2.- La situación laboral de los trabajadores de la cultura y la comunicación no sólo no ha mejorado, sino que ha perdido calidad y cantidad contractual y salarial; víctima, entre otras causas, de inflación, reducciones presupuestales y desactualización de programas nacionales e internacionales pospandemia.
3.- Prolifera la tendencia reduccionista que define a la cultura y a la comunicación como entretenimiento
o espectáculo
que debe autofinanciarse como pequeñas o medianas empresas
.
4.- La inmensa mayoría de los problemas originados o asociados a la
cultura y la comunicación no están en la agenda social como temas de
atención ineludible y constituyen hoy una de nuestras más serias
debilidades políticas.
5.- Una especie de demagogia funcional ha esclerotizado el relato
. Mientras muchos y muchas reconocen la importancia social e histórica de la cultura y la comunicación
,
no hay expresión objetiva ni en la inversión, según el producto interno
bruto, ni en su calidad conceptual como expresión sustancial de lo
colectivo, ni en su praxis transformadora y democrática ante las
amenazas actuales del colonialismo y el neocolonialismo. Y eso se parece
mucho a una situación de crisis.
Así podría caracterizarse sintéticamente la problemática global en
materia de cultura y comunicación, reconociendo errores y faltantes de
nuestro espacio y método. No se mencionan en este paisaje
los
movimientos, acciones y luchas desplegadas, individual y colectivamente,
desde frentes múltiples y diversos donde, directa e indirectamente, los
problemas de Cultura y Comunicación son preocupación (y ocupación)
teórico práctica.
Estamos intoxicados con fake news; la relación entre ver y
pensar está fracturada y casi nada nos mueve, o nos conmueve, hacia la
organización directa en la solución de los problemas colectivos; estamos
paralizados ante el espectáculo macabro del belicismo rentable y ante
nuestros ojos crecen expresiones neo-nazi fascistas que creímos
superadas y condenadas por la Historia y para siempre. Una sensación de
pérdida y retroceso inunda los imaginarios de los pueblos y deja
estragos específicos en los sectores más jóvenes. La cultura y la
comunicación humanistas, basadas, por ejemplo, en la muy perfectible
Declaración Universal de los Derechos Humanos, suelen hoy sonar y
resonar como apelación mayormente cursi
o demagógica. Incluso entre algunas izquierdas. ¿Qué hacer?
Todavía estamos a tiempo. Contamos con la resistencia histórica
amasada por nuestros pueblos. Contamos con la dialéctica de las luchas
que resguardan patrimonios e identidades bajo la fortaleza de la
diversidad que nos une, y de ahí emergen acciones científicas,
tecnológicas, artísticas y poéticas de todo género, para asegurarnos
rutas y agendas del corto, mediano y largo plazos. Contra las entrañas
de los planes colonialistas germinan acciones revolucionarias legítimas
con hechos de soberanía cultural y comunicacional. Un archipiélago
inmenso de voluntades comunicacionales y culturales emancipadoras está
entendiendo la necesidad de combatir la desorganización y surge un sentido común
dispuesto a revolucionar el sentido
incluso en plena disputa por el sentido. En Chiapas tenemos ejemplos magníficos.
Músicos, poetas y locos de todo tipo están tomando las herramientas
de la Cultura y la Comunicación para emanciparse y para combatir la
guerra ideológica imperial. Y no deja de ser imprescindible la crítica a
los Estados que exhiben insensibilidad o parcialidad complaciente con
la dominación comunicacional y cultural que se despliega contra sus
pueblos. No sólo no frenan las invasiones ni los bombardeos ideológicos
disfrazados de sectas, iglesias, cofradías o feligresías, sino que las
propician y auxilian bajo todos los disfraces imaginables: futboleros,
faranduleros o melodramáticos, infiltrados en plataformas
de series televisivas, playlists, playstation o cualquier tipo de entretenimiento
.
Los estragos se resienten severamente en los territorios de la
educación donde los daños o las pérdidas semánticas, sintácticas y
pragmáticas recorren todas las escalas del relato
social. Han liberado el paso del storytelling hegemónico.
Todavía duermen las leyes democratizadoras de la cultura y la
comunicación en brazos de un Morfeo funcional. No tenemos un movimiento
intelectual consolidado para robustecer la soberanía cultural y
comunicacional desde las aulas más tempranas y hasta las espacialidades
del más alto nivel científico emancipador. No logramos consolidar una
semiótica emancipadora como ciencia de las apariencias contra la
manipulación simbólica hacia una nueva hegemonía del humanismo
revolucionario. Todavía no logramos la sinonimia indispensable para que
el concepto educación signifique, inequívocamente, revolución de las conciencias
y emancipación dialéctica sin retornos. Pero estaremos a tiempo sí y
sólo si seguimos los pasos de la agenda de las luchas que están
escribiendo la Historia nueva de nuestro tiempo. ¿Sabremos leerla bien?
* Director del Instituto de Cultura y Comunicación y Centro Sean MacBride. Universidad Nacional de Lanús
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