Pedro Mellado Rodríguez
Hubo una época, aunque las nuevas generaciones no lo tengan muy claro, que en las filas del Partido Acción Nacional hubo políticos cultos, instruidos, humanistas, y aunque claramente conservadores y de derecha, se podía dialogar con ellos y hasta discutir con vehemencia, sin llegar a los insultos y las agresiones. Eran los panistas que creían en la brega de eternidades.
Había personajes respetables como los fundadores del PAN, Manuel Gómez Morín y Efraín González Luna. Luego llegaron otros personajes destacados y rescatables, como Efraín González Morfín, Carlos Castillo Peraza y Gabriel Jiménez Remus. Sin embargo, cuando terminó la brega de eternidades y el PAN empezó a llegar al poder en algunos estados como Baja California, Guanajuato y Jalisco. Y poco después, en el 2000, a la Presidencia de la República, el PAN sucumbió a los pecados capitales del poder.
El albiazul se pudrió muy rápido. No es que el poder los cambiara, lo que sucedió es que el poder y el dinero desnudaron sus más vulgares e íntimas ambiciones. De tal manera que los neopanistas que encontraron acomodo en cargos públicos se pudrieron muy rápido, hasta llegar a la generación de personajes de muy baja estofa como Vicente Fox Quesada, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, Ricardo Anaya Cortés, Marko Cortés Mendoza y Jorge Romero Herrera.
Hubo también una época en la que los nombres de algunos luchadores de izquierda despertaron reconocimiento y admiración. Como los primeros comunistas que arribaron al Congreso de la Unión en 1979. Le dieron lustre a esa legislatura del Partido Comunista Mexicano, entre otros, Alejandro Gascón Mercado, Roberto Jaramillo Flores, Ramón Danzos Palomino, Othón Salazar Ramírez, Valentín Campa Salazar, Arnoldo Martínez Verdugo y Gilberto Rincón Gallardo.
Cuando la izquierda llegó al poder desde las filas del PRD y ganó la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México con Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano y algunas gubernaturas como Michoacán, Morelos y Tabasco, su discreto encanto se fue desvaneciendo entre la frivolidad, las corruptelas y las ineptitudes, hasta llegar a la generación encabezada por personajes como Jesús Zambrano Grijalva, Jesús Ortega Martínez y Guadalupe Acosta Naranjo.
Hay varias generaciones de mexicanos que primero votaron tres veces consecutivas por el candidato presidencial Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, en 1988, 1994 y 2000. Luego, con esa tozuda característica de los ilusionados, varias generaciones votaron tres veces por Andrés Manuel López Obrador, en las contiendas presidenciales de 2006, 2012 y 2018. Y el año pasado, en 2024, casi 36 millones de mexicanos llevaron a Claudia Sheinbaum Pardo a la Presidencia de la República.
El partido que durante siete décadas se ostentó como heredero de la Revolución Mexicana tuvo su expresión luminosa con el Gobierno del General Lázaro Cárdenas del Río y destellos de inteligencia política con el historiador y político Jesús Reyes Heroles, que desde la Secretaría de Gobernación impulsó la profunda reforma político electoral de 1977.
Devorado por el vértigo de la corrupción, los abusos y las simulaciones, y distanciado del pueblo por los gobiernos neoliberales que traicionaron el proyecto de la Revolución Mexicana, lo único que le queda al PRI es un dirigente que dimensiona su verdadera estatura y alcances, pues Alejandro Moreno Cárdenas, conocido con el apodo de “Alito”, ilustra la más procaz expresión de la prostitución política.
Hay una amplísima cofradía de oportunistas que se han colado al proyecto de la Cuarta Transformación. Gente que llegó del Partido del Trabajo, del Partido Verde Ecologista de México, del Partido Acción Nacional y una amplísima legión de personajes endemoniados que abandonaron las filas del PRI y se disfrazaron de soldados de la transformación.
Algo empieza a oler muy mal, porque al amparo del poder y con el abrigo ingenuo de la mayoría de los mexicanos, hay quienes asumen que tiene una patente de corzo para darle rienda suelta a la corrupción, a los abusos, a la prepotencia y a las ligerezas de quienes van desnudos, exhibiendo sus frivolidades y sus miserias.
Muchos negocios se han incubado al amparo de los nuevos poderosos circunstanciales. Muchas complicidades y corruptelas gozan del mal disimulado apoyo de funcionarios cínicos y sinvergüenzas, que presumen afectos y afinidades familiares como blindaje contra el baldado brazo de la justicia.
Hay quienes pretenden perpetuar enfermizos cacicazgos en estados como Zacatecas, Guerrero y San Luis Potosí. Mientras que desde las filas del Poder Legislativo, desde las cámaras de diputados y senadores, hay otros que sabotean el proyecto de la Cuarta Transformación.
La Presidenta Claudia Sheinbaum Pardo tiene que terminar con el desenfreno de los cínicos y los sinvergüenzas. Tiene en sus manos las herramientas necesarias para seguirle la pista a los abusos, los despilfarros, los robos y los negocios ilegítimos. Debe poner a trabajar, con objetivos muy claros, a la Secretaría Anticorrupción y Buen Gobierno, a la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda, al Servicio de Administración Tributaria, a la Auditoría Superior de la Federación, a los servicios de inteligencia e investigación de la Marina, el Ejército, la Guardia Nacional y la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, para seguirle la pista al dinero y los bienes mal habidos.
La Presidenta tiene que usar todos los recursos que tiene a su alcance para que puedan integrarse las carpetas de investigación que le permitan formular las denuncias para que puedan ser obsequiadas las órdenes de aprehensión y meter a la cárcel a las alimañas que pretenden lucrar con el proyecto de la Cuarta Transformación.
Debe actuar la Presidenta sin consideración alguna para quienes traicionan su proyecto, pero, sobre todo, traicionan la confianza y la esperanza del pueblo que espera un cambio verdadero. La Presidenta debe también considerar la forma más adecuada de propiciar o negociar la salida del Fiscal General de la República, Alejandro Gertz Manero, que durante todo un sexenio no tuvo un acierto digno de mérito. Y poner en esa dependencia a alguien que sea útil para perseguir en serio los delitos.
La Presidencia debe empezar a actuar contra los gobernadores negligentes, ineptos, corruptos y cobardes, que terminan aliados con el crimen organizado o lo protegen. Debe actuar con firmeza contra quienes desde las regiones traicionan al pueblo, sin importar sus colores, ideología o posición política, aún cuando se trate de sus presuntos aliados, que sólo están esperando la mejor y más lucrativa oportunidad para venderse al mejor postor y traicionar el proyecto de la Cuarta Transformación.
Hay casi 36 millones de personas ilusionadas con el cambio verdadero. Pero la Presidenta debe actuar ya, con energía y firmeza para desparasitar a Morena y a su Gobierno. La historia es la gran maestra de la vida. El naufragio de otros partidos y otros gobiernos debe ser una advertencia para la Presidenta. Debe poner atención a la historia de la nueva derecha, vacía y superficial; del priismo de los desplantes, los desfiguros, los gritos, la violencia y el cinismo de quienes no tienen ideología alguna o convicción sana que les motive; los últimos estertores de una izquierda facciosa y corrupta que se extravió y se fundió con la pérdida del registro del PRD el año pasado y que ahora se refugia en los brazos de la impresentable Marea Rosa.
Es tiempo de que la Presidenta empiece a actuar con firmeza contra los traidores, los sinvergüenzas, los corruptos y los cínicos. En la política, en la vida pública y en la historia, los hubiera no existen. La nostalgia que más duele es añorar lo que pudo haber sido y no fue. Pensar en lo que se podría haber hecho y no sucedió, cuando la nave ya está hundida y no hay remedio para un futuro plagado de sombras y de amargas premoniciones, no sería el mejor consuelo. Por lo tanto, es tiempo de que la Presidenta empiece a actuar para desparasitar a su partido y a su Gobierno.
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