Carlos Bonfil
La Jornada
Apuerta cerrada.
Del realizador iraní Asghar Farhadi se conocen y aprecian en México sus
cintas más esenciales, de las que cabe destacar dos títulos: Una separación (2011) y El pasado
(2013). Ha sido notable la destreza del cineasta, de previa formación
teatral, para dirigir actores y colocar a sus protagonistas en
conflictos familiares en los que dominan la introspección sicológica y
el juego dialéctico en diálogos donde se dirimen dilemas morales con una
nota inquietante de ambigüedad.
Puede tratarse del trámite de un divorcio cuyo carácter inevitable es
reconocido por ambas partes, pero a la postre tenazmente cuestionado
por una de ellas, o de la confusión afectiva que se apodera de una
pareja en el momento de evocar un venturoso pasado compartido, ahora ya
irrecuperable, o del drama de la desaparición misteriosa de un personaje
que saca a flote los rencores más soterrados, y también las mejores
cualidades, de los individuos que le rodearon, como en A propósito de Elly (2009), una cinta menos difundida en México.
En cada caso, lo que más se aprecia en este realizador iraní es su
impecable manejo de atmósferas intimistas y su control escénico. Por
esas virtudes cada cinta suya despierta fuertes expectativas en los
festivales, lo mismo en Cannes que en Hollywood, donde incluso ha
conquistado un Óscar.
En un cine iraní contemporáneo, tan volcado a la crítica, abierta o
velada, de los fundamentalismos políticos y religiosos, una disección
sicológica como la que elabora Farhadi es algo singular y novedoso, con
un posible paralelismo con el cine intimista, también interesado en
asuntos de familia, del turco Nuri Bilge Ceylan (Sueño de invierno, 2014, o El peral silvestre, 2018).
Por todo lo anterior, sorprende y desconcierta cierto cambio de tono por parte del director en su película más reciente, Todos lo saben (Everybody Knows, 2018). Del ambiente claustrofóbico del juzgado en que transcurría Una separación, o de aquel clima desolado de la periferia parisina en que se filmó El pasado,
ese intenso ajuste de cuentas de una pareja, se transita ahora a los
espacios luminosos de una España rural, saturada de apuntes
costumbristas, al borde del arrobo pintoresco al evocar viñedos y faenas
campesinas, con golpes de folclor local que sólo pueden entenderse, en
el caso de Farhadi, como contrapunto dramático para un oscuro drama
familiar que plantea más enigmas que desarrollos y desenlaces
convencionales.
Como en A propósito de Elly, el nudo de la trama es la
enigmática desaparición de una joven y la consternación generalizada que
dicho evento provoca en la celebración de una boda. El posible
secuestro de la joven Irene (como en una cinta de suspenso, aquí todo
mundo es sospechoso, inclusive los familiares más cercanos). Hay una
sórdida historia de conflictos en la propiedad de unas tierras, también
la anécdota de una vieja pasión amorosa que podría en todo momento
reanimarse.
Rivalidades, rencores apenas disimulados, apetitos de revancha, todo
lo que parecía apagado brota inesperadamente a la superficie en ese
pueblo rancio donde la vida privada es un privilegio inalcanzable, y
donde todo mundo sabe la historia de cada quien, y puede aprovechar y
ventilar intimidades y secretos ajenos en beneficio propio.
Hasta ese lugar llega desde Argentina la española trasterrada Laura
(Penélope Cruz) para asistir a la boda de su hermana. Ahí se encuentra
con Paco (Javier Bardem), compañero de infancia y viejo amorío intenso.
Cuando Irene, hija de Laura, desaparece, los personajes olvidan el
desenfado del festejo nupcial para librarse a un silencioso juego de
masacre, donde el recelo y la conspiración anulan toda posibilidad de
convivencia armoniosa. La llegada inopinada desde Buenos Aires de
Alejandro (Ricardo Darín), esposo de Laura, para buscar afanosamente a
su hija desaparecida, añade una nota más aguda al dramatismo de la
trama.
De modo sorprendente, el director iraní ha optado por recurrir a
estrellas de corte hollywoodense con la posible intención de cautivar a
públicos más amplios, abandonar un poco el circuito restringido del cine
de arte y dotar de paso de una nota de glamur a una película que bien
podía haber prescindido de dicho esfuerzo.
La presencia del dúo Penélope Cruz-Javier Bardem es de suyo
apabullante. Si se añade el carisma premeditadamente arrollador del
argentino Darín, queda asistir a un duelo de histrionismos desbocados.
Lejos de beneficiar a la cinta, ese lustre comercial tiene como efecto
volver más memorable aún la vieja manera Farhadi de contar historias
íntimas muy intensas con recursos más discretos y dramáticamente
eficaces. A pesar de estos reparos, Todos lo saben sigue siendo en la triste cartelera actual una de las propuestas más rescatables.
Se exhibe en salas de Cinépolis y Cinemex.
Twitter: Carlos.Bonfil1
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