Hasta antes de la actual crisis
teníamos cerca de 90 millones de habitantes en condiciones difíciles.
Muy difíciles. ¡Pobre ingreso! En algunos casos, paupérrimo. Y en otros
más, miserable.
¿Por qué? Pues porque poco más de 38 millones de ocupados percibían
menos de tres salarios mínimos. Es decir, un promedio diario inferior a
370 pesos, ya con el aumento decretado a partir del primer día de este
año.
Cerca de 28 millones de ellos tenían ingresos menores a dos salarios
mínimos, un ingreso diario inferior a 247 pesos. Y, lamentablemente,
casi 11 millones con menos de 123 pesos diarios. ¿Qué se hace, asimismo,
con 370 pesos al día? ¿Con 247? ¿Con 123? Además, recordemos algo.
Entre los considerados estadísticamente ocupados por la Encuesta de
Ocupación y Empleo (ENOE), que orienta esta reflexión, se incluyen
trabajadores dependientes no remunerados y empleados por cuenta propia
dedicados a actividades de autosubsistencia. En cierto sentido son los
llamados informales, cuyo ingreso actual es absolutamente inseguro. En
cierto sentido suman casi 20 millones. Agregados a los 35.5 millones
ocupados formalmente suman poco más de 55 millones reconocidos hoy.
Pero no olvidemos a los oficialmente reconocidos como desempleados.
Casi 2 millones. Poco más de tres por ciento de una población
económicamente activa (PEA) del orden de 57 millones de personas. ¿Qué
total de mexicanos de esta PEA estaría en condiciones económicas
realmente complicadas en esta crisis pandémica? Pues además de esos casi
2 millones de desempleados, los casi 20 millones que resultan de sumar
los trabajadores dependientes no remunerados y los trabajadores por
cuenta propia dedicados a actividades de autosubsistencia.
¿Sólo estos? ¡No! Sumémosles los trabajadores en condiciones de
empleo formal precario. ¿Cuáles? Lo explica el estimadísimo profesor de
la UAM Gustavo Leal ayer sábado, aquí mismo en La Jornada. Los
que trabajan bajo contratos temporales de corta duración experimentan un
alto riesgo de despido, operan bajo un marco laboral flexible, carecen
de organización colectiva, no gozan de prestaciones de seguridad social
completas y tienen muy bajo ingreso. ¿Cuántos? ¡Me atrevo a un número!
No menos de 9 millones más, si agregamos a los 6 millones de
trabajadores que reciben menos de dos salarios mínimos y que no están
incluidos en el subtotal anterior, los poco más 3 millones que no
reciben ingreso alguno. Sí, en estos momentos habría poco más de 30
millones de personas en condiciones laborales sumamente delicadas.
Realmente angustiantes.
Y seguramente son más si añadimos los trabajadores formales a los que
no les remunerarán o recibirán sólo una proporción de sus
remuneraciones en estas semanas de crisis. ¿Y si consideramos los
dependientes económicos de éstos? Pues si hacemos eso nos enfrentamos a
cerca de 90 millones de personas en 30 millones de hogares.
Sí, 30 millones de hogares de los casi 40 millones actuales. Y se
encuentran en condiciones realmente complicadísimas ante la pandemia. Es
cierto –a decir del Coneval– que sólo cerca de 56 millones de
habitantes estarían en condiciones de pobreza. Pero si sumamos a éstos
los que viven en riesgo por condiciones sociales y los de riesgo por
ingresos llegamos a esos 90 millones de personas. Una mayoría que además
de la angustia por su salud vive la angustia por su ingreso. ¡Difícil
nuestro hoy! ¡Muy difícil! Obliga –qué duda cabe– a una gran
solidaridad. De veras.
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