2/09/2010


Familias homoparentales: sus desafíos
Marta Lamas

MÉXICO, D.F., 8 de febrero.- En estas páginas he alegado que los padres y madres no “heredan” sin más su identidad sexual a los hijos (¡los homosexuales son hijos de heterosexuales!), y que vivir únicamente entre mujeres o entre hombres no confunde a nadie sobre el proceso de procreación o sobre su propia sexuación. Los niños pueden aprender, si se les explica, que aunque la crianza se realice por personas del mismo sexo, la procreación requiere la colaboración de dos sexos. En el caso de los hijos de parejas homosexuales este saber los lleva a indagar quién es el otro genitor que participó en su concepción.

No sólo a las parejas homoparentales les incumbe decir a los niños la verdad sobre su origen. También lo deberían hacer las parejas heterosexuales que requieren asistencia para procrear y las que adoptan. Pero en el caso de una pareja constituida por un hombre y una mujer es más fácil ocultar la intervención de la persona que donó los gametos (óvulos o espermatozoides). La heterosexualidad facilita el secreto. En cambio, en las parejas homosexuales es evidente que hubo otro genitor y tarde o temprano surgirá la pregunta de los hijos sobre quién es esa persona.

Resulta necesario conocer los antecedentes del propio nacimiento, aunque luego se tenga que realizar un duelo por la ausencia del genitor que no está presente. Todas las personas tienen derecho a saber de dónde vienen, y justamente por eso es que han ido cambiando las leyes que regulan la adopción y la donación de gametos. Ahora, en muchos países, los hijos adoptados y los concebidos por reproducción asistida tienen la posibilidad legal de buscar a quienes los procrearon. Este asunto, nada fácil de abordar emocionalmente, es uno de los desafíos que enfrentan hoy las parejas lesbigays.

Para las personas homosexuales, el deseo de tener hijos se resuelve por dos vías: la adopción de una criatura ya nacida o la concepción de una nueva vida, en la que un integrante de la pareja pone su colaboración genética (óvulo o esperma) o biológica (útero). El avance de las leyes sobre reproducción asistida permite hoy combinaciones novedosas en la formación de estas nuevas familias.

Está, por ejemplo, el caso de las dos lesbianas españolas que, para ser las dos realmente “madres” de la criatura, una donó el óvulo que sería fecundado in vitro e implantado luego en el útero de la otra, que asumió el proceso de gestación. Así, una fue la madre “genética” y la otra la madre “biológica”. Están también los dos británicos que usaron su esperma para fecundar por separado, y en dos ocasiones distintas, a la misma mujer que les donó sus óvulos y alquiló su útero. Las dos criaturas que nacieron, en momentos distintos, tienen la misma madre genética y biológica, pero distinto padre. Estas criaturas son medio hermanas entre sí, y están siendo criadas por dos gays, cada uno padre de una de ellas. Hay muchas madres heterosexuales que tienen hijos de dos padres, pero aquí lo raro es que son ellos, los hombres, los que buscaron y asumieron a las criaturas.

Además del dilema sobre el secreto o la verdad del origen, está la cuestión cardinal de la crianza. Se pueden discutir los criterios de calidad respecto a la educación de los infantes, pero es un hecho que la composición sexuada de los cuidadores per se no garantiza buenos resultados. No basta tener una madre y un padre, como atestiguan criaturas educadas en familias tradicionales que presentan serios trastornos emocionales. Lo que se requiere es que las figuras parentales ejerzan bien sus funciones de cuidado y educación, en un clima de afecto y disciplina. Y ningún tipo de familia, tradicional o moderna, nuclear o ampliada, heterosexual u homosexual, es garantía, a priori, de una buena crianza. En ese sentido, el destino de los niños en las familias homoparentales no es muy distinto del destino de los que han sido criados en familias tradicionales: hay de todo.

Lo que probablemente sí es muy diferente es el entorno social que tienen que enfrentar. Todos los niños, hasta llegar a cierta madurez, no quieren ser distintos de sus compañeros y temen sus burlas o agresiones. Y sí, pueden sufrir rechazos por vivir en una familia homoparental, como les ocurrió hace años a los hijos de padres divorciados. Pero así como la solución entonces no fue prohibir el divorcio, hoy en lugar de prohibir las familias con dos papás o dos mamás se deberían alentar condiciones sociales de respeto y comprensión. Además, las actitudes hirientes de los compañeritos también se dan cuando se trata de niños de una religión distinta, de otra nacionalidad o con una discapacidad. El asunto es enseñar a los niños a respetar todas las diferencias y a no permitir la discriminación de nadie.

Las encuestas encargadas por el PAN sobre matrimonio gay y adopción de niños por parejas del mismo sexo dan resultados distintos: si se trata del matrimonio gay, una leve mayoría de las personas está de acuerdo (BCG 46%, y GEA-ISA 47%, porcentajes mayoritarios ante las preguntas planteadas), mientras que una aplastante mayoría (71% BCG, y 74% GEA-ISA) está en contra de la adopción. Para disipar las tinieblas de la ignorancia y del prejuicio es indispensable más debate público y más información. ¿O hay otra solución?

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