Por Carlos Illades*
No
es común la protesta pública de las clases medias —quizá con excepción
de los estudiantes—, más si consideramos que la manifestación callejera
surgió hace 200 años como el instrumento para expresar las demandas de
las clases populares carentes de derechos políticos. Y en México todavía
menos, pues el régimen autoritario, que organizó e integró en
“sectores” del PRI a los distintos grupos sociales, reservó la calle para autocelebrarse en los desfiles oficiales,
permitiendo únicamente a regañadientes (no exentos de macanazos o
ataques directos a los manifestantes como puede apreciarse en la prensa
nacional de los cincuenta, sesenta y sesenta) la protesta de los
trabajadores, que pretendían emanciparse del corporativismo (maestros,
ferrocarrileros, mineros); y de la oposición de izquierda,
particularmente los comunistas. La estigmatización de la protesta de los
subalternos, cuando no su criminalización, sobrevivió a la alternancia
democrática.
Tampoco es habitual que los medios masivos de
comunicación den una amplia cobertura al emplazamiento y desarrollo de
la protesta pública. La constante ha sido más bien la contraria: la
movilización callejera se presenta en los medios obliterando sus
antecedentes y propósitos, esto es, descontextualizada, y los resultados
se exhiben con lujo de detalles sólo cuando la protesta adopta formas
violentas. En esta política de la imagen, lo que los medios consideran
aceptable destaca por la coherencia de su narrativa; y lo que
desaprueban, lo presentan como irracional.
El más importante
precedente de la manifestación del domingo 12 es la multitudinaria
marcha blanca del 28 de junio de 2004, que recorrió el Paseo de la
Reforma para finalmente llegar al Zócalo con el inapelable reclamo al
gobierno capitalino —entonces a cargo de Andrés Manuel López Obrador— de
poner un alto al secuestro bajo la consigna “Rescatemos México”.
Organizaron el evento México Unido contra la Delincuencia, el Consejo
Ciudadano de Seguridad Pública y varias corporaciones empresariales. Los
medios electrónicos no escatimaron espacio ni tiempo para informar a la
sociedad del acontecimiento.
En la nueva marcha blanca del 12 de
febrero de 2017, citada por #VibraMéxico, participaron organizaciones
civiles, profesionales de la opinión, funcionarios universitarios,
fundaciones y empresas privadas, agrupaciones defensoras de los derechos
humanos, la Central Campesina Cardenista, la Institución Nacional del
Día del Abogado y múltiples membretes aún más enigmáticos.
La
Asociación Alto al Secuestro, por discrepancias con respecto del
destinatario del reclamo (Trump, Peña Nieto o ambos), decidió hacer su
propio acto de “unidad nacional”. Y, sin hacer distingos entre la
convocatoria de #VibraMéxico y #MexicanosUnidos, Enrique Peña Nieto
“celebró el llamado a participar en la marcha por la unidad nacional de
este domingo, pues expresará la gran fortaleza de México”
(aristeguinoticias.com., 10 de febrero de 2017). “México is and shall be
respected. Hope you can hear the voice of millions of Mexicans today
chanting”, tuiteó Vicente Fox fustigando a Trump, quien ni lo ve ni lo
oye.
Si nos atenemos a sus términos, #VibraMéxico convoca a una
emoción común, a un sentimiento patriótico compartido por todos (aunque
no haya nación indígena o pueblo originario entre los suscriptores), por
lo que el clímax colectivo consiste en la entonación del himno
nacional en el Ángel de la Independencia (el origen de la nación, si
confundimos la nación con el Estado nacional) replicado en 20 plazas del
país.
En tanto que las reivindicaciones específicas de
la movilización van dirigidas al Ejecutivo federal: 1) Defender a México
y a los mexicanos ante las amenazas del gobierno de Trump; 2) Anteponer
los intereses de los mexicanos en toda negociación con el gobierno
norteamericano; 3) Requerir que el gobierno informe de manera permanente
sobre las negociaciones con Estados Unidos; 4) Exigir al gobierno de
México evitar la simulación y asumir acciones concretas e inmediatas
para combatir la pobreza, la desigualdad, la corrupción y la impunidad;
5) Demandar el respeto y la protección de los derechos de toda persona,
independientemente de su nacionalidad, condición migratoria, raza o
religión; 6) Establecer el respeto, cooperación y solidaridad como bases
del entendimiento y amistad entre las naciones. En palabras de su más
activa promotora: “El llamado a esta marcha, queremos ser muy claros, es
de y para los ciudadanos, sin importar ideología, filiación política,
preferencia sexual o religión. Es una expresión apartidista, pacífica y
respetuosa para defender los derechos de todos, exigir un buen gobierno,
fortalecer nuestras instituciones y celebrar el orgullo de ser
mexicanos” (El Universal, en línea. 12 de febrero de 2017).
Puntuales,
a las 12 del día partieron los primeros contingentes del Auditorio
Nacional en dirección del Ángel cantando “Cielito lindo” y echándole
porras a “México”. Vestidos de blanco algunos, otros más enfundados en
la playera de la “Verde”. Carteles donde se leía “Stop”, “Puros partidos
políticos corruptos” o “Fuera Trump”. Policías bloquearon a un grupo de
manifestantes que gritaban consignas contra Peña Nieto, saliéndose del
guión de lo permitido. Un conocido intelectual tuiteó que “no marchar
proyecta pasividad, indiferencia y hasta cobardía”. “Ya basta!!! Gringo
racista, Trump de mierda, Hijo de Satanás, eres un peligro para el
mundo”, firmó Juanito desdoblado en sociedad civil. Abundaron las
banderitas de 10 pesos cada una. Las autoridades capitalinas estimaron
en 18,500 a los marchistas. Mientras del otro lado de Reforma,
procedente del Hemiciclo a Juárez, la columna de #Mexicanos Unidos
coreaba un “México no se raja” en algo parecido a un desfile escolar de
aproximadamente 1,500 personas. A eso de la una de la tarde #VibraMéxico
y #MexicanosUnidos convergieron en el Ángel. Ya mezclados, algunos
interpretaron el himno nacional antes de derribar un muro “construido
con cajas de leche” (Milenio, en línea, 12 de febrero de 2017).
Evidentemente, los reclamos de #VibraMéxico y #MexicanosUnidos
expresan demandas compartidas por muchos, reivindicaciones difícilmente
recusables por los ciudadanos: todos sabemos que Trump es una amenaza
mayor para el país y no conozco a nadie que sueñe con que México se
convierta en un protectorado estadounidense. No obstante, lo
sorprendente es el momento en que toma la calle esta voz colectiva que
habla en nombre del interés general, más representativa de las élites
criollas que del México plebeyo. Esta voz —con excepciones dignas de
reconocimiento— fue sumamente tolerante con los responsables del
desastre nacional (acaso la peor crisis desde el fin de la Revolución
mexicana), en su virtual monopolio de la esfera pública celebró “Mover a
México” y no tomó la calle cuando la violencia del poder (estatal,
criminal, del dinero) se ensañó con los débiles, transmutados ahora en
“su causa”, en motivo de la marcha blanca.
Con la administración
de Peña Nieto, acorralada por su ineptitud y corrupción, y carente de
interlocución con las mayorías —basta ver las encuestas sobre la
aprobación presidencial, la más baja desde que hay registro— emerge
ahora una contraparte civil donde puede reverberar el discurso público
de un régimen que ya dio de sí, la reiteración de ese diálogo imaginario
que, no alcanza la memoria, han mantenido los gobernantes mexicanos con
la sociedad.
*Historiador. Profesor-investigador del
Departamento de Filosofía de la UAM-Iztapalapa. Es autor de Conflicto,
dominación y violencia. Capítulos de historia social (Gedisa, 2015)
[Conflict, Domination, and Violence. Episodes in Mexican Social History,
traducción de Philip Daniels (Berghahn Books, 2017)].
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