en 2011; y -1.7 por ciento de 2012 a 2013, al caer de 13.17 pesos por dólar a 12.77 pesos por dólar), el gobierno no dijo nada.
Al cabo, se vivían los años felices del ingreso de divisas. Ya sea por el aumento de los precios internacionales de petróleo (el precio medio de la mezcla de exportación pasaba de 57.40 dólares por barril en 2009 a su máximo 101.96 dólares por barril en 2012; en 2013 es de 98.44 dólares por barril). O por los flujos de capital, el endeudamiento externo público y privado, la inversión extranjera y en el mercado de dinero (compra de títulos del Estado), que mejoraron entre 2009 y 2013. Estos últimos recursos fueron suficientes para compensar el creciente déficit de la cuenta corriente, el cual pasó de 8.3 mil millones de dólares en 2009 a 26.5 mil millones de dólares en 2014.
La caída de los precios del petróleo (a 86 dólares por barril en 2014 y 49.92 dólares por barril en julio de 2015, aunque en la primera mitad de agosto bajó a 39.69 dólares por barril), apuntaló la menor entrada de recursos por la cuenta de capitales y la incertidumbre generada por la Reserva Federal. Es notoria la caída de la inversión en el mercado de dinero (pasó de 46.6 mil millones de dólares en 2012 a 28.7 mil millones de dólares en 2014), y la retracción se agudiza este año.
En el primer trimestre de 2015, según datos del Banxico, la inversión extranjera total cayó en 47 por ciento, en comparación del mismo lapso del año anterior (de 16.2 mil millones de dólares a 8.6 mil millones de dólares). La directa en 34 por ciento (de 114 mil millones de dólares a 7.7 mil millones de dólares). En el mercado de dinero pasó de una inversión de 4.5 mil millones de dólares a una desinversión por 326 millones de dólares (ver cuadro 1).
El último punto refleja la reducción del interés por los títulos del Estado (Cetes y demás) por parte de los inversionistas financieros extranjeros. En 2009 demandaron esta clase de papeles por un monto de 325 mil millones de pesos, el 15.4 por ciento del total. En enero de 2015 sumaron 2 billones 413 mil millones de pesos, el 45 por ciento en los años referidos. A partir de ese momento el interés declinó y, en julio, la inversión fue de 2 billones 134 mil millones de pesos, el 36.5 del total. La contracción fue por 280 mil millones de pesos (ver gráfica 1).
A menos que se incrementen los rendimientos de los títulos gubernamentales, en una proporción similar o mayor al ajuste esperado por la tasa de referencia de la Reserva Federal (quizá un cuarto de punto porcentual), la menor entrada de capitales, la desinversión de los no residentes en papeles oficiales y la salida de recursos se incrementará. De por sí, ya se sufren los efectos del aumento de los bonos del Tesoro estadunidense de largo plazo.

Genera reservas para después subastarlas

La ampliación de los dólares subastados y el sacrificio de las reservas internacionales son medidas tardías e insuficientes y no han logrado contener la tendencia alcista del precio de la moneda estadunidense.
A finales de julio de 2014 empezó a percibirse la restricción de divisas, las presiones cambiarias y la depreciación de la paridad (por arriba de los 13 pesos por dólar), aunque esa tendencia se intensificó en septiembre, cuando los funcionarios de Reserva Federal anunciaron la posibilidad de iniciar el alza de la tasa de fondos federales, que desde octubre de 2008 promedia una tasa de 0.14 por ciento. Cuando esto suceda, será el primer aumento desde marzo de 2007. Al cierre de 2014 la relación llegó a 14.72 pesos por dólar, y al 17 de agosto a 16.40 pesos por dólar (ver gráfica 2).
Todo ante la parsimonia de la CC, que decidió empezar a colocar dólares en el mercado con o sin un precio mínimo a partir de marzo pasado, proceso reforzado en agosto con la ampliación de la cantidad de estos últimos.
En lo que va del año, hasta el 14 de agosto, se han colocado 7 mil 96 millones de dólares, 773 millones de dólares con precio mínimo y 7 mil 869 millones de dólares sin precio mínimo. Sólo en lo que va de agosto se han subastado 373 millones de dólares de los primeros y 1 mil 800 millones de dólares de los segundos. En total, 2 mil 173 millones de dólares.
Lo anterior, sumado al menor ritmo de acumulación, las reservas internacionales han declinado de 196 mil millones de dólares a 189.7 mil millones de dólares entre el 30 de enero y el 7 de agosto. Se han contraído en 6 mil 292 millones de dólares (ver gráfica 3).
Pese a la ampliación de las divisas vendidas, la paridad ha pasado de 16 pesos por dólar a 16.40 pesos por dólar entre el 31 de julio y el 17 de agosto.
Nadie debe extrañarse que la volatilidad de la paridad se mantenga y se eleve el precio del dólar (más allá de los 17 pesos) hasta el momento en que la Reserva Federal eleva las tasas, lo que podría ocurrir durante su reunión de septiembre.
El peso seguirá cayendo y el dólar subirá como un globo.
Un aspecto que ha sido descuidado por los analistas es que el ajuste nominal en el valor de la moneda ha corregido parcialmente la sobrevaluación real de la misma, anomalía consustancial a la política monetaria (tipo de cambio con relación a 111 países), que exige el abaratamiento del dólar para reducir el nivel de precios.
Al cierre de 2014 el banco central estimaba el atraso en 22 por ciento. En mayo la sobrevaluación baja a 19.7 por ciento. Una paridad real de equilibrio exigiría al menos los 20 pesos por dólar, que beneficiaría a la economía, dado que encarecería las importaciones.
Pero ese no es el objetivo de Videgaray y Carstens.
En 1973, Luis Echeverría dijo: “Las finanzas públicas se manejan desde Los Pinos”.
En 1976, sin embargo, decidió cederle su manejo al FMI, luego de la crisis devaluatoria, por medio de la carta de intención que firmó con ese organismo.
El ajuste fiscal actual es subsidiario de esa pérdida de independencia.
Ahora, la política monetaria y cambiaria también fue cedida al control de los especuladores y la Reserva Federal. Videgaray y Carstens se someten a éstos.
En conjunto, la soberanía de la política económica es decidida en otro lado.

Marcos Chávez M*, @marcos_contra

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