Fernando Buen Abad Domínguez* /IV
comunicación masiva, en especial cuando el modo de producción, los medios y las relaciones de producción tienen una influencia imperial mercantilista, individualista y monopólica. Entendieron que debía hacerse visible el nexo entre los enfoques ideológicos y las
prácticasde los monopolios consagrados a sus negocios, los efectos de la propaganda y a su influencia sobre las sociedades. Era necesario transparentar la ideología, convertida en gasto enorme, para consolidar
fenómenos de comunicación, con innovaciones tecnológicas para sus no pocas consecuencias en la subordinación de los
países subdesarrollados.
Era de esperarse que, en la Comisión Internacional para el Estudio de
los Problemas de la Comunicación de la Unesco, presidida por Sean
MacBride, convergieran, no sin contradicciones o debates, las corrientes
teórico-metodológicas predominantes en la producción de la información y
de la comunicación: funcionalismo, estructuralismo y marxismo.
Concepciones, para resumir, verticalistas
frente a visiones horizontalistas
;
unas instrumentalistas y otras descolonizadoras. Hay que hacer visibles
los marcos teóricos y las contradicciones dentro de la comisión. Los
aspectos de ese proceso se modificarán constantemente, mientras los
objetivos continuarán igual: mayor justicia, mayor equidad, mayor
reciprocidad en el intercambio de información, menor dependencia ante
las corrientes de comunicación, menor difusión del mensaje en sentido
descendente, mayor autosuficiencia e identidad cultural y mayor número
de ventajas para toda la humanidad
: Sean MacBride.
Con tal compendio de posiciones e intereses de la comisión (16
miembros de diversas culturas, religiones, ideologías y sistemas
económicos y políticos, creada en 1977) mostrado aquí muy limitadamente,
la redacción del informe adquiere un carácter ecléctico
, marcado por la sintaxis diplomática
de su tiempo (1980), y con no pocas derivaciones hacia cierta neutralidad
con frecuencia poco parecida o representativa de las luchas objetivas
del asunto estudiado: el debate capital-trabajo en la producción de la
información y la comunicación. Resultó ser un informe de las
disparidades, endógenas y exógenas, existentes, pero empeñado en
reivindicar desde las diversidades, el derecho de los pueblos a la
información y a la comunicación, para consolidar un frente de lucha y un
movimiento hacia un nuevo orden mundial de la información y de la
comunicación (Nomic).
Esperaba la comisión alcanzar con su informe la unidad en la diversidad a partir de al menos 10 temas en: 1) políticas de comunicación; 2) dependencia tecnológica; 3) aportes jurídico-políticos; 4) financiamiento y transparencia de la inversión; 5) identidad cultural; 6) derechos humanos; 7) cooperación internacional; 8) educación; 9) libertad de expresión, y 10) democratización de la semántica. Había un clima de reflexión crítica nutrida con análisis y abordajes desde campos múltiples.
Entendía el Informe MacBride que desde las oficinas de los dueños se financiaba (y sigue) un proyecto ideológico que, hacia 1980, contrastaba con los procesos democráticos transformadores. Los monopolios auspiciaban una guerra ideológica con dispositivos teóricos y metodológicos para apuntalar las contradicciones económico-sociales existentes. Mientras, crecía una corriente crítica y se instalaba en frentes diversos, desde donde se expandía la evidencia de que los medios se consolidaban como paradigmas en la reproducción de la ideología dominante. Estaba en evidencia que la comunicación ocurre en el marco de la lucha de clases y que es posible estudiarla con una base científica poliédrica y dialéctica emancipadora.
Funcionalistas, estructuralistas y marxistas, con diversas interpretaciones, transitaron incluso ortodoxias, yuxtaposiciones y superposiciones, que no siempre exhibieron con nitidez sus marcos teóricos, tampoco pidieron permiso para imponerse, sino que se deslizaron silenciosamente como verdades inobjetables entre las fórmulas de sus modelos discursivos a espaldas de sociedades colonizadas, sin saberlo, por modelos ideológicos. Eso se hizo más patente –y cruel– en no pocos espacios de formación o educación que propagaron bibliografías, investigaciones, tesis y congresos animados más por sus urgencias doctrinarias que por consolidar cuerpos científicos para democratizar la comunicación.
No hay espacio para una descripción crítica y profunda de
funcionalismo, estructuralismo y marxismo, pero existen referencias
documentales que han sabido mirar las repercusiones de las tesis y las
disputas de estos tres ejes teórico-metodológicos predominantes en
comunicación. MacBride percibió las diferencias y desacuerdos de la
comisión, pero destacó: A pesar de esas divergencias, no hubo un solo
miembro de la comisión que no estuviese convencido de la necesidad de
efectuar reformas de estructura en el sector de la comunicación y de que
el orden actual es inaceptable
.
En un nuevo informe, con una nueva comisión, hoy serán inexcusables las contribuciones explícitas y programáticas de los millones de voluntades emancipadoras que en materia de comunicación buscan organizarse y van empoderándose desde los frentes de lucha de los pueblos originarios en todo el planeta; las revoluciones de género en plena batalla cultural, económica y política; los movimientos obreros y campesinos, y, con urgencia, los frentes combativos por el rescate del planeta y de la vida. El nuevo orden económico y el nuevo orden de la comunicación y la información, indivisibles y como producto de las luchas sociales.
Esto plantea muchos problemas, pero el que nos interesa aquí se refiere al contenido de la comunicación
Nomic
* Director del Instituto de Cultura y Comunicación y Centro Sean MacBride. Universidad Nacional de Lanús. **Cuarta de cinco entregas del proyecto conjunto entre La Jornada y el Instituto de Cultura y Comunicación y Centro Sean MacBride de la Universidad Nacional de Lanús, Argentina .
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