La lucha por la
liberación es de largo aliento y requiere mantener la capacidad de
distinguir los enemigos de quienes son simplemente nuestros adversarios
aunque éstos puedan aliarse con los primeros.
A Samir Flores lo
mataron las empresas y los caciques y sicarios al servicio de las
mismas. AMLO no es un agente del gran capital; es sólo un ejemplar
inestable y menor, tardío y poco hábil, de la especie de caudillos
latinoamericanos que fracasó cuando el capitalismo entró en una nueva
recesión y cayeron los precios de las materias primas.
Está
contra los asesinatos de luchadores sociales porque le repugnan y, sobre
todo, porque lo desestabilizan. Su ideal sincero es la República
Amorosa, en la que los patrones sean humanos y democráticos, los
explotados amen a sus opresores y los lobos cuiden las ovejas. Su
programa no es el del gran capital: es una nueva versión anacrónica de
lo que intentaron hacer los nacionalistas burgueses Luis Echeverría y
José López Portillo.
Entre los 30 millones de personas que
votaron MORENA, son contados los que lo hicieron por su programa. La
casi totalidad lo hizo porque quiere acabar con la barbarie, los
feminicidios, los asesinatos de activistas, la miseria, los bajos
salarios y peores condiciones de vida, la pobreza, la desigualdad
extrema, la corrupción, la entrega del país al capital financiero
internacional con el que está entrelazada la burguesía “nacional”. Esos
millones -a diferencia de los votantes de Chávez, Lula, los Kirchner y
otros semejantes- estaban ya movilizados desde el terremoto de 1985, las
elecciones de 1988, la rebelión zapatista 1994, la APPO y Ayotzinapa y
votaron por un Salvador porque carecen aún de consciencia de su propia
capacidad y de su fuerza y no tienen consciencia de clase.
Por
ahora le dan un crédito de confianza pero mañana pueden desilusionarse
rápidamente y tirar por la borda a AMLO como lo hicieron antes con otros
caudillos que no respondieron a lo que se exigía de ellos. Porque la
consciencia de clase se adquiere en la acción de masas, que recibió un
impulso. AMLO, con su paternalismo, cree que los 30 millones de votos
son suyos, de una vez y para siempre. Pero sus votantes piensan, tienen
necesidades, luchan para satisfacerlas, se organizan, comparan las
promesas con la realidad y tienen rabia acumulada. Por eso su triunfo
electoral estimuló la autoorganización, las luchas, la autogestión.
Las
huelgas en Matamoros que se extienden por el Norte donde la izquierda
siempre fue débil son resultado de ese triunfo pero también de las
primeras desilusiones. El “tigre” que AMLO ofreció domesticar está
adormecido pero suelto y cada tanto da zarpazos.
AMLO pudo llegar
al gobierno porque una parte de los que tienen el poder –el capital
financiero, los grandes capitalistas nacionales y las Fuerzas Armadas-
prefirió, como el Gattopardo, “cambiar todo para que no cambie nada”.
Ellos, como hicieron los militares argentinos con Perón, le dieron el
gobierno para que contuviese a sus simpatizantes, para que hiciera de
contrafuego, de bombero. Esta es otra diferencia con los “gobiernos
progresistas” anteriores, que disputaron el gobierno con sectores
dominantes débiles y en crisis: AMLO vive en una situación de libertad
vigilada.
Ahora debe cumplir las promesas que hizo para ganar sin
saber si podría o no hacerlas realidad. Debe responder a la esperanza, a
la presión popular. Pero también debe concretar lo que prometió en
secreto a los militares y grandes capitalistas que son mucho más
impacientes que los electores de MORENA y, sobre todo, tienen claros sus
intereses de clase y tienen miedo.
Prefirió empezar a pagar a
la derecha continuando con la Guardia Nacional la militarización del
país y dando luz verde a proyectos ecocidas y antisociales, como el Tren
Maya y la especulación inmobiliaria anexa, los proyectos en el Istmo,
el gasoducto en la falda del Popocatépetl y la termoeléctrica de Huexca.
No se da cuenta de que, si le da un brazo a la jauría de lobos, los
cebará y exigirán más y más.
Para peor,
MORENA no es un partido. Es un instrumento electoral, una especie de
hijo de Frankestein fabricado con pedazos de cadáveres. Reúne a Romo,
que decía hace poco que “AMLO es un peligro”, a los desechos de todos
los partidos, los ultraderechistas evangelistas del PES, oportunistas
ávidos y algunos intelectuales reformistas que una vez se dieron un baño
de marxismo. Sobre todo, a millones de personas honestas sin
consciencia de clase ni experiencia política pero que perciben que ese
partido no tiene vida interior, que nadie les consulta, que todo es
decidido por un vértice que sienten ajeno y que no es controlado por
nadie.
Hay que separar el trigo de la paja y ayudar en su
evolución anticapitalista a los revolucionarios potenciales que votaron
por AMLO. Ni MORENA ni el mismo AMLO son adversarios aunque llamen
“provocadores” a quienes defienden los intereses populares y ofendan a
los pueblos con falsas consultas. Enemigos son los capitalistas que
condicionan y chantajean al débil gobierno.
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