Para crecer en adeptos o detonar cambios, la marcha de la presunta generación Z debía cumplir al menos tres objetivos tácticos: (1) ser pacífica, (2) ser auténtica y (3) ser nutrida. Víctima de las expectativas opositoras y la cooptación partidista, no logró ninguno de los tres. Un ovillo de violencia, exceso de canas y asistencia pobre en relación a su hermana, la Marea Rosa, condena al grupúsculo a un faltante de legitimidad del que con alta probabilidad no podrá retornar. La serie de errores pudo haber dado una estocada al corazón del vampiro chupasangre-joven: a su legitimidad.
En primer lugar, los símbolos fascistas, destrozos y enfrentamientos acapararon los encabezados. Fueron un despropósito que espantan simpatías. Encuesta tras encuesta confirma que el uso de la fuerza desalienta el arrastre popular. En Estados Unidos, por ejemplo, contribuyeron al declive de Black Lives Matter, movimiento de vida corta. En general, la violencia suele ser usada por ciertos grupos para visibilizar una causa y sus demandas, pero este caso particular ya tenía la atención. Como efecto indeseado, el pliego petitorio, de poca a nula trascendencia, quedó opacado por los encontronazos. En un país violento, el mayor acto de rebeldía es la paz, y los manifestantes perdieron la oportunidad de anotarse un triunfo moral.
En segundo sitio, para sumar puntos de legitimidad la concentración debía ser auténtica. En cambio, las crónicas independientes dieron fe de que la mayoría de los asistentes no eran jóvenes. En un dejo de protagonismo descolocado, viejos inconformes y estructuras partidistas tradicionales dominaron la conversación. La probada manipulación digital y el hedor a oportunismo impregnó el cuadro. Esa sensación de falsedad suele desalentar al independiente que busca la frescura genuina. Las imágenes del sábado restan cualquier credibilidad de que en el futuro serán voces emergentes las que conduzcan una orquesta desafinada desde la obertura.
Finalmente, la concentración debía ser nutrida para demostrar con datos y no relatos que existe una inconformidad extendida y creciente en México. Para muchos escépticos, el 70 u 80 de aprobación presidencial sigue siendo ilusorio. Pretendían usar la manifestación como prueba de malestar, pero sus expectativas fueron incumplidas. Para zanjar cualquier duda, un Zócalo más medio vacío que medio lleno probó que la oposición ni siquiera logró empatar anteriores movilizaciones convocadas por tentáculos partidistas. Si bien la decepción numérica del sábado no implica en automático una pérdida de adeptos, sí sugiere que el ánimo general está lejos del rechazo y que, en cambio, ciertos nichos de protesta están disociados de la realidad.
En suma, la concentración de la mal llamada generación Z fue una iniciativa chata que malogró sus objetivos tácticos de legitimidad. La movilización fue usada para construir el relato de un presunto despertar juvenil, pero la poca originalidad de las demandas y su traslape con la agenda de la Marea Rosa restó espontaneidad. El movimiento, que con alta probabilidad tendrá una vida corta, visibilizó con muchas contradicciones la protesta contra la inseguridad —incubada por el PRI y el PAN—, pero relegó a segundo plano las exigencias de la generación de la desesperanza y la ansiedad a nivel mundial. Aunque en México este grupo reclama menos que en otros países por políticas como Jóvenes Construyendo el Futuro, el reimpulso al salario mínimo, la seguridad social para repartidores, las becas en preparatorias y universidades y la reciente expansión de vivienda, sigue siendo vulnerable a fenómenos globales como la desigualdad estructural y la reconversión del trabajo. Aquello que las derechas subestiman o desprecian toca a las izquierdas escuchar.
Ciertamente, Morena no debe ser soberbia, pero tampoco agachada ni acomplejada. Hoy día tiene mayoría holgada frente a rivales inoperantes que no solo topa en los espacios habituales, sino también en las familias pregoneras de la libertad de ultraderecha como los Salinas Pliego y los Krauze, más y más ideologizantes y partidistas. Las izquierdas en México, con resultados y legitimidad, contuvieron lo que los gobiernos de Nepal, Perú o Madagascar no pudieron. Por las expectativas infladas, el búmeran de la opinión pública hoy castiga a los manifestantes, acaso con justa razón. La andanada que salivaba con desestabilización fue domada, pero la guardia debe permanecer arriba para atender más y mejor a los de abajo. Templados los gritos y sombrerazos, retorna la exigente calma.
https://www.sinembargo.mx/4728225/los-errores-tacticos-de-la-presunta-generacion-z/

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