Javier Aranda Luna
Eso dice uno de los protagonistas de Actos humanos, de la premio Nobel Han Kang, nacida y criada en esa ciudad que se ha convertido, por la masacre perpetrada allí, en símbolo de la lucha de los sudcoreanos contra los regímenes autoritarios y por la democracia.
Construida a varias voces como La noche de Tlatelolco, de Elena Poniatowska, la novelista narra, a partir de pequeñas historias personales, la carnicería perpetrada entre el 18 y el 27 de mayo de 1980, cuando la ciudadanía se levantó contra la dictadura de Chun Doo-hwan.
Los capítulos dan cuenta de los personajes principales que son la
arquitectura del libro: El Chico, El Amigo del Chico, El Editor, El
Prisionero, La Chica de la Fábrica, La Mamá del Chico y El Escritor.
Pero si las imágenes de la masacre son brutales, lo dicho por sus
personajes es como una flecha cargada de significados: ¿Es posible
atestiguar el hecho de que una regla de madera de 30 centímetros sea
introducida repetidamente en mi vagina, hasta la pared trasera de mi
útero? ¿A la culata de un rifle golpeando mi cuello uterino? ¿Es posible
atestiguar que acabé con una aversión patológica al contacto físico,
especialmente con los hombres? ¿Es posible dar testimonio del hecho de
que terminé despreciando mi propio cuerpo, la sustancia física de mí
misma? ¿Qué destruí intencionalmente cualquier calidez, cualquier afecto
cuya intensidad fuera más de lo que podía soportar?
Además de partir de su experiencia personal, la novelista revisó archivos como el del Instituto de Historia Coreana Moderna Pale Green, Gwangju, Women y documentales, obras de teatro y testimonios directos de distintas personas. Pero, pese a su minuciosa investigación de los hechos, sabe que dar cuenta de la vida es tarea imposible, empezando por el uso del lenguaje mismo. Éste, comentó a Lucía Taboada, de Vanity Fair, es como una flecha que nunca da en el blanco, pero lo necesitamos, porque nos conecta a los demás. Y vaya que se conecta con sus lectores de manera intensa.
En otra de sus novelas, La vegetariana, el lenguaje le permite construir atmósferas realmente complejas, como la que marca la pauta al inicio de la historia: Antes
de que mi mujer se hiciera vegetariana, nunca pensé que fuera una
persona especial. Para ser franco, ni siquiera me atrajo cuando la vi
por primera vez. No era ni muy alta ni muy baja, llevaba una melena ni
larga ni corta, tenía la piel seca y amarillenta, sus ojos eran
pequeños, los pómulos algo prominentes y vestía ropas sin color, como si
tuviera miedo de verse demasiado personal
.
Al escribir La vegetariana, Han Kang dudaba sobre las posibilidades de la violencia humana y la imposibilidad de la inocencia, pero terminó dudando sobre la humanidad.
Ni siquiera mi pequeño pene, que era la causa de un secreto
complejo de inferioridad, me preocupaban lo más mínimo cuando estaba con
ella
, y dice más adelante el esposo de Yeonghye: fue natural que
eligiera casarme con ella, que tenía el aspecto de ser la mujer más
corriente del mundo. De hecho, jamás he podido sentirme cómodo con las
mujeres bonitas, inteligentes, sensuales o provenientes de familias
adineradas
.
El rechazo a la ingesta de carne de la protagonista y a su propio
cuerpo no impiden erradicar la violencia de su entorno. Ni siquiera su
hermana, que consume carne y tiene una familia diferente
, puede evitarla. Para una y otra, el tiempo es un torrente ecuánime hasta la crueldad
, que se lleva en sus aguas la vida de ambas.
Para Han Kang, la escritura es una forma de vida, por eso acepta el Nobel, pero se niega a festejarlo: Con
la guerra intensificándose y gente siendo llevada muerta todos los
días, ¿cómo podemos tener una celebración o una conferencia de prensa?
Y sí, la fragilidad humana es su materia, la sustancia de la que estamos hechos.
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