Las movilizaciones o los movimientos sociales suelen ser acciones colectivas cuyo fin es exigir la solución de alguna desventaja colectiva, o por lo menos, visibilizarla. Y dado que históricamente son las grandes mayorías las que suelen padecer desventajas; parecería que la protesta, la marcha o la toma de calles es un patrimonio exclusivo de las izquierdas, usualmente preocupadas por que, precisamente, se aminoren las desigualdades. Es decir, que no haya desventajas.
Pero también hay movilizaciones desde las derechas, cuyo abanico de demandas puede no satisfacernos, pero en democracia tiene derecho a existir y, en algunos casos, hasta tienen legitimidad. Aunque el peso de la historia y la identidad es enorme, y ya que las grandes tradiciones conservadoras de las derechas suelen defender el statu quo y la creencia en las instituciones, suelen ser menos proclives a hacer política callejera.
Sin embargo, en México ha habido momentos representativos de las grandes movilizaciones de las derechas. Por ejemplo, en 2004 se gestó una marcha en contra de la inseguridad en abstracto, que, más allá de su pluralidad, terminó cooptada por dirigentes mediáticos que la vistieron de blanco y quisieron convertirla en una plataforma de derechas contra el entonces Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador. Así, una demanda legítima, como la solicitud de seguridad, se convirtió en un fetiche azuzado contra un gobernante que, curiosamente, sí había hecho mucho por reducir la violencia en su entidad, y que, asimismo, en ese momento padecía un embate mediático que terminó en un desafuero.
Doce años después, en 2016 salió a la luz el Frente Nacional por la Familia, organización que pirateó el nombre del partido fascista francés fundado por Jean Marie Le Pen, y que, con base en las premisas básicas de la homofobia y misoginia de la extrema derecha, fue una reacción visceral contra matrimonios igualitarios y el derecho al aborto en México. Si bien su agenda se limitaba a coartar esos derechos, tuvieron cierta afluencia social, en un espectro que iba desde la derecha católica tradicional, hasta un grupúsculo de neonazis, agazapado en alguna esquina, que, adornados con suásticas tatuadas en pechos morenos, gritaban consignas como “hombre y mujer son la familia natural”, mientras proyectaban una mirada repleta de la permanente ansiedad del célibe involuntario o del frustrado sexual que descarga en otros su autodesprecio.
Luego del triunfo de una izquierda partidista en 2018 en México las derechas partidistas se volvieron recurrentes gestoras de intentos de ganar las calles. No era la primera vez que lo hacían, aunque en años anteriores la experiencia fue un rotundo fracaso. Por ejemplo, en 2005, el dirigente local del PAN en la Ciudad de México, Carlos Gelista, invitó a la gente a portar un moño blanco en la solapa y a salir a las calles a validar el autoritario desafuero contra López Obrador. Como respuesta, cuando hacía una de sus mojigangas en la Alameda capitalina, la gente le recriminó y ahí terminó su abyecta aventura.
En 2008, en plena reforma calderonista para privatizar los energéticos, el PAN sugirió a sus militantes salir a las calles a informar a la gente para favorecer la reforma. El objetivo era neutralizar al naciente Movimiento en Defensa del Petróleo, pero también resultó en un fracaso, porque nadie secundó la convocatoria panista.
A partir de 2018, y como parte del sacudimiento que los mantiene en un estado de incomprensión de la realidad luego de la tunda electoral, la principal oposición de derechas se refugió en aparatos mediáticos, como el periódico Reforma, ante el debilitamiento del PAN, PRI y PRD. Y en ese marco, también pretendieron tomar las calles. Lo hicieron con técnicas que disimularan su escaso número, como reunirse en el Monumento a la Revolución y no en el Zócalo; o marchar en carro o plantarse en casas de campaña, como lo hizo FRENA; emulando a peces globo que, con carpas plásticas o coches, aumentaran su tamaño real para intimidar a sus adversarios.
Pero lo más importante es que su agenda al salir a las calles fue siempre incierta. En 2018 y en los albores de 2018, sus peticiones eran un pastiche zigzagueante que lo mismo exigía que se retomara el proyecto peñista -es decir, corrupto- del Aeropuerto en Texcoco; o, unos más desorbitados, exigían que López Obrador renunciara a pocos meses de haber asumido el cargo; acción que hizo precedido de la mayor votación en la historia de México y con una aprobación a su gestión que rebasaba el 70 por ciento.
Decir eso no es ninguna demagogia o una falacia ad populum, sino un recordatorio de que en México, nuestra Constitución, nuestras leyes, nuestra historia, los cánones internacionales básicos de la democracia y, asimismo, el más mínimo grado de sensatez, señalan que la legitimidad de un gobernante proviene no de su ideología o de su origen de clase sino de su competencia y triunfo limpio en las urnas. Negarle legitimidad o exigir renuncia a aquel que proviene de ellas con el mayor número de votos y con la mayor diferencia respecto al segundo lugar, en una competencia donde el ganador iba cuesta arriba con el asedio mediático, no es una crítica, sino una necedad poco comprometida con los lineamientos de la democracia.
Poco después, la derecha movilizada de FRENA al menos tuvo la franqueza, o el descaro, de sacar el cobre sin cortapisas, cuando su líder, Gilberto Lozano, abiertamente invitó a grupos militares que salieran abiertamente a dar un golpe de Estado. Paradojas de la ultraderecha posmoderna, ese grupúsculo antidemocrático de FRENA mostró más actitud democrática que el PRI o el PAN, cuando en 2022, a diferencia de los partidos de oposición, llamaron a sí participar en el mecanismo de revocación de mandato de López Obrador, mismo que perdieron abrumadoramente, pero al menos no especularon tonterías sobre él, como sí lo hicieron los ideólogos del PRIAN, convencidos de que esa figura de democracia directa -y propuesta de la izquierda partidista desde hace décadas- era en el fondo una madeja alambicada y taimada con la que el Peje buscaba cimentar su camino a la reelección. Resulta sorprendente la capacidad de esos panfletistas de estar alarmantemente equivocados y aún así sentirse fuentes luminosas de inteligencia y ética.
Fue hasta 2022 que las derechas tomaron con cierta presencia las calles, cuando reaccionaron a un intento de reforma electoral con un espectro llamado “Marea Rosa” que, con un discurso más puritano y religioso que democrático, gritaron que “El INE no se toca” y, muy antidemocráticamente, se erigieron como el monopolio de la democraticidad en el país y llamaron a rechazar completa la propuesta de reforma del obradorismo.
(Por cierto, no es trivial señalar que muchos de los líderes de esa Marea Rosa, como ciertos transitólogos y exconsejeros presidentes del INE, hoy aceptan que la propuesta de 2022 hecha por AMLO, Pablo Gómez y Horacio Duarte para evitar la sobrerrepresentación legislativa no era incorrecta y valdría la pena retomarla hoy en 2025. Más vale tarde que nunca al reconocer una equivocación. Ya nomás falta que esos transitólogos analicen los demonios que liberaron y al tipo de gente que fanatizaron con su cantaleta religiosa y mentirosa de que “el INE no se toca”).
Pero la Marea Rosa no logró crecer como tal. Por una razón sencilla: poco después de su surgimiento, redujo su actuar a ser una plataforma que impulsara a Xóchitl Gálvez y Santiago Taboada como candidatos a la presidencia y a la Jefatura de Gobierno en la Ciudad de México, mediante un intento de neutralización de los negativos que la huella del PRIAN dejaba en ambos candidatos.
Todos esos proyectos fallaron ruidosamente en las urnas en 2024, pero también en las calles, porque más que movilizaciones genuinas con una agenda popular, parecían desesperadas simulaciones para canalizar desahogos y diluir el costo político que fue el error de unir a tres partidos de oposición en una mezcolanza inviable que se llamó PRIANRD.
Y ahí está en fondo del tema. El PRIANRD y sus brazos civiles en las calles (concedámosles que eso son) fueron productos fallidos porque nacieron de un diagnóstico fallido. Toda movilización social es un camino donde un pie debe ir puesto en el ideal de cambio que se anhela pero el otro pie a fuerza debe ir bien anclado a la realidad que se quiere cambiar. Si el segundo pie no está bien puesto en su lugar, el otro pie, paradójicamente, en vez de volar se hunde. Y con él los sueños de sus movilizados.
Ese es el pecado original de las movilizaciones del sexenio pasado: salieron a cuestionar la legitimidad del único gobierno en los últimos cuatro sexenios que logró su triunfo a la buena; salieron a cuestionar las medidas que más consenso y aprobación democrática ganaron; y en 2022 salieron a atribuirse la defensa de la democracia dejándose encabezar por abiertos delincuentes electorales, como el mapache Roberto Madrazo; la traficante de votos Elba Esther Gordillo; el porrazo antidemocrático Ulises Ruiz; el gestor de fraudes Vicente Fox; el “haiga sido” Felipe Calderón o la falsificadora de firmas para trampas preelectorales como Margarita Zavala.
Y todo ello, basados en el discurso de que hay una “deriva autoritaria”, consigna que no conecta con la gente no porque la gente sea antidemocrática sino porque ese diagnóstico es una mentira y una vulgar falacia de hombre de paja. Porque como lo atestiguan la reforma electoral de 2007, la ausencia de pluralidad denunciada por la izquierda (desde el desafuero de 2004 hasta las intromisiones delincuenciales del Tribunal Electoral en 2008 en el PRD y en Iztapalapa en 2009; y los fraudes electorales de 2006 y 2012); la realidad es que el grupo hoy gobernante tiene mucho más credibilidad respecto a la competencia electoral que sus contrapartes del PRIAN.
Con esos antecedentes, parecería que 2024 y la nueva y predecible derrota estrepitosa de esa derecha partidista, al menos iban a hacer un cambio en sus estrategias. Ya no por autocrítica, sino por un mínimo de autocompasión. Pero no fue así. Montándose en una causa oportunista (como el asesinato de un alcalde que hasta hace poco era de Morena y denunciaba al calderonismo); y en una generación que no les pertenece, y que, por cierto, por sí misma no es sinónimo de rebeldía o de apatía; esa derecha se autoasignó un lugar en la llamada marcha de la Generación Z, que desde un perfil apócrifo de redes sociodigitales, pero con enlaces virtuales con paginillas de apoyo a plataformas del PRI o PAN; y con la convocatoria de jovenzuelos porrillos priistas o panistas; convocaron a movilizarse una vez más contra un gobierno emanado de Morena.
El hecho fue una calca de las marchas de 2019 a hoy. Una agenda titubeante, sin objetivos ni liderazgos claros; plagada de impresentables que tienen derecho a marchar, pero no a ostentarse como algo que no son. Todo ello coronado con un pliego petitorio de 12 puntos donde no piden nada relativo a las preocupaciones de los jóvenes (como es la estabilidad laboral; derecho a la vivienda; a la libertad y al acceso a la salud mental); y que es un pastiche de peticiones vinculadas a la democracia procedimental -como la transparencia electoral y no a la coacción del voto-; y una disparatada exigencia de algo que ya existe: la figura de revocación de mandato, misma que, dicho sea de paso, debe su existencia gracias a la llamada cuarta transformación y muchos de los ideólogos del PRIAN -que salieron a marchar- siempre han rechazado. Todo en el tono apocalíptico y mentiroso de que México vive una “deriva autoritaria”.
He ahí la razón del fracaso de esa marcha. En vez de salir con una consigna realista y popular, se permitieron regurgitar el diagnóstico fallido del PRIAN del sexenio pasado. En vez de acrecentar derechos, buscaron restringirlos, al quejarse, tontamente, de los “ninis”, las becas y el aumento a los salarios. En vez de construir sus liderazgos, se dejaron acompañar por impresentables, que van desde los porros oportunistas de Somos México -cuyo único anhelo es registrar un partido minoritario más- hasta ascos como Salinas Pliego, cuyo único anhelo es, en el mejor de los casos, permanecer como evasor de impuestos, y, en el peor, gestar un movimiento político para azuzar la prepotencia de los impotentes y crear una candidatura, tal como hizo Milei en Argentina.
En suma, si este movimiento fracasó es porque va en contra de lo que ha garantizado cierto éxito en movimientos políticos recientes. Y eso es el tratar de construir mayorías con base en demandas populares. Pero si tu punto de partida es un diagnóstico errado; tu compañía de ruta incluye porros sucios y jumentos con suásticas en el cuerpo; y parte de tus consignas son insultos misóginos y judeófobos a la Presidenta, a la par de agresiones contra programas sociales; es muy probable que en vez de articular popularidad, tu único efecto sea fanatizar minorías. Y al hacer eso, en vez de salirte a manifestar, saliste a exhibirte.
https://www.sinembargo.mx/4728333/por-que-han-fracasado-las-marchas-de-las-derechas/

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