Así se han puesto las cosas también en México. La
presidenta del PRD, en lugar de encarar una denuncia por enriquecimiento
ilícito, exige que se persiga al filtrador de su inexplicado
patrimonio. No pocos medios de comunicación le han seguido el juego.
Mas lo peor es que un partido alguna vez inventado para unir a toda la
izquierda hacia la conquista de un nuevo régimen político, se encuentra
ya tan comprometido con el viejo sistema que sólo exige castigo a quien
filtró, pero no critica a quien ocultó un patrimonio que debió
declararse y justificarse.
Se exigen “pruebas” de un “supuesto
delito”. Pero el enriquecimiento ilícito del Código Penal Federal (CPF)
sólo requiere que se muestre el ingreso y el patrimonio (declarados o no
declarados), luego de lo cual la acreditación de su carácter lícito
corre por cuenta del servidor público. Es hasta cierto punto al revés de
cualquier otro delito, pues en éste el servidor público es quien debe
“acreditar el legítimo aumento de su patrimonio o la legítima
procedencia de los bienes a su nombre o de aquellos respecto de los
cuales se conduzca como dueño” (art. 224 del CPF). Para el investigador
basta con conocer los bienes del servidor público y comparar ingresos
lícitos con posesiones. Eso sería muy sencillo si en México viviéramos
bajo un Estado de derecho, pero no es el caso.
Olvidemos la pena
de cárcel, la multa y la inhabilitación que indica el Código. Imaginemos
sólo el “decomiso en beneficio del Estado de aquellos bienes cuya
procedencia no se logre acreditar”, como lo señala el CPF, con el cual
tendríamos una sonada victoria en un país de tan precaria justicia.
Otro
lamentable hecho consiste en que de repente se desveló algo que estaba
oculto, y quien había sido la responsable de tal ocultamiento acepta la
existencia de un bien cuya procedencia lícita debería demostrar pero
nadie se lo reclama. El problema es que, por un lado, no hay denuncia y,
por el otro, la autoridad que debiera exigir el acreditamiento de la
licitud de ese patrimonio que estaba oculto no se ha dado por excitada.
En
cambio, algunos de los líderes perredistas, en lugar de convocar a su
comité para realizar un examen del escándalo, hacen politiquería
exigiendo a gritos la persecución del filtrador cuyo nombre adivinan.
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