Escrito por Arantza Díaz

.-Ciudad
de México.- En abril de 1994, el avión donde viajaba el presidente de
Ruanda, Juvénai Habyarimana y su par, Cyprien Ntaryamira fue derribado;
un ataque político orquestado por grupos rebeldes que mantenían
tensiones étnicas -hutus vs tutsis-, herencia del propio sistema de
castas. El hecho terminó por convertirse en un genocidio étnico sin
precedentes; uno de los episodios más cruentos en la historia
contemporánea donde en medio, las mujeres y las infancias, lucharon por
resistir.
Con el asesinato del presidente, los grupos radicales de
los hutus subieron al poder; tomaron Ruanda con una extrema violencia y
soltaron las primeras instrucciones en su nuevo gobierno: Extinguir a
los tutsis. Una minoría ética del país que era demonizada por sus pares,
los hutus, por ello, con la llegada de estos grupos radicales al poder,
se orquestaron una serie de acciones que instaban a la población hutu a
exterminarlos, como resultado, en tan sólo 100 días se asesinaron a 800
mil personas tutsis, aproximadamente el 75% de su población, de acuerdo
con Amnistía Internacional.
El genocidio no tuvo precedentes;
la crueldad de los asesinatos, la violencia contra las mujeres y el
homicidio de bebés e infancias tutsis se convierte en una de las huellas
más imborrables de la memoria colectiva. El régimen extremista cayó
sólo 3 meses después, en julio de 1994, sin embargo, sólo bastaron esos
100 días para llevar -casi- a la extinción al pueblo tutsi a manos de la
mayoría del pueblo hutu, pues participaron personas civiles, soldados y
policías.
Tras una lucha por el poder, el Frente Patriótico
Ruandés y su cabeza, Paul Kagame derrocó a los hutus, estableciéndose
así, un episodio de paz y unidad nacional que se mantiene hasta nuestros
días. Sin embargo, es importante señalar que, aunque Kagame fue pieza
clave en la liberación de los tutsis, el presidente se ha adherido con
fuerza a su posición de poder, renovando su mandato por cuatro ocasiones
y tirando todas las leyes que le impiden continuar su mandato. El
pasado julio aplazó su gobierno y quedará como presidente hasta 2034.
La violencia sexual como arma de guerra
Según
documenta Amnistía Internacional, una de las herramientas de control y
guerra más comunes durante el genocidio del pueblo tutsis, fue la
violación y el abuso sexual de las mujeres /adolescentes.
Según
un relator especial de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones
Unidas, se calcula que, durante los 100 días del genocidio, se
cometieron hasta 500 mil violaciones; 5 mil violaciones diarias. La
mayoría, eran multitudinarias y manejaban un modus operandi donde las
milicias de hutus secuestraban a las adolescentes y mujeres para
abusarlas de manera reiterada para posteriormente, asesinarlas.
Asimismo, como arma de control y dominio, muchas de las adolescentes y
mujeres eran puestas en libertad cuando se aseguraba que estaban
embarazadas; eran forzadas a tener a hijas e hijos hutus como símbolo de
vergüenza para su propia etnia. Se calcula que nacieron aproximadamente
5 mil bebés de estos actos.
Derivado de estas violaciones, la
Asociación de Viudas del Genocidio, calcula que 7 de cada 10 mujeres
fue contagiada con VIH, además, de que el 80% de las sobrevivientes
enfrentó secuelas graves y traumas psicológicos imborrables.
En 2004, Amnistía Internacional publicó «Marcadas para morir: Sobrevivientes de violación afectadas de VIH Sida«,
un informe que nació en el marco de los 10 años del genocidio tutsi y
que evidencia los problemas estructurales para erradicar el VIH; las
mujeres víctimas de violación enfrentaron una serie de condicionantes
que recrudecen los hechos, como la pobreza, la vulnerabilidad al no
contar con atención médica y la indigencia.
Luego de una
década del genocidio, se calcula que hay hasta 100 mil personas que
necesitan agentes antirretrovirales para mejorar su expectativa de vida
con VIH, sin embargo, sólo 2 mil tienen acceso al tratamiento, por lo
tanto, se calcula que anualmente 50 mil personas fallecen a causa del
VIH.
El informe documenta algunos de los testimonios de
sobrevivientes, como el de Angele, quien narra cómo, mientras viajaba en
un taxi hacia la ciudad de Gisenyt, su auto fue emboscado por el
ejército hutu y a pesar de intentar huir entre la multitud y refugiarse
en una montaña de cuerpos, Angele fue descubierta y llevada a un bosque
donde sería violada por distintos soldados cada noche.
«Los
soldados de la milicia venían todas las noches a violarme, hasta que
una noche uno de ellos anunció que yo era suya, que él era mi “esposo”.
Yo sólo pensaba en escapar para reunirme con mi familia […] Teníamos que
huir constantemente, porque el ejército ruandés iba tras ellos. Durante
una gran ofensiva de los soldados del gobierno en el bosque de
Gishwati, conseguí huir cuando todos se dispersaron […] y volví a casa
[…] Unos años después, un soldado del RPF [Frente Patriótico Ruandés]
vino a mi casa y quiso tener relaciones sexuales conmigo. Traté de
convencerle de que era seropositiva y de que no podía tener relaciones
sexuales. Aquello fue como una violación. Como era un soldado, me sentí
incapaz de gritar. Quería casarse conmigo y, como era un soldado, pensé
que no tenía otra opción. Le obligué a hacerse la prueba el día después
de la violación, y resultó que ya era seropositivo. Me casé con él
contra mi voluntad. Mis sueños se han hecho añicos. He terminado mis
estudios. Me amarga pensar que mi familia había puesto todas sus
esperanzas en mí; se sacrificaron para que yo recibiera una educación,
pero temo que no tardaré en morir y que mis familiares no sacarán ningún
provecho de su sacrificio» (Angele, testimonio extraído del informe
Marcadas para morir: Sobrevivientes de violación afectadas de VIH Sida
de Amnistía Internacional)
La violencia en razón de
género que vivieron las niñas, mujeres y adultas mayores de la etnia
tutsi no sólo quedó en el margen sexual, sino además, se registraron
casos de mujeres que fueron víctimas de mutilación genital, amputación
de senos, esclavitud sexual, matrimonio y abortos forzados. Además,
existe un subregistro de mujeres que murieron derivado de las heridas
internas que les provocaban los hombres hutus, quienes les introducían
vaginalmente flechas y otras armas.
Se ha documentado que los hutus
exhibian los genitales de las mujeres, pero también, otros miembros como
los dedos o las narices afiladas, rasgos presuntamente característicos
de los tutsis. Esto último, implicó violencia en contra de las niñas,
hijas de matrimonios hutus – tutsis, pues la mezcla de los rasgos
implicó una cacería para los militares hutus quienes las buscaban para
cometer homicidio. Paralelamente, muchas de las madres hutus, quienes
defendieron a sus hijas e hijos tutsis fueron víctimas de actos de
violencia sexual y asesinatos.
Con la caída de los grupos
radicales, se aprendió al alcalde de la comuna de Taba, uno de los
gobernantes que instó al genocidio entre la población. Jean Paul Akayesu
fue sentenciado internacionalmente por genocidio, pero también, sería
la primera vez que se reconocería la violencia sexual como parte de los
hechos; el genocidio se articuló con las violaciones sexuales a manos de
los hutus, para constituir actos de lesa humanidad que pretendían
exterminar a un grupo étnico.
La vida de las mujeres en Ruanda antes del genocidio
El documento «La participación de las mujeres en el genocidio de Ruanda: ¿madres o monstruos?»
refiere que, en la sociedad ruandesa tradicional -y como en muchas
otras donde el patriarcado es el eje primordial-, el papel de la mujer
es educar a los hijos y administrar el hogar. Desde los ojos de la
sociedad, la ruandesa debe ser idóneamente débil y fértil, mientras el
hombre debe ser fuerte, proteger y la cabeza de su hogar; el único
responsable de tomar las decisiones importantes.
A los niños
se les enseñaba a perseguir los valores de la familia y el nacionalismo
exacerbado, lo que derivaba a que se les mostraran técnicas de combate,
mientras las niñas, eran enseñadas a construir un hogar, realizar tareas
domésticas, ordeñar vacas, preparar alimentos y proteger su casa. La
sumisión era bien vista en Ruanda, según las tradiciones, la mujer
siempre debe aceptar la violencia física y la violencia sexual como
parte de sus castigos cuando hacen algo mal.
Antes del genocidio, las
mujeres cargaban con el 70% del trabajo agrícola del país, tendían a
tener las tasas de analfabetismo más altas y su futuro era la cosecha o
en su defecto, desempeñarse en las granjas.
Con el estallido
del genocidio, resulta importante hablar de la otra cara; ¿qué acontecía
con las mujeres hutus? Según documenta «La participación de las mujeres en el genocidio de Ruanda: ¿madres o monstruos?»
del International Review of the Red Cross, derivado de la sumisión y
devoción a sus maridos, las hutus también vivían con miedo; declararon
haber sido obligadas por los soldados a cometer delitos como delatar a
los tutsis o entregar a aquellas personas que ocultaban, pues las hutus,
también fueron pieza clave en la protección de las familias tutsis; las
escondían en sus casas, incluso, de su propio marido.
Así lo
rescata uno de los testimonios del informe, donde se narra cuando una
mujer hutu encontró a un niño tutsi en su plantación. Se hizo un
alboroto y todos señalaban en dónde se encontraba el menor, sin embargo,
la mujer lo escondió entre sus faldas y cuando el ejército hutu arribó,
ella se negó a entregarlo; desfundaron sus armas e intentaron
golpearla. La mujer, terminó por entregar al niño: «decían que si
descubrían que alguien ocultaba a un tutsi la matarían».
Otras
de las historias que documenta el informe son las disyuntivas que
enfrentaron muchas mujeres; defender a sus hijos de las manos violentas
de los hutus. En uno de los testimonios, se habla de una mujer que era
perseguida, pues sus cuatro hijos eran tutsis por parte del padre y si
los encontraban, serían brutalmente asesinados con machetes, por ello,
pidió ayuda a su familia hutu, sin embargo, todos rechazaron apoyarlo.
La mujer decidió colocar veneno en la comida de sus hijos y
posteriormente, ingerirla ella, sin embargo, sobrevivió a la
intoxicación:
«Amé a mis hijos, no quería matarlos, por las noches no puedo dormir», refiere el testimonio.
Se
cumplen 31 años del genocidio en Ruanda, y con estos testimonios, se
nombra a las mujeres hutus y tutsis que quedaron atrapadas en un
fenómeno político de genocidio y que, desde el sacrificio, hicieron todo
lo posible por sobrevivir y defender a los suyos.
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