Epigmenio Ibarra
Como una fiera herida, pero todavía con enorme fuerza, el régimen
corrupto sigue dando coletazos. Se resiste a asumir la suerte que 30
millones de mexicanas y mexicanos le escrituramos en las urnas. PAN y
PRI, aunque tocados por la derrota, mantienen la capacidad ofensiva y
tienen de su lado a la mayoría de los medios masivos de comunicación, a
presentadores de noticias de radio y TV, y a una amplia gama de los
llamados líderes de opinión.
En defensa de este régimen, del que obtuvieron riquezas, poder e
influencia se movilizan también grandes empresarios y altos jefes
militares. No solo se trata de la presión política y mediática que puede
ejercerse contra el nuevo gobierno sino de aplicarle a éste todo el
peso del dinero y de la fuerza. El propósito es anularlo aun antes de
que tome posesión para propiciar, en las elecciones intermedias dentro
de tres años, la restauración.
A la presión política, el descrédito mediático y la coerción
económica, que ya están operando contra López Obrador, sumarán la
presión militar; lo harán propiciando conflictos y alentando la acción
de bandas criminales para presentarse como la única opción posible de
contención de la violencia. Cuentan con centenares de millones pesos,
mantienen posiciones clave en la política, el aparato gubernamental, la
milicia y la banca y creen que la suma de todas sus acciones provocará
la derrota temprana del nuevo gobierno.
El mantenimiento de la “normalidad democrática” ha impedido a estas
fuerzas, que son legión, desbocarse. Víctimas de la ficción que ellos
mismos ayudaron a construir, de la coartada que establecieron para poder
delinquir impunemente, de la versión (pura ficción) de que en México
existe de verdad una democracia, han debido contener sus llamados y sus
iniciativas francamente golpistas y por el momento se concretan a mirar
la paja en el ojo de López Obrador después de haber ignorado durante
décadas la viga en sus propios ojos.
Es preciso tomar conciencia de que: para el régimen, la democracia
era y sigue siendo sólo una coartada; las instituciones de la República,
pura fachada; el poder Judicial y el Legislativo, simples peones del
Ejecutivo; y los medios, sólo un espejo en el que se miraba el
presidente en turno. La abrumadora derrota electoral les ha atado las
manos por el momento, pero la inminencia de una derrota definitiva está
haciéndoles pensar en que es preciso comenzar a actuar con más descaro y
con más eficacia.
Pese a que muchos no alcanzan a verlo aún con claridad porque se
compran el espejismo de esa “normalidad democrática”, se ha producido
aquí la debacle de un sistema autoritario. No fue esta una elección más,
el cambio de un presidente por otro, de unos senadores y diputados por
otros, cayó un régimen. Ha llegado a la Presidencia, aunque aún no se
ciñe la banda presidencial y faltan para eso todavía 71 largos y
peligrosos días, un hombre que ha declarado que aquí el que manda, el
único soberano, es el pueblo de México y que sólo ante el habrá de
doblegarse.
Este simple dicho de López Obrador resulta para el régimen
intolerable. Más intolerables aún las acciones que ha comenzado a tomar y
que afectan directamente los bolsillos, los cotos de poder, las
influencias de la clase política tradicional y sus aliados en los
medios, las empresas y el ejército. Los prejuicios, las banderas
ideológicas o la ingenuidad ciegan a muchos que hablan de la muerte
prematura de la cuarta transformación. No se dan cuenta de que operan
como “tontos útiles” del sistema del que siempre se han dicho
opositores.
Hemos sido, las mexicanas y los mexicanos, testigos, protagonistas y
corresponsables del derrumbamiento de uno de los regímenes más antiguos,
más corruptos, más violentos y más resistentes del mundo. Un régimen
que supo transformarse para prevalecer y que tendió lazos de unión tanto
con la derecha como con una parte de la izquierda, dejándoles a cambio
una parte del botín. Compró el PRI a mujeres, hombres y partidos con
nuestros impuestos; los hizo cómplices, los utilizó de coartada. Ha
caído un régimen (una dictadura de nuevo tipo, pero sanguinaria y feroz
como las otras) que, pese a su descrédito, supo vender, a propios y
extraños, la idea de que en este país había una democracia. Y como la
democracia, parafraseando a Goya, también engendra monstruos, el régimen
puede valerse de ésta para ponerse en pie de nuevo en las elecciones
intermedias.
No asaltó el pueblo el palacio de invierno, ni se alzó en armas para
derrocar a un tirano; simplemente se organizó y votó por aquél que dijo
que acabaría de raíz con la corrupción y transformaría a México.
Cuauhtémoc Cárdenas y López Obrador hicieron grandes y aun no
reconocidas aportaciones a la paz social en México: el primero al
decidirse, tras el golpe de 1988, a fundar un partido y construir una
vía democrática; el segundo, por no caer en la tentación insurreccional
en 2006 y sobre todo por su terca decisión de cambiar este país llamando
a votar masivamente. El dinosaurio no se extinguió como resultado de un
golpe asestado con las armas; fue herido de muerte en las urnas, pero
sigue aquí, entre nosotros, preparándose para volver.
He conversado con Verónica y con otros compañeros sobre cuál ha de
ser el tono de mi voz en esta nueva circunstancia. En las redes me
preguntan si he de ser tan crítico con el nuevo gobierno como lo fui en
el pasado con los de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
Yo no soy de esos que callaron cobardemente ante los crímenes de esos
dos hombres infames y hoy se presentan como valientes críticos y
opositores de López Obrador. Menos soy todavía de aquellos que piensan
que todos los políticos son iguales. No votamos este 1 de julio sólo
para cambiar de presidente, sino para cambiar de régimen, y ese cambio
de régimen es un largo y afanoso proceso al que debemos sumarnos con
López Obrador muchos millones de ciudadanos para hacerlo efectivo e
irreversible.
Viví con la vergüenza de tener a mis espaldas la pesada lápida del
régimen autoritario. No quiero terminar mi vida sin ver cómo se
extingue, por más coletazos que dé, ese monstruo que se ha alimentado
durante décadas de sangre inocente y que ha dejado al país hecho
pedazos. No puedo olvidar a sus víctimas, no debo callar ante sus
crímenes. La verdad, la justicia traerán a México la paz y el fin de la
impunidad y la corrupción; traerán la prosperidad. Estoy por la cuarta
transformación de la vida pública, pero no la tomo como un dogma de fe
ni soy su cruzado, la asumo como una causa justa por la que hay que
pelear. Al servicio de estos ideales es que he de poner mi voz. No soy
imparcial, nunca lo he sido. Ser neutral no es lo mío.
TW: @epigmenioibarra
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