En los últimos días
asistimos a una vasta campaña de intoxicación ideológica y
propagandística a través de los principales medios bajo control
monopólico privado, que pusieron en práctica técnicas para la
fabricación del consentimiento y todo un sistema de adoctrinamiento
clasista, para forzar a una
marcha patrióticay una falsa
unidad nacionalentre los vendepatrias y saqueadores de México, y sus víctimas, las mayorías empobrecidas.
La amplia operación de manipulación de emociones y sentimientos, y manufacturación de un consenso de masas (del
rebaño desconcertado, diría Noam Chomsky), con eje en un patrioterismo reaccionario, tuvo como
fuentea los responsables de los poderes formales y fácticos del país: los presidentes de la República y de la Suprema Corte de Justicia; los mandos de las fuerzas armadas y representantes del gran capital agrupados en el Consejo Mexicano de Negocios y el Consejo Coordinador Empresarial, hermanados todos −por acción, omisión o vínculos de complicidad− con crímenes de lesa humanidad y millonarios actos de corrupción que, amparados por el binomio impunidad/simulación, permean la imposición del actual modelo económico capitalista salvaje.
Azuzados por la agresividad racista y xenófoba del presidente
estadunidense, Donald Trump −quien amenazó con enviar tropas y utiliza a
México como su principal chivo expiatorio−, un Enrique Peña Nieto con
88 por ciento de desaprobación y unos voceros de los poderes fácticos
(militares y empresarios) carentes, todos, del mínimo sentido de ética
política, idea de sociedad y moral pública, recurrieron a muletillas de
ocasión como
soberanía nacional,
autodeterminación,
democraciay
respeto a los derechos humanos, e impúdicamente llamaron a
cerrar filasen torno al Presidente de la República.
Lo que imperó en tales pronunciamientos fue la retórica y la
demagogia, ya que si de algo se han encargado los sucesivos gobiernos
neoliberales desde Miguel de la Madrid a la fecha ha sido de desvirtuar
el modelo de Estado social que establecía en su texto original la Carta
Magna de 1917, que entre otros derechos políticos y sociales instituyó
el municipio libre y formas colectivas de propiedad de la tierra y
definió la soberanía nacional sobre el territorio y sus recursos
geoestratégicos, cuya defensa, según mandato constitucional, debió haber
estado en manos de las fuerzas armadas.
Con independencia de que en el periodo posrevolucionario se conformó
un régimen corporativo, patrimonialista y clientelar, con eje en un
presidencialismo autoritario y un partido de Estado casi único, cabe
consignar que al desmonte y la liquidación neoliberal de aspectos
sociales claves de la Constitución (como la forma de propiedad ejidal,
mediatizada en la contrarreforma energética con leyes secundarias que
contemplan la expropiación, la
ocupación temporaly el régimen de
servidumbresobre la tierra por
causa de utilidad públicase han sumado a últimas fechas eventos que exhiben la dependencia político-diplomática, militar y migratoria de México a Estados Unidos, como el encuentro (en un principio secreto) en Tapachula, Chiapas, de la subsecretaria de Relaciones Exteriores, Socorro Flores (al que presuntamente asistió el canciller Luis Videgaray), con una misión militar encabezada por los jefes de los comandos Norte y Sur del Pentágono, la general Lori Robinson y el almirante Kurt W. Tidd, respectivamente, que contó con la presencia de la embajadora de EU, Roberta Jacobson.
La reunión se centró en el
compromisode México de asegurar (militarmente) su frontera sur para mantener a raya a la delincuencia y a los inmigrantes centroamericanos que tratan de ingresar al territorio estadunidense sin documentos, en virtud de lo que Luis Videgaray argumentó como una
responsabilidad compartidacon Estados Unidos, lo que de facto significa una cesión unilateral de soberanía y exhibe al país como un
asunto internode la seguridad nacional de Washington, y a México como un Estado vasallo.
A ello se suma el paquete de iniciativas de ley para dotar a las
fuerzas armadas de poderes anticonstitucionales. Verbigracia, la
militarización de las capitanías de puertos por la Marina y las reformas
al Código de Justicia Militar, al Código Militar de Procedimientos
Penales, a la Ley Federal de Armas de Fuego y Explosivos y a la Ley de
Seguridad Interior (concepto nunca regulado y que hace referencia a la
seguridad del Estado, no de las personas), impuesta bajo presión a los
legisladores
por
los mandos castrenses y mediante la cual se busca facultar a los
militares para realizar tareas de seguridad pública (propias de la
policía, como la prevención e investigación del delito, las detenciones y
los peritajes penales), pero bajo una lógica de seguridad nacional (sin
posibilidad de escrutinio público, transparencia o rendición de
cuentas). A lo que se agregan las reformas al mando mixto policiaco para
controlar los municipios y la ahora pospuesta discusión sobre la Ley
Reglamentaria del Artículo 29 Constitucional, la cual permitiría que, a
solicitud del Poder Ejecutivo, el Congreso podría aprobar la suspensión
de garantías o un estado de excepción.
Se trata de un paquete de medidas impuestas por Washington a través
de la Alianza para la Seguridad y la Prosperidad de América del Norte
(2005), la Iniciativa Mérida (2007) y el Diálogo Económico de Alto Nivel
(2013), que responden a las directrices de la secretaría a cargo de la
Seguridad de la Patria (o del suelo patrio) de EU, y cuyo objetivo es
que las fuerzas armadas operen como un ejército de ocupación para
garantizar la instalación de empresas trasnacionales del ramo de la
energía y la utilización de la infraestructura crítica de Pemex y la CFE
en áreas del territorio nacional, donde, como en las conformadas por
las zonas económicas especiales (ZEE) −con epicentro en el Istmo de
Tehuantepec−, existen distintas formas organizadas de resistencias
antihegemónicas y antisistémicas.
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