Dolia Estévez
Washington, D.C.— En 1916, el general John Pershing encabezó una
fuerza de expedición de 10 mil hombres a México para buscar inútilmente a
Pancho Villa. La fuerza invasora reculó sin cumplir su misión. Casi un
siglo después, Donald Trump resucita el fantasma de Pershing para
confrontar lo que falsamente describe como “invasión” de migrantes
centroamericanos.
Para la derecha estadounidense el uso de la fuerza militar siempre ha
sido una tentación. En el sexenio de Felipe Calderón, la percepción de
que México era un “Estado fallido” bajo el control de los cárteles de la
droga, dio fuerza a voces que abogaban por la vía armada. Rick Perry,
actual Secretario de Energía de Trump, alborotó el avispero al sugerir
el envío de tropas al país vecino cuando era Gobernador de Texas.
Allegados al Pentágono aseguraban que Calderón había perdido la guerra y
que lo único que restaba era intervenir militarmente.
Desde los primeros días de su mandato, Trump legitimó el tema de los
militares como opción al incorporarlo a la narrativa bilateral. En su
primera conversación telefónica con Enrique Peña Nieto ofreció enviar
tropas militares a combatir a los “bad hombres” si el ejército mexicano
no podía con ellos. La semana pasada Trump cumplió esa amenaza aunque
por ahora los militares no tienen órdenes de cruzar la frontera.
Cerca de 5 mil 200 soldados en activo han sido desplegados a la línea
fronteriza con México para frenar el ingreso de caravanas de migrantes
centroamericanos. A esto hay que sumar 2 mil 100 de la Guardia Nacional y
mil patrulleros. Total: 8 mil 300.
Los militares no están autorizados a entrar en contacto con los
migrantes o hacer arrestos. La Ley Posse Comitatus, que data de 1878,
prohíbe a los militares realizar acciones que corresponden a las fuerzas
del orden civil. Su misión, por lo tanto, es apoyar logísticamente al
servicio de Aduanas y Patrulla Fronteriza con helicópteros Blackhawk y
sensores de movimiento similares a los usados en zonas de guerra,
aviones de carga, así como instalar cercos de alambre de púas que evocan
los campos de concentración de los nazis.
El enorme contingente, que no tiene precedente en tiempos modernos y
es el más grande de este tipo en un siglo, calentó la plaza. La frontera
es una peligrosa mezcla tóxica. Un coctel compuesto de migrantes
estigmatizados como personas violentas, de color, pobres e ilegales;
patrulleros, narcotraficantes, polleros, violadores y, por si fuera
poco, tropas y milicias racistas fuertemente armadas.
El Pentágono dijo que los soldados, muchos de los cuales portan
armas, no planean usar fuerza letal contra los migrantes a menos que sea
absolutamente necesario. Es decir, si son atacados se defenderán. Las
tropas tienen autorización de disparar en casos de peligro inminente de
muerte o daño físico grave (30/10/2018 The Washington Post).
Ni soldados ni patrulleros pueden cruzar la frontera con México sin
violar la soberanía nacional y tratados internacionales. Sin embargo, la
situación puede salirse de control. Es de esperarse que los
encontronazos entre civiles y patrulleros escalen. Reportes de la zona
indican que es fácil toparse con al menos un incidente hostil al mes.
Los patrulleros, mayormente hispanos, pueden ser prepotentes, abusivos y
machistas. Cuestión de recordar el triste caso del agente fronterizo
que disparó y mató a un menor de edad mexicano que arrojaba piedras
desde la otra orilla del río.
Al ser interrogado por un reportero si existe la posibilidad de
“disparar” contra los migrantes, Trump respondió que si arrojan piedras
será considerado un ataque con arma de fuego. Informó haber instruido a
los soldados que consideren las piedras como rifles. Horas después,
Trump se retractó. Aclaró que los migrantes que arrojen piedras serán
arrestados (01/11/2018 The Guardian).
En febrero del año pasado, John Kelly, jefe de gabinete de Trump, se
molestó con la prensa mexicana por reportar correctamente que Estados
Unidos no descartaba usar a los militares contra los migrantes. “Quiero
dejar claro también que no habrá uso de las fuerzas militares en
operaciones migratorias”, declaró en la Ciudad de México, cuando todavía
se desempeñaba como Secretario de Seguridad Interna (EFE 23/02/2018).
El destacamento de tropas a la frontera es una agresión en tiempos de
paz. Un acto de hostilidad y enemistad. Trump lo hace porque puede.
Sabe que no hay costo político. En abril pasado, el Gobierno de Peña se
hizo el ofendido luego de que Trump enviara más de dos mil efectivos de
la Guardia Nacional a la frontera para frenar a la primera caravana de
centroamericanos. Ordenó la revisión de los programas bilaterales de
cooperación dizque para considerar suspender algunos. La Cancillería
mandó llamar a la que todavía era Embajadora de Estados Unidos en México
para pedirle explicaciones. Pero no pasó nada. Humo para consumo
interno. Esta vez ni eso. Peña y Andrés Manuel López Obrador no han
dicho absolutamente nada sobre la masiva presencia de soldados —la más
numerosa desde la incursión contra Villa- tocando las puertas de México.
Con un presidente errático como Trump casi nada se puede descartar.
No importa que hayan pasado las elecciones intermedias. Trump está en
campaña por la reelección. La migración seguirá siendo su arma
electoral. La frontera es una bomba de tiempo a la espera de estallar.
Es fácil anticipar quienes serán las víctimas.
Twitter: @DoliaEstevez
No hay comentarios.:
Publicar un comentario