7/05/2025

Mujeres luchan desde hace más de 10 años por persecución contra sus familiares y la defensa del territorio en Eloxochitlán, Oaxaca

Entre cuatro paredes de ladrillo y techo de lámina, se escapa un olor a leña y un sutil toque de café con canela. Al acercarse, se empiezan a oír voces alegres, risas, que en mazateco intercambian vivencias, chistes y consejos para mejorar la comida: son las mujeres indígenas de Eloxochitlán de Flores Magón, en Oaxaca, quienes desde la cocina y hasta la calle han defendido su tierra y río desde hace más de 10 años.

Madres, hijas y parejas son quienes se quedaron en esta comunidad de la Sierra Mazateca cuando, entre 2011 y 2014, el Gobierno estatal y municipal encarceló y torturó a miembros de 40 familias –principalmente hombres– por exigir el respeto a las formas de organización indígenas y a la defensa del territorio, incluyendo el Río Xangá Ndá Ge, que en castellano se traduce como “ser de brazos abiertos”.

Los habitantes han señalado que en ese cuerpo de agua, llamado Río de San Antonio de Eloxochitlán, se ha realizado de forma sistemática e irregular el saqueo de materiales pétreos, entre ellos arena para construcción de inmuebles, por parte del cacique Manuel Zepeda Cortés; por lo que ha perdido su cauce y cambiado el nivel de su corriente.

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Foto: Tamara Mares

Pedro Peralta, Jaime Betanzos, Fernando Palacios, Roberto Pineda y Miguel Peralta, entre otros compañeros, fueron perseguidos por el cacique y su hija, actual diputada oaxaqueña de Morena, Elisa Zepeda; así como por la Fiscalía estatal. 

Las calles y hogares de Eloxochitlán se tuvieron que vaciar mientras los defensores mazatecos eran apresados o desplazados forzosamente para evitar ser encarcelados por delitos fabricados, por lo que fueron las mujeres quienes no sólo se hicieron cargo de las casas y el campo, sino pusieron la voz y el rostro para defender a la comunidad y a la vez exigir la libertad de sus compañeros.

A la fecha, la comunidad ha sido asediada por carpetas de investigación fabricadas, cateos, detenciones irregulares, presencia de militares y judiciales, entre otras violaciones de derechos humanos.

“Estamos padeciendo las persecuciones, el encarcelamiento sin sentencia, el encarcelamiento donde todos nuestros compañeros han sido violentados sus derechos”, dice Berta Reynosa, una de las mujeres mazatecas. “Han sido afectadas las familias completas, ¿cuántas familias no se destruyeron?”.

Mientras buscaban que sus compañeros salieran de la cárcel, el Poder Judicial local expidió en los años consiguientes órdenes de aprehensión contra más miembros de la comunidad, de tal forma que en total 21 personas –principalmente hombres– fueron privados de su libertad a lo largo de 10 años, y decenas más tuvieron que huir de sus hogares para evitar ser aprehendidos por delitos fabricados. 

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Mujeres mazatecas en asamblea. Foto: Tamara Mares

Actualmente, todos han sido liberados, aunque siguen enfrentando procesos penales en su contra bajo la medida cautelar de firma periódica, y apenas en mayo de 2025 se liberaron otras 200 órdenes de aprehensión contra 58 personas de Eloxochitlán, incluyendo a individuos que ya habían sido acusados previamente.

“Fue terrible desde el inicio”: mujeres de Oaxaca relatan el inicio de la criminalización contra sus familiares

La señora Berta recuerda cuando comenzó la persecución contra miembros de la comunidad, y veían llegar a los policías judiciales rondando Eloxochitlán en camionetas para encontrar a los hombres señalados por presuntos delitos como homicidio, tentativa de homicidio, incendio, daños por incendio y robo.

En las carpetas de investigación se le acusaba de delitos de alto impacto a integrantes de 40 familias, quienes eran líderes contra el ecocidio del río y tenían puestos dentro de la estructura de organización comunitaria. A finales de 2014, dicha organización convocó a una asamblea con el propósito de elegir a un nuevo alcalde comunitario que terminó en un enfrentamiento, en el que fueron incendiados varios vehículos y dejó un saldo de dos muertos. Desde entonces, se agudizó la persecución.

“Casi a la puerta de nuestras casas querían entrar los judiciales”, resalta. “En ese entonces, en 2015, todos esos años, tan fuerte fue esa persecución y tanto que afectó a nuestros hijos”.

Además de los impactos emocionales que la persecución y aprehensión tuvo hacia las familias, empezaron a enfrentar afectaciones económicas al ser los hombres los principales sustentos para el hogar. Mujeres que principalmente trabajaban en su hogar y en el cuidado de sus hijos, también tuvieron que salir al campo para mantener viva la cosecha de maíz, frijol y café para el autoconsumo, y venta, con la intención de pagar tanto los gastos cotidianos y escolares de las infancias, como la defensa jurídica de los activistas.

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Foto: Tamara Mares

“Si los hijos necesitaban algo en la escuela, que si necesitaban calzado, lo que sea, era de amarrarse porque le debías al abogado y tenías que juntar ese dinero para pagar el abogado”, dice Berta, a quien se le empieza a entrecortar la voz. “A veces ni siquiera para un cacho de carne, nada, podías brindarle a tus hijos. Fue terrible desde el inicio”.

Su esposo, Jaime Vidauria, fue obligado a huir de Eloxochitlán para evitar ir a la cárcel por un delito que no cometió, sólo por ser uno de los elementos más activos en las asambleas comunitarias. Sus hijos tenían cinco y siete años de edad. “Ellos necesitaban el cariño de su padre”, lamenta la mazateca.

Cultivo del maíz en Eloxochitlán: una tradición familiar afectada por la persecución contra defensores de la tierra

Ser el sostén de sus hogares y defender el territorio significó, para varias mujeres mazatecas, el hacerse cargo de la cosecha de maíz, frijol y café en las parcelas de la sierra.

La familia Monfil heredó del abuelo una semilla de maíz amarillo, que fue cuidada y atendida primero por Herminio Monfil, hasta diciembre de 2014, cuando fue detenido y encarcelado como represión por su actividad política en favor de la comunidad. Carmela, su hija, tenía 18 años cuando su padre fue sustraído de su hogar en el barrio de Agua Iglesia.

“Mi padre se salió de la casa y ya jamás volvió. Se salió y ya no regresó con nosotros, hasta después de 9 años”, dice sobre el periodo en que estuvo preso sin sentencia. “Fue un dolor fuerte, como si me arrancaran un pedazo de mí”.

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Carmelita y su padre Herminio. Foto: Tamara Mares

Fue entonces que comenzó su lucha, tanto con las demás mujeres mazatecas de Eloxochitlán que exigían la liberación inmediata de los hombres que fueron apresados en 2014, como en el campo para mantener viva la semilla de maíz amarillo que le había heredado su abuelo.

“Como mi padre es un campesino, siempre ha trabajado con la tierra, sembrando maíz y frijol, y yo me tuve que hacer cargo de eso y ponerme en el lugar de mi padre”, recuerda Carmelita, como le dicen cariñosamente en Eloxochitlán. “Mi papá me hablaba cuando estuvo preso, y siempre me recordaba [hacer] la siembra del frijol, del maíz”.

“Me decía, ‘Por favor, aunque sea poco, pero siembra. No pierdas el maíz de tu abuelito’. Estuvimos trabajando con mis hermanas, mi mamá , para no perder el maíz que mi papá siempre tiene en el corazón”.

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Mujeres en Eloxochitlán, Oaxaca, se han hecho cargo de la siembra de maíz  luego que sus parejas o padres fueron perseguidos por las autoridades. Foto: Tamara Mares

Mujeres mazatecas se unen en el fogón para acompañarse en la batalla jurídica por casos de persecución en Eloxochitlán

Tras nueve años de batalla jurídica, Herminio Monfil ha podido regresar a casa, aunque todavía debe firmar cada 15 días ante el ministerio público local porque la persecución mediante delitos fabricados no ha cesado. Apenas en mayo del año en curso, la defensa legal de Eloxochitlán dio a conocer que se habían girado más de 200 nuevas órdenes de aprehensión contra miembros de la comunidad, entre ellos el papá de Carmelita.

La mazateca, que tiene hoy 28 años de edad, encontró a lo largo de estos 10 años compañeras que no conocía, de los distintos barrios que componen la comunidad de Eloxochitlán. 

“Nos fuimos haciendo como hermanas y nos dábamos ideas, nos compartíamos, nos reíamos a pesar de ese dolor que teníamos dentro, y eso me hizo fuerte, porque no estaba sola”, refiere sobre Argelia Betanzos, Berta Reynosa, Martha Betanzos, entre otras.

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La preparación de los alimentos es un espacio en el que la mujeres comparten su día a día en la defensa legal de sus compañeros. Foto: Tamara Mares

Se reúnen en las asambleas comunitarias donde discuten la ruta de acciones para que cesen las órdenes de aprehensión irregulares en contra de compañeros, y también en frente del fogón donde se organizan para dar los alimentos que sostienen a los asistentes de las reuniones y durante los plantones que han emprendido, como en 2019 en la Ciudad de México.

“La cocina es también un trabajo que una tiene que aprender, desde cocer el frijol, hacer las tortillas, poner el café”, comparte. “Es una actividad bonita, también, porque así como en la asamblea comunitaria, nos organizamos. Nosotras como mujeres somos como hermanas, una le va diciendo [a la otra] si va bien, o va mal, y es un aprendizaje”.

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Foto: Tamara Mares

Entre ellas han aprendido a sostenerse la una a la otra, escucharse y darse fuerzas, como reconoce igualmente María Castañeda, quien junto con sus compañeras ha atravesado los embates de los gobiernos locales.

“Sí, se hace una la fuerte como mujer, pero a la vez el miedo ya está detrás de ti”, resalta. “Por eso es que yo pido que ya nos dejen en paz. Que nos dejen vivir libremente con nuestras familias, para comer, para poder descansar tranquilo, poder dormir y convivir con la familia”.

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