Alan Rodríguez
Fotograma de Valerian y la ciudad de los mil planetas, de Luc Besson
Luc Besson está de vuelta con la superproducción Valerian y la ciudad de los mil planetas, sobre las aventuras de dos agentes espaciales que combaten a un frente que amenaza la estabilidad entre las galaxias.
La película llegó entre decepción y entusiasmo. Para algunos, nos ha
resultado visualmente rebosante, cual circo de atracciones, aunque
calculadoramente fantasiosa y deficiente de alma. Creativa pero
infecunda al momento de ofrecer algo más que pasajes de acción.
A la defensa del director galo están muchos amantes del legendario cómic en el que se basa, Valérian y Laureline, quienes
alegan que el filme sufre críticas injustas de quienes no conocen la
obra publicada hace 50 años. Aunque, ¿dónde estaríamos si cada vez que
se juzga una adaptación haya que hacerlo a partir de conocer totalmente
la obra que la inspira? Ante todo, un filme blockbuster debe aspirar a una autosuficiencia y a captar el gusto de cualquier público.
Dunkerque: Nolan escarba en las raíces
Más de un seguidor del cine de Christopher Nolan reclama
al director inglés por su aparentemente insípido y poco espectacular
filme bélico Dunkerque. Lejos de la complejidad narrativa de Inception o la efectividad de su trilogía sobre Batman, el director se recoge ahora en una ficción sobre la guerra para hablarnos de sentimientos nobles.
Dunkerque evoca el espíritu de unión y lucha promovido por
el documentalismo inglés de los años 30 que ayudó a que los británicos
superaran la adversidad en la Segunda Guerra Mundial. El filme retrata
el histórico rescate en 1940 de miles de soldados británicos y franceses
quienes en la costa gala vivieron el asedio de los alemanes.
Un Nolan menos cerebral apela a lo sencillo para celebrar una
gesta humana y un ánimo de supervivencia. Se vale además de un buen
manejo del thriller para que el espectador experimente la tensión de ciertos momentos límite.
Icarus: los zares del engaño
Fue el Estado.
Fue
el gobierno ruso que patrocinó un sofisticado sistema de dopaje para
que sus deportistas dominaran en sus pruebas. Es lo que deja ver el
cineasta y ciclista aficionado Bryan Fogel en su inquietante documental Icarus, que causó furor en Sundance y que Netflix compró por 5 millones de dólares.
Inicialmente, Fogel se propuso sólo probar la ineficiencia del
sistema antidopaje. Para ello se metió cualquier porquería para mejorar
su rendimiento al participar en una carrera ciclista en Francia. Pero al
momento de asesorarse fue a dar con el doctor Grigory Rodchenkov,
antiguo director del Centro Antidopaje en Moscú.
Desde ahí, el filme da un giro significativo para destapar toda una
maquinaria de la mentira. Los elaborados y reprobables métodos que se
revelan, ponen a pensar en aquello en lo que Putin y sus allegados
también han intervenido con el fin de alimentar sus ansias de poder.
Twitter: @kromafilm
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