3/11/2018

México, sí hay vida después del TLCAN



Simón Levy-Dabbah


Nunca pensé ver convertidas de manera tan rápida las predicciones de Toffler ni tan dramáticamente retratada la la realidad de Lipovetsky.


Me formé en universidades públicas y privadas de México y del mundo; he vivido en más de 10 ciudades en 20 años. Crecí en el auge unipolar del capitalismo y mi pensamiento se impactó por la filosofía del socialismo con características chinas.

Soy testigo de una generación que vio las promesas incumplidas del neoliberalismo. La supuesta estabilidad de mediano plazo nos terminó llevando a un estancamiento peligroso de profundas desigualdades.

Ahora, estamos siendo testigos del regreso del proteccionismo de países supuestamente industrializados como Estados Unidos y la nueva guerra de aranceles (sobre todo al acero) ¿pero esto es solamente temporal? ¿Se irá con Trump? definitivamente no: está habiendo una profunda crisis del modelo económico.

La economía de la intermediación, donde un sistema basado en la importación de insumos para exportarlos ya procesados, nos convirtió –como llevo diciéndolo durante más de 15 años– en una servidumbre de paso.

Sí, es cierto que los productores intermedios representan 30 por ciento del comercio mundial de manufacturas y 25 por ciento del comercio total (Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, Unctad); es cierto también que hemos vivido primordialmente en un comercio fabril. Pero también es cierto que el comercio intramultinacionales (que se importan y exportan a sí mismas) equivale a 30 por ciento de la actividad mundial (Unctad) y que son responsables de 50 por ciento de las exportaciones a Estados Unidos. También es cierto que 93 por ciento de su actividad es para ensamblar partes cuyo destino final es el país norteamericano para un objetivo fundamental: el hiperconsumo.

Estados Unidos y Europa crearon un sistema neocolonial de desarrollo que hoy irónicamente están padeciendo por la estela de países que, considerados alguna vez como subdesarrollados, supieron aprovechar las circunstancias para escalar estadios sociales y transformarse en países emergentes.

Entonces la oferta de países de manufactura primaria de hace 40 años, se transformó en oferta de bienes de valor, de bienes y técnicas intangibles. En realidad, lo que hoy está pasando en el mundo es que los países que solamente tenían que dedicarse a las manufacturas primarias por la especialización del comercio internacional, se empezaron a volver competidores de los países desarrollados de una manera más veloz y más audaz. Por eso entró en crisis el modelo de comercio capitalista.

La subcontratación de la industria maquiladora no creó el capital humano especializado en México y los excedentes de inversión que tanto presumió Jaime Serra Puche que vendrían por nuestra abundante mano de obra barata terminaron en un sueño temporal del club de negocios neoliberal. El capital se fue a donde se maximizó la producción, porque no entendieron que abaratar el trabajo no es lo que atrae inversión a largo plazo, sino la capacidad de crear ecosistemas de competitividad (ciudades vivibles que funcionan, regiones que crean y atraen talento).

Por eso, hoy, la reforma estructural más importante que tenemos en frente es la de cambiar el sistema económico en México. 2018 no es una elección presidencial, es un plebiscito de la continuidad o la transformación del régimen. Más de lo mismo resulta sólo un chascarrillo cosmético.

Ahora que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) agoniza y que China se constituye como la potencia emergente del mundo, estoy convencido que las nuevas tendencias del comercio y la economía pasarán de la era de los tratados comerciales a una etapa de integración de valor compartida en ecosistemas de afinidad industrial (ya no tratados entre países, sino acuerdos de producción entre municipios de talento para atraer stocks de habilidades técnicas y procesar datos para crear conocimiento).

¿La razón? Hoy, mientras los aranceles de libre comercio prácticamente están abiertos y el comercio de bienes los transforma en commodities, increíblemente las economías se van cerrando por barreras no arancelarias.

Sin embargo, a lo único a lo que no se le puede poner un arancel o un impuesto es al conocimiento o a la creatividad.

Derribadas pues, las tarifas arancelarias de bienes, los nuevos campeones del crecimiento económico son las regiones y países que entienden que no se puede amurallar, sino atraer el conocimiento.

Por ello, los nuevos convenios de cooperación comercial donde la energía, el campo, la tecnología aplicada y la industria de la transformación crearán las nuevas tribus de países agrupados ya no en torno al comercio sino a la creación de valor.

El neoliberalismo mexicano terminó siendo un codependiente del TLCAN que no quiso entender nada sobre desarrollo comunitario, ni de economía colectiva.

El futuro cada vez es más rápido pero más corto. Mexicanos, nos llegó el turno de crear nuestra propia realidad, ya no importarla.

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