“Por los muertos y los vivos , debemos dar testimonio”.
El escritor y Premio Nobel de la Paz Elie Wiesel. Tomé la fotografía del sitio de la Agencia de Noticias Enlace judío.
Este va a ser un texto largo, quiero hablar un poco de la vida y de
la obra del escritor Elie Wiesel, y de por qué la lectura de los
escritores- testigos del Holocausto me parece indispensable.
Indispensable para cada persona que intente luchar contra toda forma de
violencia y de racismo, primero hacia adentro de una/o misma/o, después
hacia el exterior. ¿Acaso hay otra manera de hacerlo? Indispensable para
quienes deseamos construir sociedades en las que el respeto de los
Derechos fundamentales de las personas sea el piso firme de la
convivencia cotidiana. Decimos: “Nunca más el horror”, y el horror sigue
allí en sus distintas dimensiones. Como si traicionáramos los caminos
de la memoria.
Leer los testimonios de las víctimas es una oportunidad de intentar
convertirnos -un poco- en mejores personas. Por lo menos intentarlo. Una
no es la misma después de Primo-Levi, Celan, Wiesel. Una no es la misma
después de escuchar los horrores que ha sido capaz de concebir la
condición humana. Me dirán, ¿para qué leerlos, si tenemos ya nuestros
horrores inmediatos? Me lo han dicho. Porque el régimen nazi concibió y
llevó a cabo la destrucción sistemática de millones de personas. Y
porque no son lecturas ni aprendizajes excluyentes: los horrores de
entonces y los de ahora. También, porque la rebelión del gueto de
Varsovia, los prisioneros de los campos anotando a donde pudieron sus
experiencias, jurándose no olvidar, compartiendo un minúsculo mendrugo
de pan, son un ejemplo de lucha y de infinito amor por la vida en
condiciones extremas.
El escritor Elie Wiesel murió el sábado a los 87 años en su casa de
Manhattan. En 1986 recibió el Premio Nobel de la Paz por su trabajo
contra la violencia, el racismo, la represión. Lo recibió junto a su
esposa Marion Rose, judía austriaca y también sobreviviente de los
campos de concentración, y junto a su hijo Schlomo. Wiesel nació el 30
de septiembre de 1928 en Sighet, una ciudad entonces rumana que Hungría
se anexó en 1940. La población judía húngara fue entregada a los nazis y
encerrada en guetos. El 16 de mayo de 1944 Elie y su familia fueron
deportados. Los viajes interminables hacinados en los trenes de la
muerte.
Elie y su padre Schlomo llegaron a Buna Werke III- Monowits, bajo el
control del campo de exterminio de Auschwitz. Permanecieron allí ocho
meses y al final, durante la debacle del régimen nazi fueron trasladados
a otros campos. En 1945, tan cercana ya la liberación, su padre
fragilizado por el trabajo forzado, el hambre y la disentería, fue
asesinado a golpes por un soldado nazi. Su madre Sarah y su hermana
menor Tzipora murieron en las terribles condiciones de los campos. Elie
fue liberado de Buchenwald a los 16 años. Con su tatuaje en el brazo:
número A-7713. Sobrevivieron sus hermanas Bea e Hilda. Llegó a París e
hizo estudios en la Sorbona. Comenzó a trabajar como periodista.
En 1954, Elie Wiesel narró por primera vez sus experiencias en
Auschwitz durante una conversación con el escritor católico François
Mauriac, Premio Nobel de Literatura. Quizá fue allí donde se liberó su
palabra. Por fin. Donde asumió plenamente el compromiso con ser el
guardián de la memoria. La primera versión de “La noche”, fue escrita
en yiddish, la lengua de sus orígenes, y se llamaba “Y el mundo
permaneció en silencio”. Esta versión tuvo que editarse para su
publicación en 1958 en francés: “La nuit”, traducido a 30
lenguas y con una venta ya de seis millones de ejemplares. Seis millones
de libros, como una cifra simbólica: uno por cada uno de los seis
millones de judíos asesinados por los nazis. “La noche” se convirtió en
una trilogía: “Amanecer”, “Día y “Noche”.
En 1961, durante el juicio del nazi Adolf Eichmann (el juicio tras el
cual Ana Arendt escribió “La banalidad del mal”), fue corresponsal en
Israel del periódico yiddish de Nueva York. Apátrida desde el
Holocausto, Wiesel obtuvo en 1963 la nacionalidad estadounidense. El
objetivo de vida de Wiesel a través de su escritura, sus cursos en
distintas universidades y sus centenares de conferencias alrededor del
mundo, fue conservar la memoria del Holocausto y de sus víctimas. Luchar
contra el negacionismo que afirma que el exterminio nunca tuvo lugar,
que las cámaras de gases y los hornos crematorios no existieron.
Después de recibir el Premio Nobel de la Paz, creó junto con su esposa
la “Fundación Elie Wiesel para la Humanidad”.
El Partido Nacional Socialista de México.
El Nacional Socialismo a la mexicana y el racismo en México
(Una experiencia personal).
Crecí en Tabasco, con un abuelo materno que admiraba a Adolf Hitler y
a la Alemania Nazi. En su generación, no era el único. Nunca he
entendido cómo el discurso Nacional Socialista llegó hasta nuestros
trópicos y nutrió unos niveles de racismo tan inimaginables, sobre las
bases de un racismo que sin duda existía desde siempre. Durante mi
infancia vi cantidad de fotografías heroicas de Hitler en los libros de
la pequeña biblioteca de mi abuelo. También del nazi Rommel, “El zorro
del desierto”. Mi abuelo nunca me habló mal del pueblo judío, (supongo
que le quedaba demasiado lejos), su racismo, como el de tantos mexicanos
racistas, se volcaba hacía chivos expiatorios más inmediatos.
Me hablaba, eso sí, de “la eficacia y el milagro económico de la
Alemania nazi”, de cómo “Hitler devolvió su dignidad a un pueblo
humillado“, de su poderío militar que le había permitido someter a
pueblos ‘inferiores’”, y de cómo “los mexicanos productivos y de bien
tenían que entender que hay gente que nació para ser controlada y
doblegada, para estar al servicio de los más fuertes, porque son
incapaces de construir por ellos mismos”. La “supremacía de la raza” y
“los blancos nacieron para dominar a los demás”. Nunca logró explicarme
por qué. Más bien, nunca le pareció necesario que existiera una
explicación.
En la tropicalización del discurso: “Es nuestro deber controlar a la
indiada”. Ya no era ni siquiera cuestión de mencionar los más
elementales Derechos Humanos, que yo no sabía que se llamaban así,
aquello me sonaba cruel, enfermo, era lo que podía pensar entonces: muy
enfermo. Y luego se me atravesaba esta realidad enorme como las
pirámides de Palenque: ¿qué hacía mi abuelo con nuestro mestizaje?
Recurro a estas memorias del absurdo, porque estoy convencida de que
uno de los más graves problemas en México es el racismo. El racismo de
todos contra todos, que nos divide, nos daña, nos lanza a la agresión
cotidiana. A la incapacidad de sumarnos. También, porque a estas
alturas de la historia de la humanidad, el antisemitismo sigue vigente
con una intensidad aterradora. Cuando una lee los comentarios debajo de
las notas donde mencionan al pueblo judío, a un funcionario judío, o
simplemente a cualquier ciudadano de origen judío, los niveles de
violencia de cantidad de comentarios son de terror. “Extrañamos a
Hitler”, “Qué lástima que no le dio tiempo de hacerlos jabón a todos”,
“Que se larguen porque no son mexicanos”. “Las cámaras de gases no
existieron”. “Se hacen millonarios vendiéndose como víctimas”. “Los
asesinos de Jesús”, “Que le arranquen la piel y lo hagan lámpara”.
Leer a los escritores-testigos de la shoa
No había entendido la dimensión del Holocausto hasta que escuché por
primera vez las palabras de un sobreviviente de Auschwitz (judío polaco,
residente en París), liberado a los 21 años: Joseph Bialot, autor del
testimonio (cincuenta años después): “Es en invierno cuando los días se
alargan”. En los años ochenta, la diferencia entre México y Francia con
respecto a la información y a la conciencia de la persecución y el
intento de total exterminio de los que fue víctima el pueblo judío, era
abismal. Ya no es así, tenemos acceso inmediato a testimonios, libros de
análisis, películas, series. Abunda la información en internet. Y sin
embargo… el antisemitismo sigue allí, y la dificultad para entender las
consecuencias letales de los discursos de odio.
Una noche le pedí a Joseph Bialot (fallecido en 2002), que me
escribiera una lista de los escritores-testigos del Holocausto. Elie
Wiesel era uno de ellos. Recuerdo mi primera lectura de su “Trilogía de
la noche”. Recuerdo cómo la ciudad de la realidad se convertía en un
espacio fantasmagórico a cada página. Como las palabras y la memoria de
Wiesel te arrancaban de las pequeñas certidumbres cotidianas para
lanzarte hacia los territorios del horror nazi. No, no había entendido
la magnitud de la empresa de destrucción sistemática creada por Hitler,
hasta leer a los escritores- testigos de “La Shoa”, como elige llamarle el periodista y director de cine Claude Lanzmann, (pareja por años de Simone de Beauvoir).
Neonazis mexicanos.
El más célebre fragmento de “la noche”
“Jamás olvidaré esa noche, la primera noche en el campo, que
convirtió mi vida en una larga noche, siete veces maldita y siete veces
sellada. Jamás olvidaré ese humo. Jamás olvidaré las pequeñas caras de
los niños, cuyos cuerpos vi convertirse en espirales de humo bajo un
cielo azul en silencio. Jamás olvidaré esas llamas que consumieron mi fe
para siempre. Jamás olvidaré el silencio nocturno que me privó, por
toda la eternidad, del deseo de vivir. Jamás olvidaré esos momentos que
asesinaron a mi Dios, a mi alma, y convirtieron mis sueños en polvo.
Jamás olvidaré eso, incluso si estoy condenado a vivir tanto como Dios
mismo. Jamás”.
Tomo integra la traducción al castellano de “La noche”, sólo me permití sustituir el “nunca”, (la palabra francesa es “jamais”),
por el “jamás”, que me parece una palabra con una connotación más
definitiva e inapelable, creo –también- que el “jamás” corresponde a lo
rotundo de esa primera frase que se logra como un tajo en la traducción
al inglés: “Never shall I forguet that night”. ¿Por qué es tan
intensa la frase en inglés? Porque transmite ese contenido de juramento
casi sagrado, sobre el cual Elie Wiesel construyó su vida y su obra.
Las preguntas de un sobreviviente
Wiesel escribió cerca de cuarenta libros. ¿Por qué soy el
sobreviviente de un mundo aniquilado, destruido? ¿Por qué no
sobrevivieron mi padre, mi madre, mi hermana, mi amigo de infancia?
¿Cuál es el sentido de la vida de un sobreviviente?¿Cómo vive el
sobreviviente la culpa de estar vivo? Y la respuesta que nos llega en
las páginas de su obra escrita, y de la inmensa obra a la que dedicó su
vida es: para dar testimonio. Para hablar por quienes fueron
silenciados para siempre en medio de las más crueles y deshumanizantes
torturas. Para que ese testimonio se transforme en un “Nunca más la
barbarie”, contra ningún pueblo, ninguna raza, ninguna religión. Ningún
grupo humano.
No sé cómo logré acomodar el nazismo de mi abuelo y mi amor por él,
lo que sí sé, es que sus discursos me llevaron muy pronto a la
convicción de que era indispensable leer todo lo que tuviera que leer
para aprender a sentir y pensar distinto. Me parecía y me sigue
pareciendo un problema de elemental salud emocional. Nadie será jamás
emocionalmente sano si es capaz de retomar los discursos de odio, y de
celebrar la voluntad de dominio que termina siendo, lo imaginemos o no,
una bienvenida a la violencia. Nadie será emocionalmente sano mientras
piense que el color de la piel de una persona, su religión, sus
orígenes, su grupo de pertenencia, determinan su lugar en el mundo.
El no a toda forma de discriminación y de violencia es un trabajo
interior que dura toda la vida. ¿Acaso hay un momento en el que una
puede decir: ya sané, ya lo logré? No lo creo. Pero en ese aprendizaje
indispensable de cada una/o – el que nos lleva a construir sociedades
más justas y respetuosas de los Derechos fundamentales- los
escritores-testigos del Holocausto son grandes maestros.
En su ausencia física volvemos a sus páginas. A sus memorias, “Todos
los ríos van al mar”. A su imprescindible, “Trilogía de la noche”, al
“Testamento de un poeta judío asesinado”, a “Callarse es imposible”, su
diálogo con el escritor Jorge Semprún.
Farewell Elie Wiesel. Empecinado y valiente guardián de la memoria.
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