LENGUANTES
Por: Cynthia Híjar Juárez*
Durante años, estadísticas, estudios de caso, datos cuantitativos y
denuncias públicas detalladas, han logrado ilustrar el terror que
implica vivir siendo mujer en un país donde el Estado, omiso por
excelencia, se articula con una sociedad profundamente misógina, en la
que incluso renombrados luchadores sociales, profesores eméritos o
artistas sensibles, perciben la vida de las mujeres como algo
prescindible después de cosificar sus cuerpos para hacer de ellos
objetos de consumo fugaz y, por tanto, objetos susceptibles de desecho.
Cada detalle y cada matiz de las agresiones misóginas en el país, forman
parte de una estructura feminicida. No son hechos aislados el asesinato
de una mujer a manos de su pareja; el hostigamiento y asesinato a las
periodistas y defensoras de Derechos Humanos (DH); los transfeminicidios
invisibilizados a toda costa; la violencia sexual comunitaria bautizada
como piropo por los paladines de la tradición machista, y las amenazas
de muerte o violación en redes sociales a las mujeres que se asumen como
feministas.
Todas estas expresiones parten de un miedo profundo hacia la capacidad
transformadora de las mujeres. Un miedo que ha devenido odio, violencia
normalizada por una sociedad que jamás se sintió agredida por ver cómo
en este país esos tan señalados Estado y crimen organizado violentan la
vida de las mujeres.
Aunque lo más preocupante sea, quizás, que la normalización de la
violencia pasa por el hecho de que no son sólo esos grandes entes
abstractos, crimen organizado y Estado nación, los que matan y agreden a
las mujeres, sino también los hombres con nombre, apellido, rostro, con
los que compartimos las aulas, los transportes públicos, la mesa, las
asambleas, las oficinas e incluso la cama.
Fue el Estado, nos señalan y aleccionan hombres que se autoproclaman
nuestros compañeros. Nos comentan que la clase, que la revolución y que
la lucha de la clase trabajadora, y nosotras, después de haber tratado
de explicar con cientos de notas que la interseccionalidad de clase,
raza y género puede ayudarles a entender que una cosa no excluye a la
otra, concluimos que no hay peor ciego que el que no quiere ver sus
privilegios.
Lo que pasa acá, compañero, es que eso que usted llama Estado como algo
ajeno, es una construcción patriarcal que le da a usted una categoría
biopolítica cargada de privilegios que se sustentan sobre los despojos
de quienes no lo somos. Y es por eso que no puede, aunque tenga la mejor
de las intenciones, dirigir la lucha feminista, ni aleccionarnos sobre
nuestro propio proceso.
Si tantas ganas tiene de solidarizarse, siéntese y escuche, deje de
apropiarse de nuestro discurso para explicarnos lo que es el verdadero
feminismo y marche en la parte de atrás.
El problema del #24A no es que un grupo de mujeres haya radicalizado su
postura ante la violencia machista. Entendiendo que radical refiere a la
raíz, sería deseable una transformación profunda que nos permitiera
dejar de ver la vida a través del patriarcado como ideología dominante,
con su dote de hegemonía que convence a las mujeres de aceptar la
opresión como estado natural de las cosas.
En México, la sociedad mantiene silencio ante la tortura cotidiana hacia
las mujeres y el feminicidio, pero se escandaliza si un grupo de chicas
grafitean, gritan o se defienden a golpes de una agresión.
Es por eso que se hacen radicales exigencias como vivas nos queremos, no
significa no, o ya dejen de matarnos. El problema del #24A es que ni
siquiera la parte progresista, bienintencionada, revolucionaria de la
sociedad, está lista para ver a un grupo de mujeres organizadas y
dispuestas a defenderse.
Durante años, muchas mujeres acumulamos la rabia de no ver garantizado
nuestro derecho a la vida y el dolor de quitarnos el velo de la
ideología patriarcal de los ojos. Ante la imposibilidad de seguir
soñando con nuestro propio encarcelamiento, con nuestro propio
asesinato, perdimos el sueño. Y luego tuvimos que aprender a soñar de
nuevo.
En este proceso, nos hemos confrontado de raíz a nosotras mismas, tanto
individual como colectivamente, y hemos dejado atrás la obediencia a
todas las formas de disciplina que considerábamos ejercicios verticales
de poder, es decir: las formas patriarcales de tratarnos.
Es así que señalamos, con toda la claridad, que los eventos cotidianos
permiten que la sociedad patriarcal eche mano de la adultocracia para
negar los saberes de las infancias y juventudes para explotarlas y
criminalizarlas; que rechazamos esa expectativa misógina que se nos echa
encima a las feministas para que seamos como las maestras de ensueño de
kínder maternal, corrigiendo con amor y cuidado a la sociedad, y
solicitando dulcemente que nos dejen vivir como favor caritativo; que no
es nuestra obligación ser libres, lindas y locas, ni mujeres bonitas
porque luchan, ni elocuentes analistas políticas, ni todas esas
etiquetas patriarcales dirigidas a disciplinar nuestros cuerpos,
nuestras rebeldías y nuestros procesos de liberación.
No significa no. Si tocas a una te reventamos todas. Verga violadora a
la licuadora. Nos queremos vivas. Esas consignas son lo que son, no
remiten a agresiones de un grupo de rebeldes sin causa, histéricas,
victimizadas y otros adjetivos que los voceros del machismo de
izquierdas quieren imponernos, sino a formas de cuidado colectivo, de
autodefensa necesaria para sobrevivir.
Estamos rabiosas, sí. Y además estamos cínicas, amorosas, alegres en
manada, ya no sólo con sueños irreverentes, sino con garras y dientes
para poder escapar y seguir construyendo un mundo donde ningún niño,
ninguna niña y ninguna mujer tengan que vivir violencia por parte de
sujetos concretos, para luego vivir una revictimización por parte de la
sociedad hipócrita que les prohíbe denunciar o defenderse.
Y nadie, absolutamente nadie, debería sentir miedo por esto. A menos que
tenga en mente desobedecer nuestro NO, tocarnos, violarnos o
asesinarnos.
Así que tiemblen, pero sólo si tienen motivos para temblar. Porque
nosotras, las peores, le estamos enseñando al mundo que el miedo se
puede transformar en primavera.
Twitter: @CynthiaHijar
*Cynthia Híjar Juárez es educadora popular feminista. Actualmente
realiza estudios sobre creación e investigación dancística en el Centro
de Investigación Coreográfica del Instituto Nacional de Bellas Artes.
CIMACFoto: César Martínez López
Cimacnoticias | Ciudad de México.-
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