Carlos Bonfil
La Jornada
Una adolescencia prolongada. Hace cinco años, el realizador canadiense Kazik Radwanski ofreció un primer largometraje extraño y cautivador, Tower (Torre,
2012), todavía inédito en México. En él narraba la historia de un
hombre de 30 años, solitario y hosco, sin esposa ni hijos, refugiado en
el sótano del hogar de sus padres, cerrado al mundo exterior, excepto
por sus encuentros ocasionales, fallidos y olvidables con mujeres,
interesado en un proyecto de animación pacientemente elaborado en su
pequeña torre narcisista. Qué pesado este fastidio (How heavy this Hammer,
2015), su segundo título, parece prolongar, en la misma clave de
observación casi documental, ese estudio minucioso de una crisis de la
madurez masculina. En esta ocasión, el protagonista es Erwin (Erwin Van
Cotthem), un hombre de casi 40 años, robusto y de apariencia saludable,
casado y con dos hijos, que vive encerrado en un mundo de videojuegos,
el cual interesa primero a sus hijos, pero termina exasperándolos cuando
reconocen en su padre a un fastidioso y obsesivo compañero de juegos. A
la obsesión lúdica se suma una afición por el rugby, la cerveza y los
perros, que reduce su existencia y su vida familiar a una morosa
sucesión de entretenimientos rutinarios.
Erwin ilustra a la perfección la aprensiva pesadilla de muchos
hombres al filo de la jubilación, sólo que en su caso muy particular el
retiro es prematuro, voluntario y esforzadamente gozoso. Su esposa
padece, con infinita tolerancia, esta capitulación temprana de su marido
ante todos los retos y complejidades de una edad en verdad adulta. Aun
cuando la cinta no refiere hechos muy dignos de tomar en cuenta,
haciendo incluso, por momentos, realmente honor a su título tan exacto, Qué pesado este fastidio,
lo cierto es que la realización de Radwanski vuelve fascinante el caso
de Erwin, adolescente tardío, tan parecido a tantos otros hombres
enfrascados en rutinas ociosas con sus tabletas y sus celulares y sus
juegos virtuales, que han perdido todo contacto significativo con amigos
y familiares y, en definitiva, con el mundo que los rodea. El director
canadiense logra volver atractivo o angustiante (según se vea) este
relato al multiplicar en tomas cerradas esos close-ups
obsesivos que literalmente cancelan toda distancia entre el protagonista
y sus espectadores, haciendo de estos últimos los testigos o cómplices
involuntarios de un triste proceso de desintegración mental. La
identificación así deseada resulta ser algo embarazoso para buena parte
del público, casi un fastidio. Entre las muchas formas de sabotearse los
afectos y la propia vida, Erwin ha escogido las que le parecen más
entretenidas. El final del juego se antoja desastroso.
Se exhibe en la sala 2 de la Cineteca Nacional a las 12:30 y 17:30 horas.
Twitter: @CarlosBonfil1
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