Juan Carlos Monedero
Mucha gente en el mundo le está agarrando manía a EEUU y a Donald Trump. Si sigue así, el fútbol va a terminar por comerse al béisbol, un deporte muy popular, muy arraigado en el pueblo en muchos países latinoamericanos, pero también muy referenciado por los EEUU. Los EEUU que prometen volver a sembrar muerte.
Hay una frase que se va a poner tristemente de moda: "La guerra es la forma que tiene dios de enseñar geografía a los estadounidenses". Es de Ambrose Bierce, un satírico escritor norteamericano que, después de haber participado en la guerra civil estadounidense, se unió en 1913 al ejército de Pancho Villa para conocer de primera mano la Revolución Mexicana. Ahí se le perdió la pista.
Hablando de pistas: cuando no hay pistas estamos des-pistados.
Se equivocan quienes piensan que Trump está loco. No, no lo está. Sabe perfectamente lo que quiere: evidente, siempre más plata. Pero, eso sí, es enormemente caprichoso, como le ocurre a los muy ricos, y a los que tienen mucho poder y se les olvida que también se van a morir.
Hoy, cualquier país que haya sido socio de EEUU no sabe a qué atenerse, aunque no trata igual Trump a los que sabe que tienen alguna posibilidad de defenderse o de contraatacar que a los que van a aceptar las humillaciones. Con esta gente, la política tiene también algo de póker.
Igual que la reina de Alicia en el país de la maravillas mandaba cortar cabezas, Trump exige aplicación de aranceles como si pidiera un ingrediente más en la pizza, pacta la repartición de Ucrania entre los EEUU y Rusia, apunta a Groenlandia, piensa que tienen derecho a entrar en territorio mexicano, fomenta la desinformación en Twitter, apoya a los partidos de extrema derecha en Europa o dice que van a hacer un balneario para ricos en Gaza (sólo por esto es uno de los seres más despreciables del siglo XXI). Todas estas medidas tienen a los que vibraban más con la bandera norteamericana que con la propia pellizcándose por si se trata de una pesadilla. La oposición en Venezuela no sabe si cortarse las venas o dejárselas largas.
En el Congreso de Berlín de 1885, EEUU y las potencias europeas, en ese entonces poderosas, se repartieron África. Hoy pensemos que la potencia uno, pero decadente -EEUU- y la tres -Rusia- pactan repartirse el mundo, entre otros lugares el Ártico, para frenar a la uno emergente, esto es, China. China siempre es el elefante en la habitación que todos ven, pero no siempre quieren hablar de él.
Los que siempre han sabido quiénes son los EEUU no están teniendo tantos problemas de comprensión de la situación, aunque también sufran las maneras de negociador borracho que usa Trump, como, por ejemplo, cuando pretende revertir -veremos si lo hace el 3 de abril- la licencia que tenía la petrolera Chevron en Venezuela desde 2022. Es verdad que los legisladores republicanos de Florida han presionado porque esperan cobrar su parte, pero Trump no se da cuenta de que el mundo no es una gacela que cazas y luego te la repartes sin más entre los cazadores. Es más fácil hundir el imperio romano que construirlo. Pero para entender esto, tienes que saber un poco -un poquito- de historia.
Trump es el producto típico de la arrogancia occidental en el mundo en un momento de crisis de la hegemonía geopolítica norteamericana y europea, de calentamiento global, de desarrollos tecnológicos que se nos escapan y de crisis del modelo neoliberal que hace cada vez más grandes las desigualdades.
Trump, como buen producto occidental va a hacer lo que han hecho siempre los norteamericanos desde, al menos, el siglo XIX: matar a los indios, expoliar a los mexicanos, mangonear a los europeos, usar a los predicadores, comprar a los cobardes, robar a los débiles, negociar con los fuertes, golpear a los indecisos, usar a los Judas, esclavizar a los pobres y encarcelar a los disidentes. Lo que pasa es que ahora, en vez de contárnoslo John Ford en una película, lo estamos viendo en directo, con un guion tan exagerado que, si lo viéramos en el cine, pensaríamos que los guionistas se habían excedido.
Esta semana hemos visto esa obra de teatro propia del cine mudo con caídas, tortas de nata en la cara y bofetones, propia de Laurel y Hardy, el Gordo y el Flaco, o de Charles Chaplin. En su lugar, Zelenski, Vance y Trump, donde el patético Presidente ucraniano pretendió ser el General della Rovere y se tuvo que contentar con salir por la parte de atrás de la Casa Blanca, después de haberse televisado al mundo que tenía que callarse porque EEUU se iba a quedar con el 50 por ciento de los minerales raros de Ucrania y Putin va a conseguir lo que en buena lógica debieran haber negociado ucranianos y rusos hace diez años, esto es, buena vecindad, zonas autónomas, seguridad y soberanía.
Hubo un momento donde daban ganas de ir en esa pelea con Zelenski, viendo cómo lo zarandeaban Vance y Trump. Pero Zelenski es, como ha recordado Atilio Borón, uno más de esos monigotes que usa los EEUU para arrodillar a algún país y luego los tira, como pasó con Noriega en Panamá, con Antonio Saca en El Salvador, Juan Orlando Hernández en Honduras, Álvaro Colón en Guatemala y ya veremos si no entra también en esa lista Javier Milei de Argentina.
Acordémonos de las risas y el desprecio a Putin de Zelenski cuando estaba en su gloria y se firmaron los acuerdos de Minsk de 2014, que debieran haber acabado con la guerra en el Donbás, y que hoy sabemos que eran una farsa para ganar tiempo y armar a Ucrania. Lo dijo la canciller Angela Merkel a Die Zeit, el semanario alemán: “El acuerdo de Minsk fue un intento de ganar tiempo para Ucrania”. Se podía haber pactado la paz hace tres años, y Zelenski hizo lo que le mandó EEUU y Gran Bretaña. Y hoy no va a ser ni siquiera el general della Rovere.
El general della Rovere es una película de Roberto Rosellini de 1959. La película narra las andanzas de Emanuele Bardone, un estafador italiano sin el más mínimo escrúpulo, que, durante la ocupación nazi de Italia, se aprovecha de las familias de los prisioneros de guerra, prometiéndoles que intercederá por sus seres queridos a cambio de dinero. En realidad, no tiene ninguna influencia y sólo busca robarles el dinero, contando con que esa madre, esa esposa, esa novia va a darle hasta el último centavo con tal de salvar a su ser querido.
Cuando su engaño es descubierto, los nazis, en lugar de ejecutarlo, le hacen una propuesta: suplantar a un líder de la resistencia italiana, el General della Rovere, quien ha sido recientemente asesinado. Su misión es infiltrarse en la resistencia dentro de la cárcel y obtener información sobre los partisanos.
Al principio, Bardone acepta por miedo y conveniencia, pero al convivir con los prisioneros y ver su valentía, empieza a identificarse con la causa de la resistencia. Poco a poco, deja de actuar como un impostor y se convierte en el héroe que había fingido ser desde su inmoralidad.
Cuando los nazis le exigen que delate a los partisanos, Bardone entonces se niega y, en un acto de redención, prefiere morir como un verdadero patriota antes que traicionar a sus compañeros. Es ejecutado por los nazis como si fuera el General della Rovere, muriendo con un honor que nunca tuvo. El futuro de Zelenski, me temo, no va a tener nada de heroico. Lo primero que hizo Trump al recibirle en la Casa Blanca fue regañarle por cómo iba vestido. Esa imagen militar de Zelenski, tan cuidada por alguna empresa de comunicación, ya no es útil. Y no va a serlo tampoco todo lo demás.
El cuadrilátero Trump, Vance, Zelenski y los espectadores, tan diferente de cuando el Presidente ucraniano era el invitado de lujo de todos los eventos, ha roto otro consenso internacional, como cuando Noboa entró en la Embajada de México en Quito. Es verdad que lo que hicieron Trump y Vance con Zelenski delante de los periodistas, es lo que ha hecho siempre EEUU con los que entiende que son sus “subordinados”. Todos los presidentes de los EEUU han gritado a otros presidentes en el Despacho Oval, igual que la Troika europea gritó a Varoufakis y a Tsipras para que Grecia regresara al carril neoliberal. Y antes, siempre te gritan sus medios de comunicación. Para asustarte. Pero una humillación en directo rompe casi cinco siglos de diplomacia.
Mientras los paneles de mando se han vuelto locos y ni siquiera la Inteligencia Artificial sabe hacia dónde va el mundo, todos los tanques de pensamiento, los think tank, tienen que reconocer que tienen ahora mismo más de tanques que de pensamiento y que no tienen ni idea de hacia dónde van las cosas.
En un mundo donde, desde la perspectiva de los norteamericanos hay menos para repartir, toca poner en marcha todo ese abanico de medidas clásicas que ya vio Bolívar en los norteamericanos, esa voluntad de despojar países, personas e incluso continentes y robarles cualquier perspectiva de futuro soberano. Si pueden por las buenas, por las buenas. Por eso la diplomacia ha servido a los intereses hegemónicos del norte, igual que los contratos había que respetarlos siempre y cuando no revirtieran las desigualdades. Los argumentos, como ha recordado el profesor Boaventura de Sousa Santos, son muy del pensamiento europeo: el beneficio es lo primero, si te defino como una raza inferior tengo derecho a robarte (y además mis universidades me lo van a justificar con sus catedráticos), si eres mujer tendrás derechos sólo mientras seas blanca y rica, mi ciencia es mi razón y por tanto te arrodillas ante ella, mi modo de vida no puede ponerse en juego por el tuyo, porque el mío es superior, etcétera.
La Europa que está emergiendo, como los EEUU que representan Trump, Elon Musk y los que alguien ha llamado los Wolf Warriors tecnológicos, están reflejados en el saludo nazi del presidente de Tesla, al que judíos ricos que estaban invitados a la celebración recibieron con una sonrisa. También en los años 30 hubo judíos que colaboraron con los nazis en el Holocausto. La historia enseña, decía Gramsci, pero no tiene alumnos. La verdad no está ni en las televisiones ni en las redes y las decisiones tampoco se deben tomar ahí.
Europa, antaño potencia, está hoy como pollo sin cabeza. Uno de los máximos responsables de la orientación de Europa en los últimos 20 años, Mario Draghi, ha afirmado: “Si me preguntan lo que hay que hacer… no lo sé, pero necesitamos hacer algo". No es muy esperanzador que los que siempre han tomado las decisiones no sepan qué decisiones tomar.
En Europa se está hablando de un rearme de 800 mil millones de euros, la mitad de toda la riqueza de México durante un año entero. Hay otros, aún más disociados, que abogan por un rearme nuclear europeo, ahora que se dan cuenta de que la OTAN es lo que siempre ha sido: el brazo armado de los EEUU.
Europa ha dicho que se va a hacer cargo de Ucrania. La defensa militar por parte de Europa de Ucrania parte de un mal análisis, según el cual, Rusia es el enemigo, y que, por tanto, hace falta un país amigo entre los rusos y los europeos (aunque yo soy de la opinión, de que Rusia es también europea). Ucrania debiera funcionar como un país tapón entre Moscú y París. Cuando lo inteligente para Europa sería empezar a tejer alianzas con Rusia y con China en un mundo sin polaridades y, por tanto, sin patios traseros de nadie. Porque tomen nota de una cosa: los países que quieren rearmarse siempre, siempre, tienen intereses colonialistas en algún país cercano. Quieren su porción del pastel que le van a robar a alguien. El reputado economista Jeffrey Sachs ha sido contundente en su recomendación a Europa: “No vayan a mendigarle a Washington. Eso no ayudará. Probablemente estimularía la crueldad. En lugar de eso, tengan una verdadera política exterior europea.”
Mucha gente en el mundo le está agarrando manía a EEUU y a Donald Trump. Si sigue así, el fútbol va a terminar por comerse al béisbol, un deporte muy popular, muy arraigado en el pueblo en muchos países latinoamericanos, pero también muy referenciado por los EEUU. Los EEUU que prometen volver a sembrar muerte. Ha pasado con la Coca-Cola en EEUU después de las deportaciones de latinos. Aunque la alternativa, beber Pepsi-Cola, no va a hacer mella en el capitalismo. ¿Le tomará manía la gente al béisbol? No creo, porque buena parte de los mejores jugadores, son latinoamericanos o negros. Pero vamos, que ni en el béisbol está Trump haciendo amigos.
Ambrose Bierce, en una de sus últimas cartas ante de partir para México escribió: “Adiós. Si oyes que he sido colocado contra un muro de piedra mexicano y me han fusilado hasta convertirme en harapos, por favor, entiende que yo pienso que esa es una manera muy buena de salir de esta vida. Supera a la ancianidad, a la enfermedad, o a la caída por las escaleras de la bodega. Ser un gringo en México. ¡Ah, eso sí es eutanasia!».
Parece que Trump quiere volver a ganarse a pulso ese especial cariño.
Juan Carlos Monedero
Realizó estudios de licenciatura en Economía, Ciencias Políticas y Sociología. Es Doctor en Ciencias Políticas y profesor titular en la facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Hizo sus estudios de posgrado en la Universidad de Heidelberg (Alemania). Ha dado clases en diferentes universidades de Europa y América Latina y es profesor honorario en las universidades argentinas de Quilmes y Lanús. Ha asesorado a diferentes gobiernos latinoamericanos. Entre otros libros, ha publicado La transición contada a nuestros padres, El gobierno de las palabras, Nuevos disfraces del Leviatán, Dormíamos y despertamos, Curso urgente de política para gente decente (15 ediciones y publicado en cinco países), La izquierda que asaltó el algoritmo, El paciente cero eras tú y Política para tiempos de indiferencia (2024). Premio Latinoamericano y Caribeño de Ciencias Sociales de CLACSO en 2018. Ha sido ponente central en la conmemoración del Día Internacional de la Democracia en la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York y en la 28 Sesión Regular del Consejo de Derechos Humanos en Ginebra. Tiene reconocidos tres sexenios de investigación. Es cofundador de Podemos, colabora en diferentes medios de comunicación y ha presentado durante cinco años el programa En la frontera en Público, donde tiene el blog Comiendo tierra.
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