Álvaro Delgado Gómez
Dos crímenes involucran estrechamente en las complicidades con el narcotráfico a Felipe Calderón y a Genaro García Luna, su mano derecha, ambos en ese sexenio sangriento: El asesinato a balazos del General Mario Arturo Acosta Chaparro, negociador del Gobierno con los cárteles de la droga, y el encarcelamiento del también General Tomás Ángeles Dauahare, Subsecretario de la Defensa Nacional (Sedena).
Y las evidencias acumuladas por años los sentencian: En su embustera guerra contra el narcotráfico que instauró en México una era de violencia y muerte, Calderón tomó partido por el Cártel de Sinaloa y García Luna, su socio y poderoso secretario de Seguridad Pública, sólo cumplía sus órdenes.
Aunque el juicio contra García Luna en Estados Unidos no lo ha imputado directamente, aunque el dinero sucio lo alcanza, Calderón es el principal responsable de la estrategia para consolidar al cártel de Joaquín “El Chapo” Guzmán e Ismael “El Mayo” Zambada mediante el combate a sus enemigos los Beltrán Leyva y los Zetas, luego de que fracasó su intento para poner de acuerdo a todos los grupos criminales en la distribución del territorio del país.
Gracias a sus cómplices en los medios de comunicación, Calderón ha logrado ocultar las negociaciones que hizo con los jefes de todos los cárteles del narcotráfico a través del General Acosta Chaparro, el militar que desde los setenta fue uno de los principales represores de los movimientos sociales y los grupos guerrilleros, y que él envió como su emisario para implorarles que ya no se pelearan entre sí.
Acusado de narcotráfico por el Gobierno de Vicente Fox, Acosta Chaparro recuperó la libertad gracias a Calderón, quien le devolvió con honores su grado de General Brigadier para enseguida encomendarle a través de su Secretario de Gobernación, Juan Camilo Mouriño, entrevistarse con todos los jefes del narcotráfico.
Todos los detalles de esta trama los conoce como nadie el abogado José Antonio Ortega Sánchez, quien me dijo: “El General estaba tratando de calmar la violencia que había en el país a encargo de Mouriño, y los anduvo visitando”.
—¿Cuál era el objetivo?
—El General me dijo que el encargo de Mouriño era pacificar al país. Era decir: “bájenle a la violencia y cada quien quédese con su plaza, hagan su negocio, que siga adelante, pero bájenle a la violencia”. Ése era el mensaje.
Acosta Chaparro se entrevistó con “El Chapo” Guzmán, líder del Cártel de Sinaloa, ahora sentenciado a cadena perpetua del que se originó la captura de García Luna; con Vicente Carrillo, jefe del Cártel de Juárez; con Arturo Beltrán Leyva, y con Heriberto Lazcano, “El Lazca”, del Cártel del Golfo, quien le preguntó de parte de quién lo buscaba. El militar respondió: “Mira, pendejo, te viene a ver un General del Ejército. No puede venir de nadie más que de parte del Presidente”.
La negociación con los narcos fue un fiasco: Los Beltrán Leyva se resistieron a pactar, porque Calderón y García Luna ya estaban a favor del Cártel de Sinaloa y con la muerte de Mouriño, el 4 de noviembre de 2008, se terminó de romper la interlocución con todos los criminales, sobre todo con los que eran enemigos de los chapos.
“Después de la muerte de Mouriño conocí al General y comenzamos a tener una amistad muy cercana y me empezó a confiar todo esto. En varios medios han salido esto sin fuente y la fuente soy yo”, evoca el abogado Ortega Sánchez, quien afirma que “El Chapo” Guzmán se convirtió en el favorito de Calderón, cuya “violencia la causó por la protección de García Luna”, como quedó claro en el juicio en su contra en Estados Unidos.
Como parte de la trama para ocultar las negociaciones y el pacto de Calderón con el Cártel de Sinaloa cometieron dos crímenes contra dos generales del Ejército.
Acosta Chaparro sabía de los vínculos de García Luna con el narcotráfico y eso lo unió a otro General que también tenía información sobre lo mismo, Tomás Ángeles Dauahare, quien le informó a Calderón desde de eso desde el inicio de su Gobierno, en el que fue Subsecretario de la Defensa Nacional.
Esta información la compartían ambos con el abogado Ortega Sánchez, quienes se reunían frecuentemente y su último encuentro fue el 19 de abril de 2012, en el Restaurante del Lago, en Chapultepec: Al día siguiente, Acosta Chaparro fue asesinado de tres balazos en la cabeza, en la colonia Pensil, y 20 días después, el 16 de mayo, fue detenido Ángeles Dauahare, acusado de narcotráfico.
Una fotografía del desayuno de los dos generales y Ortega Sánchez se publicó en el periódico Eje Central, cuyo director es Raymundo Riva Palacio, y por eso el abogado le dijo al Procurador de Justicia de la Ciudad de México, Jesús Rodríguez Almeida: “Los que tomaron las fotografías son los asesinos del General Acosta Chaparro”.
El mensaje de los criminales fue muy poderoso: El asesinato de Acosta Chaparro sigue impune y el General Ángeles Dauahare sigue guardando silencio sobre el involucramiento de militares en el narcotráfico, cuando el General Secretario era Guillermo Galván Galván, mencionado en el juicio en Estados Unidos.
Ambos hechos ocurrieron cuando García Luna era el poderoso Secretario de Seguridad Pública, con una capacidad de espionaje intacta desde que estuvo en el Cisen, y Calderón era su jefe y el comandante supremo de las Fuerzas Armadas, el superior de Galván, compañero de generación de Acosta Chaparro.
Ahora, con toda su autoridad moral, Calderón se propone construir un nuevo partido político que sustituya, planteó en dos planas del diario Reforma, “la triste ausencia de una oposición respetable, vigorosa, creíble y con liderazgo”.
A ver quién le cree a este personaje que huyó a España y que es el verdadero responsable de la colusión con el crimen en México. Para empezar, ni a la marcha de la derecha del domingo tendrá el valor de asistir…
Álvaro Delgado Gómez
Álvaro Delgado Gómez es periodista, nacido en Lagos de Moreno, Jalisco, en 1966. Empezó en 1986 como reportero y ha pasado por las redacciones de El Financiero, El Nacional y El Universal. En noviembre de 1994 ingresó como reportero al semanario Proceso, en el que fue jefe de Información Política y especializado en la cobertura de asuntos políticos. Ha escrito varios libros, entre los que destacan El Yunque, la ultraderecha en el poder (Plaza y Janés); El Ejército de Dios (Plaza y Janés) y El engaño. Prédica y práctica del PAN (Grijalbo). El amasiato. El pacto secreto Peña-Calderón y otras traiciones panistas (Editorial Proceso) es su más reciente libro.
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