Cristina Pacheco
Una de dos: o mi
clienta rompió con su amante y por eso ya no ha venido, o el esposo se
hartó de comer garibaldis. Son la especialidad de esta panadería. Vienen
a comprarlos desde Los Ángeles; y aquí, ni se diga, llegan personas de
todas las delegaciones y hasta del interior. Se los llevan por docenas.
La única que me compra nada más uno, y a veces dos, es mi clienta
desaparecida. Se llama Érika.
Supe su nombre la primera tarde que vino aquí. Me pidió un garibaldi.
¿Alguna otra cosa?, le pregunté. Negó con la cabeza y se alejó un poco para hablar por teléfono. Hizo dos llamadas. La primera a un tal Amore. La voz le temblaba cuando la oí decir:
Soy Érika. Si estás manejando te hablo después... Entonces estaciónate... Hace diez minutos que nos despedimos y ya te estoy hablando. No, no: todo está bien. Lo que sucede es que antes de llegar a mi casa quiero decirte que fue maravilloso y que me emocionó mucho verte escribir la fecha y mi nombre en la pared del cuarto. Es el 203. Me gustaría que regresáramos allá. ¿Ahora? ¡Imposible!... Por favor no me digas esas cosas porque no respondo. Resérvalas para cuando nos veamos. ¿Sabes que te..? Sí, yo también lo sé. Hasta mañana, Amore.
II
Antes de hacer la segunda llamada, Érika se ordenó el
cabello, aspiró hondo y marcó. Mientras obtenía respuesta daba vueltas
en el mismo sitio hasta que al fin se detuvo:
¿Claudio? Soy yo. Tengo la voz de siempre, lo que pasa es que se me está acabando la pila y por eso me oyes rara. Sí, ya sé que es tardísimo. Lo siento: mi tanque estaba casi vacío. Pasé a cargar a la gasolinera porque en la mañana las colas son tremendas y el servicio muy lento. ¿Dónde estoy? En la pastelería. Pensé en llevarte un garibaldi. No te preocupes: sé que prefieres los que tienen chochitos de colores... Sí, me lo has dicho: te recuerdan las fiestas que te hacía tu mamá. ¿Quieres dos? ¿Seguro? Ay, mi cielo... Bueno, pero si subes de peso luego no salgas que fue por mi culpa... Eso a mí no me importa. Me gustas como eres y punto. ¿Qué? Te oigo muy entrecortado... ¡Esta maldita batería! ... Bueno, bueno. Voy a colgar. Nos vemos al ratito.
Yo hice como que no la había escuchado, pero Érika de todas formas se
puso a darme explicaciones acerca de su celular y de lo malo que está
el servicio. Cualquier otra persona habría tratado el asunto con
fastidio, pero ella lo hizo con un tono despreocupado, alegre, mientras
se miraba en el espejo que tenemos detrás del mostrador.
Cuando le entregué sus dos garibaldis Érika me dio las gracias como
si le hubiera dado su comprobante de buena conducta fiscal y se despidió
muy amable:
Que tenga una linda noche.¿Ella la habrá tenido con Claudio? No lo sé, pero podría jurar que se pasó las horas sonriendo en la oscuridad y pensando en su nombre escrito en la pared de un hotel que está a diez minutos de aquí. Hay personas con suerte. Por ejemplo Érika: todo le queda de paso.
III
Como a la semana, cuando estábamos a punto de cerrar,
Érika entró volando a pedirme dos garibaldis. Le dije que se habían
terminado. Reaccionó como si yo fuera la culpable de eso:
¡No es posible que se le hayan acabado tan temprano!
Son casi las once, mi reina, le aclaré. Me mostró su reloj: marcaba las nueve.
Ha de estar descompuesto. Son las once. Ya estamos cerrando.
La pobre Érika se puso a mirar hacia los anaqueles vacíos como quien busca una aguja en un pajar:
¿Seguro que no le queda ni un garibaldi? Aunque sea de ayer, no me importa. Total, la pasta siempre es tan suave...Le contesté que lo sentía pero no me quedaba ninguno. Noté su angustia, adiviné la situación difícil en que se encontraba y le propuse que se llevara pastelitos de tres leches, que también son riquísimos.
Es que no sé... Espéreme un momento.Se puso de espaldas a mí, marcó un número y en cuanto obtuvo respuesta se echó a reír:
Amore, Amore, somos un par de locos. ¿Sabes qué horas son? ¡Las once! ¿Qué le digo a..? Sí, lo llamé y le dije que estaba esperando a que salieran los garibaldis, pero resulta que ya no hay... Claro que importa: ¿ahora cómo justifico mi tardanza? Okei, me calmo. A ver, te escucho... ¡Suena muy bien! Qué bueno que te llamé. Jamás se me hubiera ocurrido decirle que había comprado los garibaldis pero se los di a una indigente ciega que caminaba en la avenida con su nieto. Sí, sí, diré un muchachito divino... El divino eres tú, Amore. ¿Sabes cuánto?...
Érika se estremecía de emoción, pero a mí me estaban esperando mis hijos para cenar, así que la interrumpí:
¿Se lleva los de tres leches o no?
¿Son tan buenos como los garibaldis.
Le aseguro que le van a gustar, dije sin aclararle a quién me refería.
Me los llevo, pero envuélvamelos por separado para que se vean bonitos y no se batan.
Esa noche, sin proponérmelo, me convertí en cómplice de Érika y otra
vez caí en la tentación de imaginar lo que sucedería más tarde. De
seguro cuando llegó a su casa y después de soltarle al marido el cuento
de la anciana ciega y su nieto, le dijo que ya estaba estacionando su
coche cuando se dio cuenta de que sería decepcionante para él verla
llegar sin los garibaldis de siempre, así que regresó a la pastelería
para comprarle otra de nuestras especialidades: los individuales de tres
leches.
Sigo dejándome llevar por la imaginación: pienso que a media noche,
valiéndose de que el marido estaba dormido, Érika tomó su telefonito,
fue al baño, marcó el número de Amore y le contó, entre risas sofocadas,
que todo había salido muy bien, mucho mejor de lo supuesto, porque los
pastelitos de tres leches le habían encantado a Claudio y también a
ella, que los devoró muerta de hambre y deseos.
Ay, Amore, Amore, ¿por qué nos suceden estas cosas?, tal vez le haya dicho al amante mientras volvía a la cama en medio de la oscuridad.
IV
Estuve imaginando escenas como esas durante todo el
tiempo que Érika se ausentó de la panadería. Hoy que reapareció, en vez
de saludarla le dije:
Hay garibaldis. ¿Le pongo uno o dos?
Tres–me respondió con una sonrisa alegre y fatigada. Cuando se fue ya no me interesó imaginar lo que ocurriría más tarde entre ella y su marido, sino lo que habría pasado entre ella y su amante esa noche en el hotel. Sin duda, una muy larga y bella reconciliación:
Ay Amore, Amore ¿por qué nos suceden estas cosas?
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