Carlos Bonfil
Fotograma de la filmación de cinta dirigida por Charlie Kauffman y Duke JohnsonFoto cortesía Paramount Pictures
Cincinnati blues. Filmada totalmente como una película de animación en stop-motion (cuadro por cuadro), con personajes marionetas que semejan figuras de cera con rostros y cuerpos totalmente uniformizados, Anomalisa,
de Charlie Kauffman y Duke Johnson, es el recuento melancólico y áspero
de un día en la vida de Michael Stone, una celebridad en el mundo de
los manuales de autoayuda.
Personaje de pocas palabras y emociones contenidas, británico de
origen, pero avecindado en Los Ángeles con su esposa e hijo adolescente,
Michael llega a la ciudad de Cincinnati para dictar una conferencia a
partir de su libro bestseller ¿Cómo puedo ayudarte a que los ayudes?
El manual ha contribuido a la súbita prosperidad de empresas
mercantiles, hoteles y restaurantes y otros centros de servicio público,
que aprecian sus orientaciones y estrategias de comunicación e
interacción laboral. Sin embargo, Michael Stone (el apellido le sienta a
la perfección) atraviesa por una profunda crisis existencial, la de los
40 años, tal vez, pero que parece remontarse a viejas experiencias de
amoríos frustrados y a propósitos poco, o muy mal, cumplidos.La paradoja es perturbadora. El gran especialista de la comunicación y de las técnicas de motivación es, en realidad, un ser virtualmente inexpresivo, encerrado en una rutina asfixiante, insatisfecho con su vida familiar, ávido de nuevos estímulos y gratificaciones afectivas, lastimosamente encerrado en su cuarto de hotel, rumiando su desconsuelo y preparándose para un colapso moral que intuye inminente. Y como se trata de una película del escritor y director de ¿Quieres ser John Malkovich?, 1999, y Synecdoche, New York, 2008, uno de los autores más originales y bizarros en la periferia cultural de Hollywood, el relato de los pesares y efímeras alegrías de Michael Stone muy pronto desemboca en el delirio y el absurdo.
Todos los personajes con que se topa (taxista, empleados en el hotel, una vieja conquista femenina, sus admiradores y su público atento y consternado) presentan el mismo tipo de rostro, las mismas extremidades cortas, como maniquíes en serie, reflejo de su propio personaje robótico y mutante. Las voces son casi todas una misma, siempre masculina (el actor británico David Thewlis es la de Michael; Jennifer Jason Leigh presta la suya al personaje de Lisa –la figura más humanizada de toda la cinta–, y todos los demás tienen la voz de Tom Noonan).
La frontera entre sueño delirante y vigilia es prácticamente
imperceptible. En una pesadilla, Michael ve agitarse y descomponerse su
rostro frente a un espejo, como un mecanismo averiado; más adelante,
parte de ese rostro se desprende como el de un autómata en Robocop (Verhoeven, 1987) o en Oestelandia (Crichton,
1973). Kaufman trabaja con tal destreza la animación que paulatinamente
sus marionetas lívidas semejan auténticos seres humanos, como en la
escena en que Michael tiene sexo con su joven admiradora Lisa, a quien
por la anómala intrusión que representa en su propia vida, él rebautiza
Anomalisa; una escena tan explícita en la mutua exploración erótica, que
rompe con todos los paradigmas del cine de animación, incluso el de
adultos. Lo más interesante es ver cómo situaciones abiertamente
deprimentes tienen siempre aquí un contrapunto humorístico, y cómo para
enfatizarlo, o sugerirlo maliciosamente, la pantalla de televisión en el
hotel muestra una escena de la comedia delirante Porfiada Irene (My Man Godfrey, La Cava, 1936), pero en lugar de Powell o Lombard, intervienen clones de las fantásticas criaturas de Charlie Kaufman.
Para Anthony Lane, crítico de New Yorker, el efecto es sorprendente, “como si Wallace & Gromit participaran en una nueva versión de Muertos vivientes” (The invasión of the body snatchers, Don Siegel, 1956).
Hay algo, en efecto, de un clima generalizado de paranoias colectivas, pero sobre todo el drama de la incomunicación radical de Michael Stone y la penosa vanidad de una fama efímera que sin resolver nada, parece complicarlo todo. Un tejido de mentiras y simulaciones en la vida afectiva del personaje, una lenta e irrefrenable caída en un saber y una técnica de comunicación cada vez más mercantiles y vacíos, y los patéticos esfuerzos por encontrar la realización sentimental en un amorío pasajero, todo parecería conducir a un clima de pesimismo radical. Por fortuna, el arte cada vez más depurado del también director de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004) ofrece esta vez, a través del personaje animado de Lisa, la frágil y siempre titubeante Anomalisa, momentos de gracia y frescura que hacen de la cinta una experiencia gratificante.
Se exhibe en salas comerciales y en la Cineteca Nacional.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
Para Anthony Lane, crítico de New Yorker, el efecto es sorprendente, “como si Wallace & Gromit participaran en una nueva versión de Muertos vivientes” (The invasión of the body snatchers, Don Siegel, 1956).
Hay algo, en efecto, de un clima generalizado de paranoias colectivas, pero sobre todo el drama de la incomunicación radical de Michael Stone y la penosa vanidad de una fama efímera que sin resolver nada, parece complicarlo todo. Un tejido de mentiras y simulaciones en la vida afectiva del personaje, una lenta e irrefrenable caída en un saber y una técnica de comunicación cada vez más mercantiles y vacíos, y los patéticos esfuerzos por encontrar la realización sentimental en un amorío pasajero, todo parecería conducir a un clima de pesimismo radical. Por fortuna, el arte cada vez más depurado del también director de Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004) ofrece esta vez, a través del personaje animado de Lisa, la frágil y siempre titubeante Anomalisa, momentos de gracia y frescura que hacen de la cinta una experiencia gratificante.
Se exhibe en salas comerciales y en la Cineteca Nacional.
Twitter: @Carlos.Bonfil1
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