Ahora que están de moda los kits antinucleares, podemos proyectar la metáfora a diversas realidades. Si Putin nos lanza una bomba nuclear, no se olviden, por favor, del cortauñas, el mechero, la botellita de agua, de un paquete de mascarillas por el polvo que se va a levantar, sin duda; del pijama para dormir en el bunker del barrio y muchas baterías para que todo funcione cuando se vaya la luz durante tres días, que se irá. Ah, y el pasaporte, que para ir al otro barrio parece que lo piden. Se trata de un kit para el rearme de la población europea, que es como el de las muñecas de Famosa pero en más moderno.
Discurre un momento histórico que unos llaman “últimos días”, otros, “apocalipsis”, los de más allá, era de Acuario, los más científicos, mundo cuántico; los más modernos sueñan con el mundo META colgados de las redes, y los más ricos con un resort perpetuo en el que flotar, comer y beber hasta un final de congelación perenne para resucitar del frío. Y entre todo ese mundo que asoma por el horizonte como futuro más o menos inmediato aparece el caballo alazán de la guerra, de algo tan antiguo y constante como la guerra. Esa barbarie ha estado presente en cualquier época, caótica o de bienestar, de riqueza o escasez, por causa de la religión o del dinero, de la apropiación del terreno o de los recursos hídricos…..
¿Y cuantos años, siglos, milenios seguimos este patrón de la guerra? Pues exactamente desde que empezó el Patriarcado, que es un sistema estúpido y perverso, que optó por la muerte, por el poder de matar, para emular el poder de dar vida de las mujeres. Resulta que el gran tema no era “la envidia del pene”, sino “la envidia del útero”. Y no se trata de un simulacro, sino que en países como Suecia o Brasil se realizan trasplantes de útero de cadáveres a personas que quieren parir y no pueden, es decir, hombres mayormente, porque el género no basta para semejante proeza. Por mucho que se vayan a parir con tacones, no van a poder ni de coña ¡Qué contradicción! Por un lado tambores de guerra y “kits” de supervivencia y, por otro lado, empeño sobrehumano por dar vida. ¿Dar vida? No: competir con las mujeres y las hembras mamíferas por ser capaces de dar a luz.
Yo no pondría tanto empeño en traer niñas y niños al mundo mientras no fuéramos capaces de desterrar la guerra de la historia. Tendría que ser lo primero en la Agenda feminista y sustituir en importancia, por ejemplo, al aborto, que parece una bandera de progreso y un banderín de enganche. Y el kit de supervivencia que se lo aplique la von der Leyen para sobrevivir en su carguito en esa Comisión que parece la han creado para meternos miedo a la gente de Europa y, a ser posible, también arruinarnos. Porque ahora viene el dinero digital. Una broma pesada.
No podremos hablar de progreso, modernidad, democracia, Ciencia, Inteligencia – artificial o natural -, progresismo, socialismo, igualdad, justicia, transición ecológica ni feminismo hasta no conseguir terminar con la guerra, hacerla imposible. No sé cómo hemos sido capaces de consentir la guerra de Ucrania o el genocidio de Gaza o de consentir a los políticos que lo han permitido o no lo han detenido. Ni hablar de los ejecutores. Aunque sólo fuera de modo simbólico, deberíamos hacer manifestaciones para quemar colectivamente todos los kits de supervivencia, al igual que aquellas feministas quemaron sus sujetadores en 1968 como protesta por un concurso de Miss América en Nueva Jersey. Han pasado 50 años y no hemos inventado ninguna performance para impedir la guerra. Ahora es el momento.
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