Como
muchos mexicanos, la joven de 20 años Nestora Salgado emigró de su
estado Guerrero a Estados Unidos para tener mejores condiciones de vida
y escapar con sus tres hijas de un marido golpeador. En 1991, en el
norte, la joven madre hizo trabajo doméstico y sacó adelante a sus
hijas Zayra Crystal, Ruby y Grisel. Perseverante, como todos los que
creen en sus sueños, Nestora consiguió la ciudadanía estadunidense,
dejó de tener preocupaciones económicas, se divorció del mexicano
golpeador y encontró a un hombre amoroso, José Luis Ávila. Sus hijas
crecieron sanas y fueron a la escuela, a diferencia de miles de niños
en México que trabajan para ayudar a sus padres.
Cuando
sintió que a ella ya le iba bien, decidió que era justo que también a
Olinalá, Guerrero, le fuera bien. Nestora ya había probado lo que es
una buena vida y pensó que también su gente merecía lo mismo. Dos veces
al año regresaba a su pueblo. Nestora traía comida y ropa no sólo para
sus familiares (15 hermanos, primos y sobrinos), sino para un gran
número de guerrerenses. Cada año que pasaba lo encontraba peor, hasta
que descubrió que era un pueblo controlado por la delincuencia y el
narcotráfico.
Al ver la injusticia y las condiciones de
pobreza y abandono de su gente, se propuso defenderla y a caminar al
lado de sus paisanos abandonados por autoridades que no merecen serlo.
Su fuerza y personalidad arrolladora cautivaron a todos.
Asediado por el crimen y el abuso de poder, además de la pobreza, la
delincuencia y la corrupción del narcotráfico, Olinalá aprovechó la
buena voluntad de Nestora, dispuesta a defender sus derechos. La manera
más directa de ayudar fue unirse a la policía comunitaria indígena, que
la eligió como comandante regional. ¡Bonita la comandanta con sus ojos
muy bien pintados y sus grandes arracadas bajo su gorra negra y su
camisa verde olivo, parte del uniforme que ella feminizaba!
En vez de regresar a la comodidad de su vida en Estados Unidos, aceptó el cargo y los más pobres se lo agradecieron.
La policía comunitaria está respaldada por la Constitución del estado
de Guerrero y por la Constitución Política de los Estados Unidos
Mexicanos. A la comandanta la gente empezó a llamarla a diario por su
extraordinario desempeño. Cesaron los homicidios y la delincuencia
disminuyó en un espectacular 90 por ciento. Muy pronto, Nestora, fuerte
y decidida, se dedicó a perseguir y a castigar a la pandilla de Los Rojos,
que cometía toda clase de abusos y crueldades en contra de los
pobladores. Sus 10 meses al frente de la policía comunitaria fueron
–según muchos habitantes– un respiro y una esperanza.
Nestora
detuvo a un síndico, Armando Patrón Jiménez, y a sus cómplices que
robaban ganado y ya habían matado al dueño de las vacas. Los amigos de
Armando Patrón acusaron a Nestora de tenerlo secuestrado y por esa
acusación de delincuencia organizada la comandanta fue detenida junto
con 30 policías comunitarios. A escala federal, Nestora salió
victoriosa de las acusaciones de secuestro y delincuencia organizada,
sin embargo, aún debe enfrentar procesos legales por las acusaciones
del estado de Guerrero.
Dentro de las rarezas de su detención
–sin orden de arresto por los federales–, la misma policía federal
envió a Nestora a Nayarit, como si no hubiera cárceles en Guerrero.
Al año de su encarcelamiento, la PGR, consciente de las irregularidades
del arresto, desistió de la acusación de secuestro, pero aunque el
nuevo gobernador de Guerrero, Rogelio Ortega, se manifiesta en favor de
su liberación, el procurador de justicia de Guerrero, Miguel Ángel
Godínez Muñoz, no permite que salga libre.
Nestora Salgado está amparada por el convenio 169 de la OIT.
Somos muchos los que defendemos a Nestora y nos preocupamos por su
estado de salud a raíz de su huelga de hambre en el penal El Rincón, en
Nayarit, que inició el 5 de mayo de 2015. Aislada de las demás presas,
sus tres hijas dicen que no cuenta con medicina y ni siquiera tiene
agua potable.
Según Jenaro Villamil, lo que sucede ahora en Guerrero vuelve loco a cualquiera.
Tendríamos que recordar que antes, en Olinalá, se hacían cajitas
pintadas a mano, olorosas a lináloe, un árbol casi extinto en Olinalá.
Muchas casas del pueblo están pintadas de colores como las célebres
cajitas. Ojalá vuelvan a grabarse flores sobre madera y, sobre todo,
ojalá se le haga justicia a Nestora Salgado, la más valiosa de las
cajitas en Guerrero, que ahora es una gran cajota de corrupción, hoy en
manos de sicarios, narcotraficantes y malos gobernantes coludidos con
la delincuencia organizada, como lo están José Luis Abarca y María de
los Ángeles Pineda, que en vez de joyerías y tiendas de autoconsumo
debieron pensar en tantos inocentes hoy desaparecidos en alguna fosa.
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