Estados Unidos es, desde antes de llamarse así, un territorio conformado por migrantes. Los primeros llegaron caminando desde Asia por el estrecho de Bering. Siglos después desde Europa, por mar, arribaron ingleses, españoles, esclavos africanos, holandeses, irlandeses y franceses, a quienes con el paso de los siglos se sumaron personas provenientes de todo el mundo; a partir del siglo XX mexicanos, centro y sudamericanos en búsqueda de un llamado sueño americano que en demasiados casos se convierte en pesadilla.
Estados Unidos es resultado de múltiples y polifacéticas etapas migratorias. Después de la llegada de sus primeros habitantes y de los europeos que aniquilaron a través del genocidio a la población indígena, después de la ocupación del suelo mexicano perdido con el Tratado de Guadalupe Hidalgo, a finales del siglo XIX y principios del XX, el territorio estadunidense comenzó a recibir a desplazados de la Revolución Industrial europea. En la década de 1970 se inició un gran éxodo de sudamericanos, centroamericanos y caribeños, pero principalmente de mexicanos –que también somos norteamericanos–, debido a la precarización del trabajo, a un mercado laboral trasnacional afianzado en Estados Unidos y, por supuesto, a la extensa frontera que compartimos con nuestros vecinos del norte.
A finales de la década de 1970 fue implantado a escala mundial –para elevar las ganancias de empresas y causar el decaimiento del estado del bienestar– el modelo económico neoliberal. En México se incrementaron la pobreza y la marginación, el trabajo se precarizó causando que una parte de la población encontrara en la migración el epicentro del capitalismo, Estados Unidos, la única opción para intentar salir de la pobreza extrema. La migración se convirtió en un fenómeno cuya principal causa fue la falta de trabajo remunerado resultante de aquel proceso de reinvención del capital que aumentó la acumulación a través de la precarización laboral al eliminar prestaciones y seguridad social.
Mucho es lo que se quejan en Estados Unidos de los migrantes, parecen no reconocer que la fuerza de trabajo a bajo costo que requirió ese modelo depredador fue satisfecha con ellos a quienes se contrató a cambio de bajísimos sueldos, sin derechos laborales ni seguridad social. Las precariedades, ausencia de condiciones de desarrollo, las vulnerabilidades, la pobreza extrema, y todo aquello que orille a poblaciones a huir de sus lugares de origen con rumbo a Estados Unidos son construcciones sociales intencionales; fueron agravadas adrede por grandes corporaciones en colusión con autoridades a través de distintas estrategias de desestabilización política y social para satisfacer las necesidades y los intereses del capital financiero especulativo.
Para buena parte de la opinología ilustrada
el análisis
económico relacionado con la migración laboral mexicana a Estados Unidos
se centra en los posibles beneficios de las remesas para los países y
regiones de origen, a pesar de que la contribución económica más
relevante de los migrantes se realiza dentro de Estados Unidos.
Los casi 38 millones de mexicanos que viven ahí generan 338 mil
millones de dólares al año, lo que equivale al producto interior bruto
de Colombia. Por cada 131 empleos creados en filiales estadunidenses en
México, se generan 333 empleos adicionales en Estados Unidos. En 2022
los migrantes sin documentos pagaron por impuestos alrededor de 97 mil
millones de dólares. Más de 55 por ciento de las empresas emergentes
estadunidenses valoradas en mil millones de dólares fueron fundadas por
migrantes, quienes han impulsado avances tecnológicos que generan aún
más riquezas. Los migrantes son parte integral y fundamental del
crecimiento económico del país que se llama de las libertades y llama
como sueño
a su manera de vivir, pero que amenaza a los migrantes
y sus países de origen a pesar de que sin ellos, ni nosotros de este
lado de la frontera, su economía se derrumbaría con las consecuencias
sociales que ello implicaría.
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