representante del maligno en la tierra,
zurdo de mierday
sorete mal cagado(sic).
Durante las exequias, la pompa vaticana no pudo ocultar que desde la enfermedad del pontífice y su debilitamiento físico, había iniciado una brutal guerra por la sucesión; un tiempo de pre cónclave. Con independencia del Espíritu Santo, la pugna, ahora, se dirimirá entre quienes buscarán consolidar las tenues reformas del jerarca católico fallecido y los que intentarán un nuevo proceso de restauración de signo ultraconservador, a tono con los tiempos que corren en EU y algunos países de Europa y Latinoamérica.
Conviene recordar que −como repiten los obispos− la Iglesia es una
institución jerárquica, vertical y autoritaria, no democrática. Su
configuración corporativa y piramidal, con su estructura de mando
análoga a la de un ejército, tiene en la cúspide al Papa (después de
Dios, el gobernante en la tierra es el soberano pontífice), seguido por
el Sacro Colegio Cardenalicio, los obispos y el clero, y reproduce
dentro a una sociedad de machos. La mujer está sometida, ocupa un plano
de inferioridad, casi servil. Desde la muerte de Pablo VI, en 1978, ese
patriarcado travestido en sexismo como forma sutil de subordinación de
la mujer, había desnudado aún más a esa Iglesia santa y prostituta
−como solía proclamarla y aceptarla el ex VII obispo de Cuernavaca,
Sergio Méndez Arceo−, y exhibía la angustia, humillación y vejación a
que son sometidas mujeres en su seno por clérigos seguidores de Jesús de
Nazaret.
Algo de eso quiso reformar Francisco al asumir, no sin contradicciones, la “agenda woke” de la plutocracia de Davos; pero no pudo implementar cambios estructurales, ya sea porque le faltó voluntad o encontró férreos obstáculos en sectores tradicionalistas de la curia romana, dejando muchas de sus propuestas en lo simbólico. Así, la ordenación de mujeres como sacerdotes o diaconisas, a diferencia de otras denominaciones cristianas, sigue siendo tabú y la estructura eclesiástica permanece dominada por hombres célibes.
Conviene rememorar que durante los 35 años de papado de Juan Pablo II
y su guardián de la ortodoxia, el cardenal alemán Joseph Ratzinger,
apodado El Rottweiler de Dios y a la postre Benedicto XVI, la
Iglesia se convirtió en feudo. Como dijo entonces Leonardo Boff −sentado
por ambos en el banquillo de la ex Inquisición y condenado a un año de silencio obsequioso
−, el eje Wojtyla-Ratzinger forjó una Iglesia feudal controlada y dominada desde Roma
.
En clave de neocristiandad, los dos pontífices clericalizaron la
institución a partir de la visión imperial entronizada por Gregorio VII
en 1075 con su bula Dictatus Papae, que significa Dictadura del
Papa. Según apuntó el gran eclesiólogo Jean-Yves Congar, con Juan Pablo
II se consolidó el ejercicio centralizado, autoritario y hasta
despótico del poder eclesial.
Fue en ese marco de Iglesia donde el sacerdote argentino Jorge
Bergoglio supo deslizarse como pez en el agua, pasando de superior
provincial de los jesuitas (1973-79) a ser designado obispo por Juan
Pablo II (1992), arzobispo de Buenos Aires (1998) y cardenal primado
(2001), ejerciendo además la presidencia de la Conferencia Episcopal
Argentina durante dos lapsos consecutivos (2005-11). Ergo, como todo
prelado, Bergoglio fue formado para ser un hombre de poder. Y desde su
cercanía inicial a la agrupación derechista Guardia de Hierro, ligada a
la peor versión del peronismo, y después con el masserismo (el almirante
Eduardo Emilio Massera fue uno de los jefes de la Junta Militar, con su
deriva, el terrorismo de Estado, en cuyo seno jerarcas católicos como
el arzobispo de La Plata, José Antonio Plaza, los vicarios castrenses
Adolfo Tortolo y Victorio Bonamín, el obispo de Jujuy, Miguel Medina, y
hasta el nuncio Pío Laghi, justificaron la tortura en los centros
clandestinos y bendijeron la armas del Ejército), transitó a la llamada
Teología del Pueblo de Lucio Gera y Juan Carlos Scannone −alejada de las
herramientas marxistas de la teología de la liberación y que no
reconoce la lucha de clases, pero que admite el conflicto entre pueblo y
antipueblo
y apoya la opción prioritaria por los pobres aunque
no los empodera− y fue ungido pontífice en marzo de 2013. Ya en Roma,
Francisco renunció al estilo palaciego e imperial, puso énfasis en lo
social, recorrió las periferias
del orbe y condenó al capitalismo (sin mencionarlo) como sistema de muerte
.
El dominico brasileño Frei Betto describió la compleja posición de Bergoglio como una cabeza progresista
al frente de un organismo conservador
,
dentro del cual, purpurados tradicionalistas y supremacistas como el
estadunidense Raymond Burke, entusiasta partidario de Trump y quien
junto con el líder de la ultraconservadora Liga del Norte, el italiano
Matteo Salvini, y poderosos grupos religiosos y de laicos como el Opus
Dei, Comunión y Liberación, los Caballeros de Colón, la Orden de Malta,
Camino Neocatecumenal y Sodalicio de Vida Cristiana, no dudaron en
considerarlo hereje y comunista disfrazado. Como recordó Leonardo Boff
en 2024, laicos ricos estadunidenses fraguaron un complot para
deponerlo, como si la Iglesia fuese una empresa y el Papa su CEO
. Ya en 2017, The New York Times había
detectado que el ex jefe de consejeros de Trump, Steve Bannon, buscaba
organizar a los prelados ultraconservadores. Ahora, en una coyuntura
geopolítica muy particular, el irreflenable Trump −quien según consignó
Sergio Rodríguez Gelfenstein nombró a varios católicos claves como el
vicepresidente J.P. Vance, el secretario de Estado, Marco Rubio, y el
director de la CIA, John Ratcliffe− podría intentar interferir en el
cónclave para designar al nuevo Papa a través del mencionado Burke y el
cardenal arzobispo de Nueva York, Michael Dolan.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario