Miguel Concha
Desde
la década de los años 80 entramos en una fase del capitalismo que aún
padecemos: el neoliberalismo. Desde entonces pueblos enteros y bienes
comunes naturales se han visto más amenazados por el avance de grandes
trasnacionales que buscan apropiarse de inmensas extensiones de tierra,
explotar los recursos naturales que allí se encuentran, y seguir
desplazando a miles de campesinos que conservan formas de posesión
ancestrales, o bajo la forma del ejido, que les permiten una mejor
administración, identidad y articulación entre ellos. Esta maquinaria
del despojo no se detiene; por el contrario, se incrementa y legaliza
de una manera casi irreal. Hoy 26 por ciento del territorio nacional
está concesionado a no más de mil empresas mineras que lo devastan de
muchas maneras.
En esta época de lucro y privatización, sostenida por los capitales
extranjeros y los gobiernos a su servicio, la lucha por conservar esos
bienes, la propiedad social de las tierras y el fortalecimiento del
tejido comunitario, son vitales para el buen vivir de todas las
personas y pueblos, sean urbanos o rurales. Sé que es poco alentador
que al inicio de 2015 tengamos que abordar en este artículo otro caso
que muestra mucho de lo que seguiremos viendo en el país. Debo también
decir que igualmente serán tiempos para reflexionar sobre cómo revertir
este escenario desolador.
Esta situación de abuso se debe en gran parte a un Estado que no
acaba de entender que a él, y a nadie más, le corresponde garantizar y
proteger los derechos humanos de las personas que habitan o transitan
por su jurisdicción. Sigue cautivado por el
canto de las sirenasque le recitan al oído que el mercado y la total libertad para el capital generarán la
salvación de la patria. Pareciera ingenuidad de su parte creerlo, sobre todo en medio de la profunda crisis de civilización que vivimos, pero le conviene hacerlo. Lo hemos repetido hasta al cansancio desde hace décadas. Y por ello hemos denunciado infinidad de veces como movimiento social, organizaciones defensoras de derechos humanos, o miembros de comunidades afectadas, cómo promueve que las empresas siempre ganen más y las comunidades siempre pierdan.
Con sus reformas estructurales, el año pasado nos dejó muy claro de
qué lado está. Ahora habrá que construir, dialogar y facilitar los
medios por los cuales podemos revertir estos tiempos del despojo, y
juntos caminar hacia un nuevo país. Estas situaciones se reflejan, por
ejemplo, en el caso de los ejidatarios de La Sierrita de Galeana,
municipio de Tlahualilo, Durango, quienes se ven afectados por
violaciones a sus derechos humanos por parte de la empresa Excellon
Resources Inc. El proyecto minero La Platosa inició sus operaciones en
2004 y para 2007 los ejidatarios decidieron en una asamblea ejidal
solicitar el apoyo de la organización Proyecto de Derechos Económicos,
Sociales y Culturales (ProDESC), para que los acompañara en la defensa
de sus derechos humanos, en particular la tierra y el territorio,
frente a la empresa minera canadiense.
Rápidamente
se inició un proceso que hoy en México es recurrente: juicios legales
acompañados de organización comunitaria para defenderse ante los abusos
de las trasnacionales. Esto avanzó, a pesar de que la empresa, con
engaños y constante hostigamiento, como sucede en muchos casos
similares en el país, logró imponer su proyecto y la firma de
contratos, abusando del desconocimiento que las comunidades tienen de
sus derechos y de los términos a detalle de los mismos.
En el caso del ejido La Sierrita es evidente que la empresa ha
incumplido con muchos de los acuerdos firmados en 2008. Sobresalen las
cláusulas de carácter social, y la recurrencia a negarse a entablar un
diálogo efectivo con los ejidatarios, para la revisión conjunta del
contrato. Esta situación llevó a la comunidad a solicitar en 2012 la
rescisión del contrato. Y por conducto de un comunicado emitido por los
ejidatarios el pasado 14 de diciembre de 2014 (http://ow.ly/GGncx),
sostienen con razón que mientras no se emita una resolución respecto
del juicio de rescisión, las obligaciones y derechos contenidos en el
contrato continúan vigentes.
Con ello buscan hacer valer su derecho a percibir el pago de la
renta de sus tierras, que actualmente se encuentran ocupadas por la
minera, ya que la empresa detuvo el pago, al ver el avance del juicio
en su contra. Aclaran que el pago fue depositado por la empresa con
antelación, sólo que ahora se niega a liberarlo en su beneficio, y
subrayan que esto no representa en modo alguno un gasto extra para la
empresa.
Esta aclaración la hacen en relación con el argumento que esgrime la
empresa, de que, de pagar el monto que ha retenido a causa del inicio
del juicio, tendría serias afectaciones para cubrir los sueldos de
alrededor de mil trabajadores que actualmente laboran en La Platosa.
Por si fuera poco, ahora pretende maliciosamente enfrentar a los
trabajadores de la minera, así como a los habitantes de la comunidad de
Bermejillo, que reciben beneficios por programas de responsabilidad
social, contra los ejidatarios de La Sierrita.
Estamos frente a una administración de conflictos que pretende
eximir de responsabilidad a una empresa, y trasladarla a los
ejidatarios. Esta práctica ha sido documentada y denunciada por la
organización ProDESC, a la que le han valido serias descalificaciones y
amenazas por su trabajo de acompañamiento. En esta situación prima la
omisión del Estado, pero ahora se hace imprescindible que las
instituciones encargadas de resolver los juicios, y de brindar
protección a las comunidades, hagan posible que éstas no pierdan sus
derechos y vean resuelta la situación en su favor.
Por ahora es claro que las empresas efectivamente hacen uso de la
mentira para confrontar a las comunidades, destruirlas y violentarlas.
Estas comunidades de Durango deben ahora resistir a esta pretensión.
Como bien dijeron los indígenas durante el Festival Mundial de las
Resistencias:
Donde los de arriba destruyen, los de abajo reconstruimos. Reconstruyamos, pues, juntos.
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