Ilustración: Pe Aguilar / @elesepe1
La
realidad nacional patentiza el imperativo de que el grupo en el poder
entienda que llegó la hora de frenar sus ambiciones y voracidad, para
evitar que la crisis generalizada que se vive desde hace tres décadas,
llegue a extremos inmanejables.
Así se desprende de las palabras del
investigador Edgardo Buscaglia, en el foro “Derechos humanos y
antimafia social en América Latina”. Afirmó: “El cáncer de México como
sociedad y Estado está dentro del mismo Estado. El enemigo está dentro
de la misma casa y eso es lo que se tiene que entender”.
El principal obstáculo para
llegar a comprender esta gran verdad, está en el poder que tiene el
Estado para evitar que la sociedad entienda lo que es evidente para
quienes profundizan en sus reflexiones sobre la realidad social de un
país tan complejo como e nuestro. Otra muy diferente sería la situación
nacional si las clases mayoritarias tuvieran acceso a una información
verdadera de los hechos noticiosos, si contaran con niveles de
educación que les permitieran pensar un poco sobre las causas y efectos
de los problemas que nos agobian.
La oligarquía ha tenido el
cuidado de evitar que una cosa y la otra se concreten, con el firme
apoyo de una alta burocracia obediente y dispuesta a ir incluso más
allá de las metas que se propone la élite oligárquica. Sin embargo, las
cosas se le están saliendo de control a la burocracia dorada, no tanto
por su inexperiencia y falta de sensibilidad política, sino porque la
corrupción la desbordó y se convirtió en un lodazal en el que lo único
que cuenta es salir del mismo, con los mayores beneficios posibles y
sin daños irreparables.
Lo paradójico del caso es que
sus integrantes, con su actuación pública, se hunden cada día más, lo
que ha favorecido el clima de ingobernabilidad que se está
generalizando en el país. ¿No es un hecho incuestionable que cada vez
que emiten declaraciones dan amplio margen para que se desaten críticas
acervas que están concientizando a la población menos informada?
¿Dígase si no es criticable que el secretario de Gobernación, Miguel
Ángel Osorio Chong, afirme que “México es reconocido en el mundo por
su labor humanitaria”? Esto sucedió hace muchas décadas, cuando el
Estado no era el cáncer que hoy está carcomiendo a la sociedad.
Al inaugurar el seminario
“México: 35 años de tradición, compromiso y solidaridad internacional
con el refugio”, el titular de Gobernación dijo que “ser refugiado en
nuestro país es contar con el cobijo de toda la nación mexicana”.
Lástima que tal declaración sea desmentida por el trato que reciben
miles de indígenas que en su propio país sobreviven en calidad de
“refugiados”, como los jornaleros oaxaqueños que reciben un trato de
esclavos en el Valle de San Quintín, en Baja California. ¿Acaso cuentan
“con el cobijo de la nación mexicana” los miles de migrantes que se ven
forzados a permanecer en México al fallar en su intento por cruzar el
territorio nacional en busca del “sueño estadounidense”?
Dijo Osorio Chong que el
gobierno de Enrique Peña Nieto “tiene claro que para ser un mejor
espacio de refugio se trabaja para ser un país más próspero”. Los
hechos patentizan que los resultados son contrarios a tan
indispensable objetivo, y lo serán aún más en los años venideros de
concretarse las famosas reformas estructurales, las cuales generarán
mayor pobreza, más desigualdad, lacerante desempleo; y por supuesto una
sociedad más desarticulada, más desesperanzada, más proclive a vivir
con la aceptación tácita de que las cosas son así porque no hay de
otra, por lo tanto hay que aprovechar las circunstancias y volverse tan
canallas como las elites en el poder económico y político.
Porque, aseguró Buscaglia, el
problema central de México “no es de armas ni de falta de helicópteros
o de personal militar; es de corrupción política y empresarial, que ha
permitido la expansión de redes criminales en toda la República”.
Mientras el grueso de la población no tenga claridad sobre esta gran
verdad, será muy difícil acabar con el “cáncer” que nos está
carcomiendo. De ahí la urgencia de que las organizaciones progresistas
entiendan que su papel fundamental es coadyuvar a que esa ciudadanía
despolitizada y desorganizada, tome conciencia de su papel en los
cambios que urgen a la nación.
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