Carlos Bonfil
La Jornada
Elogio de la ternura masculina. El impacto mediático de Luz de luna (Moonlight),
segundo largometraje del afroestadunidense Barry Jenkins, cinta
nominada a ocho Óscares, y gran sorpresa casi una década después de su
debut independiente (inédito en México), Medicine for Melancholy (2008), se explica, en parte, por su originalidad temática y su innegable solvencia artística.
Basada en la obra teatral In Moonlight Black Boys Look Blue, de Tarell Alvin McCraney, la cinta refiere en tres episodios (Little, Chiron y Black),
la saga afectiva de un pequeño paria sexual negro que crece apocado y
tímido, hostigado por sus compañeros de escuela, en un barrio pobre de
Miami, que con el tiempo se vuelve un hombre recio, indistinguible casi
de los mismos personajes que lo atormentaron en su infancia.
Si bien la representación de un homosexual negro en el cine, alejado
por completo de la caricatura, es en sí algo novedoso, sobre todo cuando
toma como punto de partida su infancia, también es cierto que lo que
más interesa a Jenkins en Luz de luna es la exploración de la
identidad masculina en sus crisis y contradicciones, y el modo en que la
sociedad actual las refleja y magnifica. Sólo la literatura había
podido mostrar con acierto y delicadeza semejantes el doble tema de la
marginalidad sexual y la homofobia en la comunidad afroestadunidense, en
los libros de James Baldwin (Notes of a Native Son, Giovanni’s Room),
por ejemplo, en los años cincuenta del siglo pasado. Seis décadas
después, parece sugerir el cineasta, persiste en Estados Unidos una
intolerancia que además de fragilizar las conquistas civiles, se
encamina ahora hacia extremismos inquietantes.
Sin caer en un lenguaje panfletario ni enderezar una crítica social
abierta, Jenkins retoma sus fuentes literarias para seguir muy de cerca
la evolución sentimental del niño Chiron quien, debido al acoso escolar e
incomprendido por una madre temerosa e intolerante, perdida en sus
adicciones, conquista inesperadamente el afecto de un traficante de
drogas, sustituto de un padre ausente, y la solidaridad de un
condiscípulo al que admira y desea en secreto.
El tránsito de la niñez a la adolescencia y luego a la madurez del
protagonista, lo capta el director con sutileza y un gran aplomo
narrativo, como una saga de liberación que sorprende en el tercer
segmento por el cambio radical en la fisionomía y caracter de Chiron.
Sin embargo, esa aparente transformación muy pronto se ve matizada por
la persistencia en él de una inmensa ternura que el hostigamiento
padecido y una temporada en la cárcel, no han logrado disipar.
Jenkins extrae el mayor provecho de los tres actores que
interpretan a Chiron en esas diversas etapas de su vida, y también de
ese otro personaje capital, Juan, el narcotraficante, mentor espiritual y
emblema de una virilidad sin mezquindades, cuyos pasos seguirá
inadvertidamente el protagonista hasta volverse casi un doble suyo, su
realización más generosa.
El propósito declarado del realizador ha sido dar en esta cinta una
voz a personajes hasta ahora sin voz en el cine, y con ello parece
aludir a una doble marginalidad racial y sexual, con escasa visibilidad
mediática, que soporta el
estigma del prejuicio y crecientes dosis de desprecio.
Inspirado en el cine de la francesa Claire Denis (Buen trabajo, 1999), del taiwanés Hou Hsiao Hsien (Tres tiempos, 2005) y del icónico realizador afroestadunidense Charles Burnett (Matador de ovejas, 1978), Barry Jenkins ofrece en Luz de luna
una obra a tal punto personal (él mismo advierte en ella tintes
autobiográficos) que rompe con los paradigmas de un cine de realismo
social para volcarse de lleno, con la brillante complicidad del
cinefotógrafo James Laxton, en un intimismo de tono melancólico.
Resulta curioso y revelador que en ese gran escaparate que es la
entrega de los Óscares coexistan este año, como dos grandes favoritas,
una gran parábola escapista, La La land: una historia de amor, de Damien Chazelle, y una película tan sutil, compleja e introspectiva como Luz de luna,
con los contrastes culturales y raciales que ello conlleva y a la
manera de dos caras de una misma moneda, la de una Norteamérica con una
generosa diversidad indoblegable.
Se exhibe en la Cineteca Nacional y en salas comerciales.
Twitter: @Carlos.Bonfil
No hay comentarios.:
Publicar un comentario