MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Inician simultáneamente un nuevo proceso electoral y
un nuevo ciclo de protesta social. El segundo, sin duda, genera más
esperanza que el primero. Todos sabemos que las próximas elecciones del
5 de julio de 2015, para 500 diputados federales, nueve gobernadores,
661 diputados locales y mil 15 ayuntamientos en 17 entidades
federativas, no cambiarán absolutamente nada en el país. La compra
masiva de votos y los ríos de dinero de procedencia desconocida que
fluirán a los operadores de las campañas y a los medios de comunicación
asegurarán que los mismos intereses de siempre continúen gobernando. En
contraste, el creciente movimiento popular a raíz de la masacre de
Iguala tiene el potencial de transformar radicalmente a la nación.
Omar García, uno de los valientes normalistas de
Ayotzinapa sobrevivientes de la masacre, lo ha dicho con todas sus
letras: “Esto que vivimos, con lo doloroso que es, es una oportunidad
única de escalar la presión, de lograr una movilización generalizada
que trascienda Ayotzinapa, que trascienda Guerrero, que pueda poner fin
de una vez por todas a la situación intolerable de violencia e
impunidad que está viviendo México desde hace años. Ojalá no la dejemos
escapar”. Comparte también las palabras de los padres de familia de los
ayotzis desaparecidos: “Nosotros, por nuestros hijos, estamos
dispuestos a dar la vida. Y ustedes, ¿hasta dónde están dispuestos a
llegar?” (Texto completo de la entrevista con Blanche Petrich
disponible aquí: http://ow.ly/CQbGQ).
La gran visión política y enorme valentía de los
estudiantes de Ayotzinapa y sus familiares es precisamente lo que
requiere hoy el país. En un contexto social en donde predominan el
egoísmo, el “agandalle” y la corrupción, se levanta una generosa voz de
dignidad rebelde desde las montañas de Guerrero. Estos grandes líderes
sociales están dispuestos a sacrificar todo, incluso la vida misma, con
tal de conquistar la justicia y la paz para el país entero. Los
“chilangos”, normalmente enajenados con nuestra apurada vida cotidiana,
tenemos mucho que aprender de su ejemplo. Y todo México tendría que
apoyar públicamente a estos jóvenes líderes, así como replicar su lucha
en las comunidades, trabajos y escuelas.
Nunca faltan las voces de siempre que insisten en que los
movimientos sociales no deberían “desvirtuarse” al incorporar asuntos
supuestamente “ajenos” a sus causas iniciales. Por ejemplo, Leonardo
Curzio ha acusado a un servidor de “usar” a los estudiantes del
Politécnico para fines políticos (Véase: http://ow.ly/CQhyU)
por haber sugerido, en estas mismas páginas, que la batalla por
refundar el Instituto Politécnico Nacional es simultáneamente una lucha
por democratizar el país (Véase: http://ow.ly/CQjF8). Y en su cobertura
de la masacre de Iguala, los principales medios de comunicación
electrónicos han hecho esfuerzos sobrehumanos para presentarla como un
asunto estrictamente local donde no habría complicidad alguna ni del
gobierno federal ni de Washington.
Estas perspectivas subestiman enormemente la conciencia
crítica y la capacidad de movilización del pueblo mexicano. Tantos años
codeándose con políticos corruptos y oligarcas apátridas han hecho a
muchos periodistas pensar que todo México es igual de cínico y egoísta
que las élites que dominan el país.
Pero los acontecimientos de la semana pasada han
desmentido de manera contundente esta apuesta por la desmovilización
social. En el nuevo mundo de redes sociales y comunicación digital es
más fácil que nunca articular luchas y acciones. El paro solidario con
Ayotzinapa de docenas de escuelas y facultades de la UNAM, UAM, ENAH,
UACM y otras universidades es una excelente señal. Y la ampliación del
movimiento en Guerrero para incluir a los maestros de la CETEG y a
docenas de ayuntamientos a lo largo y ancho del estado implica una sana
expansión de la indignación social. Asimismo, mientras la PGR sigue sin
dar resultados sobre la desaparición de los 43 normalistas, los
policías comunitarios avanzan con paso firme al encontrar cada día más
fosas utilizadas por el narcogobierno para esconder sus fechorías
sangrientas.
Los movimientos sociales exitosos son aquellos que saben
dictar la agenda de discusión, negociación y presión. Los estudiantes
del Politécnico, por ejemplo, han dado una gran lección en la materia
al resistir los intentos de manipulación por parte del gobierno federal
o de los medios de comunicación. Los estudiantes mandan y las
autoridades obedecen. Así se construyen las luchas sociales
victoriosas, desde abajo y con gran astucia política.
El antiguo debate entre la “vía electoral” y la “vía
armada” ya quedó sin materia. Ambas vías fracasaron terriblemente en su
intento por transformar el país. Las importantes luchas emprendidas en
ambos frentes desde 1968 nos han dejado en una situación igual de
ignominiosa que hace 46 años.
Surge entonces la imperiosa necesidad de articular una
nueva vía de aguerrida militancia social que pueda derrocar al
neoliberalismo despótico con la fuerza de la razón y la presencia
multitudinaria de la ciudadanía en las calles. No es cuestión, desde
luego, de apostarle a una “sociedad civil” deslavada, bien portada y
controlada por el financiamiento de corporaciones extranjeras, sino al
México bronco que siempre ha estado presente en los momentos más
cruciales de la historia nacional.
Tampoco se trata de abandonar la democracia electoral o
la autodefensa popular. El abstencionismo y el “voto en blanco”
solamente ayudan al régimen a acumular más votos. Y en muchas
comunidades del país, notablemente en Michoacán y Guerrero, las armas
son estrictamente necesarias para defenderse de los narcotraficantes en
un contexto de total ausencia del estado de derecho.
Pero ni el voto ni las armas pueden ser hoy el centro
articulador hacia el futuro. Urge ensayar nuevas formas de lucha y de
organización.
Twitter: @JohnMAckerman
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