Uno
pensaría que el asunto de la cancelación del Hay Festival en la ciudad
de Xalapa estaría mas o menos libre de controversia. Pero está claro
que lo que uno piensa pocas veces tiene correspondencia con la
realidad. Y la realidad es que existen múltiples posiciones alrededor
de este hecho. Sin embargo, para no extraviarnos en pequeñeces o
matices, acá se argüirá que la discusión se divide básicamente en dos
grandes posicionamientos: los que aplauden la moción de la cancelación,
y los que furibundamente condenan la decisión de arrebatar la sede del
festival a Xalapa. Los argumentos que a menudo se esgrimen son, por un
lado (los que apoyan el retiro), que las condiciones en el estado son
desfavorables para la celebración de un evento de esa envergadura, que
el ambiente en la entidad es hostil para el desarrollo del periodismo,
que estos foros culturales alimentan la falsa noción de un clima de
libertad intelectual o fomento cultural, y que el evento está sujeto a
un uso político por parte del gobierno del estado; y por otro (los
detractores), que la cancelación sólo abona al aislamiento de la
entidad, que la desaparición de estos eventos culturales no contribuye
a frenar la ola de violencia en Veracruz, que en este clima de
hostigamiento político más cultura se traduce en menos exposición de
los jóvenes a la violencia, que la comunidad intelectual de la capital
carece de licencia legítima para sugerir soluciones a los problemas de
la provincia, etc.
Y aunque pudiera sostenerse que las dos
posiciones tiene argumentos valederos, el hecho es que con frecuencia
la querella se desarrolla en un terreno abstracto, sin una
consideración adecuada de las circunstancias concretas que envuelven al
caso en cuestión.
Se nos olvida que el Hay Festival tiene
intereses que naturalmente debe cuidar. Los festivales culturales
transnacionales también son negocio, y acaso esa es su principal
consideración, aún cuando en la práctica provean un bien socialmente
deseable: cultura. Los gobiernos también persiguen intereses, que no
son sólo intereses directamente representativos de las instituciones
gubernativas, sino intereses que involucran a los poderes privados que
representan. No es fortuito que el gobernador del estado se lamentara
públicamente por las pérdidas que acarrearía la suspensión del evento
para los hoteleros, restauranteros y consortes. Un gobierno también
persigue capital político y legitimidad. En nuestra época, los
festivales musicales, literarios o culturales, o incluso los
megaeventos deportivos, son materia de disputa entre gobiernos
alrededor del mundo. La selección de una sede se basa más en las
agendas privadas implicadas en las negociaciones, y menos en las
necesidades o preocupaciones de las poblaciones. La trama del Hay
Festival no es tan distinta de la situación que envolvió a los Juegos
Centroamericanos y del Caribe que se celebraron el año pasado en suelo
veracruzano, y cuyos hipotéticos beneficios aún están en entredicho; o
recuérdese también el alojamiento de la Copa del Mundo de Fútbol en
Brasil, a la que por cierto los brasileños respondieron con un “Fútbol
sí. FIFA no”. Vale decir: la cancelación del Hay Festival no es en
detrimento de la vocación cultural de Xalapa.
Cabe
insistir que una cosa es cultura o deporte, y otra, radicalmente
distinta, los negocios lucrativos que gravitan alrededor de esos
bienes. Los megaeventos culturales o deportivos tienen agendas
programáticas que no pocas veces difieren con las cuestiones que una
sociedad considera de primer orden. Me valgo de un adagio poco
afortunado para ilustrar esa obstinada omisión que cohabita con la
organización de esos eventos pretendidamente inofensivos: “el culo no
está para besitos”. Cultura sí. Festivales susceptibles de lucro
político no.
En este sentido, lo que se debe analizar es
la eficacia o ineficacia de la iniciativa de cancelación del Hay
Festival. Y para eso es preciso conocer el fondo de la trama.
Las cifras que se expusieron en la última entrega pueden servir para
ilustrar la coyuntura en la que se tomó la decisión de suspender el
festival: “Veracruz ocupa uno de los primeros sitios en materia de
desaparición forzada. Según estimaciones de la Procuraduría de General
de Justicia del Estado, de 2006 a 2014 cerca de dos mil personas fueron
víctimas de desaparición forzada. La danza de los números a veces
abonan al desconocimiento o negación de la crisis. Pero la ausencia de
cifras exactas es sintomático de la gravedad del problema. En relación
con la libertad de prensa y la situación de los informadores, Veracruz
tiene saldos desastrosos. De acuerdo con Reporteros Sin Fronteras, la
entidad es uno de los 10 lugares más peligrosos del mundo para ejercer
el periodismo. La Asociación Mundial de Periódicos y Editores de
Noticias advierte que el estado de Veracruz concentra el 50 por ciento
de los homicidios contra periodistas en México desde 2011. Hasta
febrero de 2014, se contabilizaron 10 periodistas asesinados, cuatro
desaparecidos, y 132 agresiones contra la prensa estatal. Con el
homicidio del foto reportero José Moisés Sánchez Cerezo la cifra de
comunicadores ejecutados en ese plazo asciende a once. Cabe hacer notar
que el caso de Sánchez Cerezo conjuga las dos modalidades de delito
dominantes en la entidad: la agresión letal contra periodistas y la
desaparición forzada” (http://lavoznet.blogspot.mx/2015/01/veracruz-sobre-el-asesinato-de.html).
En síntesis, Veracruz es un calabozo para la palabra escrita. Y por
supuesto que el gobierno es parcialmente responsable: en todos los
crímenes que involucran a periodistas, las autoridad fingen demencia o
niega el carácter político de los delitos. La agresión sistemática al
gremio periodístico ni siquiera es meritoria de la verdad jurídica. La
muerte encierra una triple injusticia: la de la criminalización, la de
la humillación y la del olvido.
El razonamiento de los
intelectuales que solicitaron retirar la sede a Xalapa del Hay Festival
México es básicamente el siguiente: resulta incompatible la promoción
cultural e intelectual con la agresión letal hacia los periodistas e
informadores. El blanco de la iniciativa no era la cultura o la
población, sino la administración del actual gobernador.
A nuestro juicio la moción fue exitosa. Nadie puede objetar el
nerviosismo que produjo el cierre del festival en los pasillos de los
recintos gubernamentales. La represalia tuvo además un alcance
internacional. Y en cierto sentido la invectiva de los impulsores
apuesta a esa presión. El éxito también radica en la inusitada
efervescencia que ocasionó en la ciudad de las flores. Xalapa es una
ciudad donde la cultura a menudo está divorciada de la política. La
cancelación del Hay Festival en la ciudad abrió un horizonte poco
habitual en estas comarcas: la politización de esos segmentos “cultos”
comúnmente vegetados en el confort de la neutralidad política.
En todo caso, la faena está incompleta. Ahora es preciso reemplazar ese
remedo de festival (me permito manifestar, no sin prever una andanada
de objeciones, que el Hay Festival, al menos en Xalapa, era un fiasco),
por otro genuinamente cultural y receptivo con las preocupaciones e
intereses de los artistas, periodistas e intelectuales de la entidad.
Y como la neutralidad no es un valor que cultivo o aprecio, me declaro
simpatizante con la causa de la cancelación del Hay Festival en Xalapa.
“Cultura sí. Hay Festival no”.
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